Yo aún recuerdo aquellos viejos tiempos…

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Esta película no la vi en un cine de barrio sino con mi padre, hace ya unos años, en nuestro añorado cine Víctor. Eran tiempos aquellos en los que todavía paraban en la puerta a un menor de edad si la película estaba catalogada para mayores de 18 años, pero ir con tu padre era una señal de que podías entrar a ver lo que quisieras. Ahora bien, deben de saber todos los nacidos y criados en esta capital de provincia que si había porteros con malas pulgas esperando en la puerta de un cine eso eran los del Víctor, así que cuando mi padre y yo nos disponíamos a entrar, aquel inolvidable madelman uniformado que hacia de cancerbero le dijo que yo no entraba. Que si no tenía 18 años no entraba. Todavía recuerdo el cabrero monumental que le montó a aquel pobre hombre mi santo padre, que no era persona dada a mostrar públicamente sus nervios salvo cuando le tocaban lo que se dice las pelotas. Yo no sé, pero al final entré a ver Forajidos de leyenda y de paso a ver a mi padre como lo que realmente fue toda su vida: una leyenda. Al menos para éste que les escribe, y seguro que para todos mis hermanos. A él le debemos nuestro gusto por los libros y que pronto naciera en nosotros una afición temprana por el cine.

Pero no quería hablarles de pedazos de mi vida, esas secuencias que todavía guardo a todo color en mi memoria, sino de la película de Walter Hill, un western tardío que no me canso de recuperar porque soy de esos a los que gusta de tararear el Dixie, canción que como sabe mucha gente se convirtió en algo así como el himno de los estados secesionistas.

Ya lo he escrito en algún sitio y en este mismo blog. Siento cierta debilidad por la Guerra de Secesión de los Estados Unidos. Debilidad que comparto con uno de mis hermanos, que es una enciclopedia viviente en el asunto y con el que uno se puede pasar el día escuchándole los avatares de un conflicto que resulta tan lejano para un país como España, que desde siempre ha prestado poco interés por conocer las cicatrices que marcan al mapa de Norteamérica. Es necesario dejar claro, no obstante, que esta especie de fascinación no está marcada por el motivo que más tarde monopolizó el enfrentamiento entre los estados del Norte y los del Sur de esa parte del continente, como fue la esclavitud, sino la lucha entre dos formas de vida. La América rural y hasta cierto punto conservadora, con la capitalista e industrial, esa que encarna el ideal de progreso que es otra de las virtudes que los tripas azules (los yanquis) han sabido venderle al mundo desde entonces.

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Forajidos de leyenda tiene un poco de todo esto; y si bien se trata de un largometraje que transcurre años después de finalizada la guerra, sí que plantea el daño que hicieron las heridas que dejó abiertas ese conflicto en el estado Missouri, tierra que vio nacer a forajidos de leyenda como los hermanos James (mitos en un país tan necesitado de mitos aunque se trate de bandoleros y en ocasiones asesinos a sangre fría) y los Younger, entre otros. El filme de Walter Hill, un excelente cineasta y un igual de excelente guionista, retrata la vida de estos dos clanes unidos por la necesidad de los tiempos, y con manierismo peckimpaniano, es un vehículo épico al servicio de unos tiempos que se fueron pero que forjaron a ese país en el gigante que es hoy día.

El filme de Hill cuenta además con un reparto excepcional, siendo todos los roles familiares interpretados por actores que son hermanos en la vida real como Stacey y James Keach, que interpretan a unos antipáticos Frank y Jesse James, respectivamente; y John, Keith y David Carradine, como los miembros de la familia Younger.

Es probable que el paso del tiempo le haya restado algo de fuerza a esta película, no obstante, pero para este que les escribe sigue siendo uno de los mejores títulos en la irregular carrera de su director. La banda sonora es otro de los atractivos de la cinta, firmada por Ry Cooder, quien arregla canciones de aquellos tiempos que se te quedan clavadas como puñales en tu corazón rebelde.

Cuando salimos del cine mi padre y yo coincidimos, antes de meternos en el Imperial a tomarnos un café con leche y uno de los clásicos bocadillos de pollo, que la película era una maravilla. Y en ese aspecto, les aseguro que mi padre nunca se equivocó.

Hacen mal si no han visto la película. Eso sí, si es usted (él o ella) uno de esos espectadores que detesta el género cinematográfico por excelencia que es el western, esta no es, obviamente, su película.

Saludos algo rebeldes a este lado del ordenador.

No Responses to “Yo aún recuerdo aquellos viejos tiempos…”

  1. Fran González Says:

    Gran película, se nota quien fué su maestro Sam Peckinpah. Por cierto mirar la coincidencia entre la secuencia de la huida tras el fallido atraco al banco y la de “Grupo Salvaje”. La de Hill es más limpia donde el montaje de las imagenes con el sonido lo vives como si estubieras galopando en una lluvia de balas. La de Peckinpah aprobechan una manisfestación de la liga antialcoholicos para huir y crear una masacre, su estilo es más sucio pero que rico.
    Grandes directores irregulares los dos pero mejor irregular que mediocre.
    Saludos Eduardo

  2. editorescobillon Says:

    Absolutamente de acuerdo contigo. De todas formas, qué demonios, tengo debilidad por Peckimpah que, pese a su irregularidad, dejó obras redondas como Quiero la cabeza de Alfredo García, Duelo en la Alta Sierra y cómo no: Grupo salvaje. Gracias por estar ahí, compañero.

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