El beso de la muerte
Está claro que la muerte conspira para hacerte infeliz. Tras el mazazo que ha supuesto conocer el fallecimiento de Rafael Azcona (obviando las tontas reinvidicaciones patrioteras al infeliz cine nacional), hoy me han vuelto a amargar el desayuno con el anuncio de la desaparición de un actor (no español sino norteamericano) por el que guardaba muy grato aprecio: Richard Wirdmark.
Richard Wirdmark fue durante un tiempo uno de los “malos” favoritos de Hollywood junto a los incombustibles y hoy legendarios Jack Palance y Lee Marvin. Sólo que mientras Palance y Marvin eran molestos por siniestros, Wirdkmark inquietaba y daba escalofríos por su brutal crueldad cinematográfica, claro está. Los aficionados que lo saben casi todo del cine de verdad (o lo que es lo mismo: el americano al 90 por ciento) lo recordarán por su encarnación de frenético criminal (no se estaba nunca quieto) en El beso de la muerte, donde tiraba por unas escaleras a una anciana en silla de ruedas o por su rol de bondadoso y resignado oficial de la caballería en esa obra maestra que es para unos muchos Dos cabalgan juntos. Pera también estuvo en otros clásicos del cine (norteamericano, of course) como Noche en la ciudad, Pánico en las calles o El Álamo, filme épico que para éste que les escribe es una gigantesca película, quizá porque en ella también interviene (y dirige) aquel caballero feo y formal que fue toda su vida John Wayne.
A Widmark también lo vimos (y nos emocionamos) en Vencedores o Vencidos y Brigada Homicida, entre otras grandes películas, y en La conquista del oeste y en El gran combate, quizá un western menor de otra leyenda, John Ford. Y sí, a sabiendas de que me dejo un buen puñado de grandes películas en las que participó, no puedo olvidar su papel de ladrón de poca monta en Manos peligrosas, un violentísimo alegato anticomunista dirigido por el hoy olvidado Samuel Fuller, un cineasta que cuando gritaba acción le daba al gatillo de su revólver…
En fin, que con la muerte de Richard Widmark desaparece otra leyenda de Hollywood. O de cuando Hollywood era una ciudad en la que se forjaban las leyendas.