Hijos de la luna, una novela de José Zoilo
La novela histórica es un género que, como la novela negra, está viviendo uno de sus momentos más dulces en España. Y escrita, como sucede con la novela negra, en español. Cuenta con lectores leales y se podría decir que gracias a este renacimiento la leyenda negra que hasta no hace demasiado tiempo acampaba a sus anchas por este país, comience a desintegrarse. A observarse de otra manera. También a recuperar nombres de algunos de sus protagonistas más destacados que permanecían enterrados en el más injusto de los olvidos.
Son ya muchos los que se han preocupado en estudiar a qué se debe la popularidad que está cosechando la novela histórica y la respuesta como en todo es para todos los gustos, pero creo que una de las razones que explican a qué se debe ese éxito tiene su origen en que los lectores quieren que se les cuenten buenas historias sobre su pasado. Vencido, además, el prejuicio por contar historias sobre España con o sin aliento épico y reivindicativo, se trata en su mayoría de novelas que están bien escritas y también muy bien documentadas.
José Zoilo se ha hecho un hueco en el género histórico con acento español mirando, curiosamente, a su pasado más lejano. Y en su último libro, Hijos de la luna (Edhasa, 2025) a su pasado más remoto al ambientarlo en “la civilización ibérica de la Edad del Bronce conocida como El Algar”, que estaría localizada en la provincia de Almería aunque, al parecer, se extendió a Murcia, Jaén, Granada y Alicante.
Se conoce muy poco de ella, escribe José Zoilo en el epílogo de la obra, aunque lo poco que se conoce se encuentra concentrado en Hijos de la luna, una novela estructurada en dos partes, la primera con el título de Hijos de la diosa, se desarrolla en el sureste de la península en el 1619 antes de Cristo mientras que la segunda, El ocaso, se sitúa en el mismo territorio en el año de 1618 a. C.
En contra de otras novela que he leído del escritor, Hijos de la luna me parece la más interesante de todas ellas porque resulta ser la más imaginativa de todas ellas. Al saberse tan poco de El Algar, José Zoilo da rienda suelta a su imaginación y construye todo un edificio para dar coherencia a los pueblos que protagonizan su relato. También a diseñar una religión que adora a la luna y al sol, la primera marcadamente matriarcal, que gobierna una reina y sacerdotisas que rinde culto a la luna y a la plata mientras que los que siguen al sol se postran ante el oro al que identifican con el astro rey.
Los pueblos que aparecen en la novela viven en tres ciudades: la Ciudad del sol, al sur y la Ciudad de la luna y la Ciudad blanca al norte. En la Ciudad de la luna su gentes recoge la cebada, otros son guerreros o pertenecen a la casta de los orfebres. Los orfebres son los únicos que están autorizados a trabajar con la plata, que es un metal al que se venera.
La historia unirá a los protagonistas de la novela en una nueva aventura que no quiero revelar porque le quitaría misterio al relato, pero el caso es que no hay un momento de descanso en las más de quinientas páginas del libro. Libro que se deja leer, y que una vez metido en ello, resulta difícil dejar de leer. El secreto es que José Zoilo sabe contar una historia, y en este caso, dejando el campo abierto al escritor para que plantee cualquier tipo de posibilidad sin temor a estar equivocado.
Como se dijo, se conoce muy poco de El Algar, y como es muy poco, eso le da facilidades al escritor para narrar su historia sin estar demasiado atado a los rigores históricos y académicos. En esta novela no aparecen personajes reales pero sí otros que sin ser reales están dotados de una vida propia que enseguida los hace especiales y lo mejor de todo, creíbles.
El universo mítico que rodea a todas las gentes que aparecen en la novela está sólidamente configurado, y pese a que su filosofía resulta un poco simplista, da cierto espesor al mundo imaginado que propone. Y sí, hay buenos y malos. Los malos al encabezar una revuelta masculina que tiene por objeto descabezar el poder de la reina y sus hechiceras; los buenos, porque son personajes que lo que quieren es vivir y dejar vivir, aunque en Hijos de la luna y porque las circunstancias se complican, todos ellos aprendan a ser otro tipo de personas sin dejar de ser buenas personas.
He disfrutado de Hijos de la luna porque a veces me recordaba novelas que marcaron mi adolescencia como las de Conan, el bárbaro, del norteamericano Robert E. Howard; El señor de los anillos, del británico J.R. Tolkien, y también algo del Juego de tronos de George R. R. Martin, pero quizá se deba al ambiente en el que se desarrolla la novela.
Se trata de un universo en el que, con una base histórica precaria se construye una obra que sabe mucho a las de antes. En mi caso, evocó aquellas largas tardes de verano que pasé leyendo las aventuras del bárbaro cimerio creado por Howard o esa Navidad inolvidable que disfruté con la lectura de El señor de los anillos. Sentir, en definitiva, la agradable sensación de saber que lo que leo es ficción, un relato que no está tan sujeto al rigor histórico sino a la desbocada imaginación del escritor.
Saludos, a las armas, desde este lado del ordenador
