Cosas mías desde la dimensión desconocida
No está nada bien que uno tenga la sensación de que camina sobre la delgada línea roja que separa a la euforia de la desesperación. Tampoco está bien que se tome un refresco con un amigo que ya no es un amigo sino un hermano y termine la charla con un asomo de tristeza por el panorama a lo en La Carretera de Cormac McCarthy que le retrata. Y mucho menos está bien que cuando sube la Rambla de Pulido y se detiene en el paso de cebra del ya desaparecido Cine Víctor, una de esas ratas del aire (como llamaba el garrulo de Marciaaaaal a las palomas en Muchachada Nui) derrame sobre su cabeza lo que todos pueden imaginar que derrama en su cabeza.
Así que llega a su casa, enciende el ordenador, repasa el correo y bucea en las ediciones digitales de la prensa local y nacional buscando una noticia que le alegre el día. Desgraciadamente, no encuentra nada. Salvo las mismas historias de siempre sólo que contadas de manera diferente. Entonces, y piensa que de manera casual, uno de esos pesados y pesadas que pululan por ese invento diabólico que es el facebook, le invita a que se una “a la gran familia del bookcrossing”. Y como no sabe muy bien si es que hoy han querido confabular todas esas fuerzas oscuras que nos impiden ver, recuerda algunas de esas ocasiones en las que, involuntariamente, ha formado parte de ese club donde nunca me haría socio porque aceptan a gente como yo.
Así que este escrito es un aviso a los navegantes. De llamada por si alguno de los que leen se han encontrado con esos volúmenes que perdí en momentos de despiste y por la costumbre de llevar uno a cuesta vaya donde vaya.
El último libro que se fue sin decirme nada era una colección de relatos de Dashiell Hammett, editada por Alianza Editorial. El vacío que me produjo su marcha sólo pudo ser sustituido por el castigo al que sometí a Hammet durante unos meses, aunque luego hice las paces releyendo una vez más La llave de cristal y Cosecha roja. En otra ocasión dejé en el aeropuerto de Barajas un ensayo sobre movimientos políticos del siglo XX que me amargó el vuelo de vuelta a Tenerife, por mucha prensa que por aquel entonces repartieran en los aviones.
Hay otros libros que se fueron a la francesa. Que me abandonaron miserablemente, pero si ahora no los recuerdo es porque tampoco significaron demasiado para mi conciencia lectora. Es cierto, no obstante, que también me he encontrado en alguna ocasión con esos viejos rebeldes en los lugares más insospechados. Así, en el ya legendario cine de verano de la plaza de Toros de la capital tinerfeña me encontré con un Von Däniken que terminó en algún lugar de mi casa. Recuerdo haberlo ojeado, haber pasado las páginas, contemplado las fotografías, pero esas historias de que no estamos solos la verdad es que nunca me han convencido demasiado. Lo mismo me pasa con el programa Cuarto Milenio que presenta el excesivo de Iker Jiménez, ya que lo veo como el que no lo ve, preguntándome cómo puede haber personas que se preocupen de la existencia de los extraterrestres cuando de todos es sabido que ya andan entre nosotros. Basta con mirar como está el patio. La invasión, efectivamente, ha comenzado.
Me he pasado los últimos días viendo por Internet viejos episodios de Twilight Zone, algunos conmovedoramente buenos. Otros, no tanto. Sin embargo, y mientras perdía el tiempo con esas historias inquietantes que presentaba Rod Serling cigarrillo en mano, no dejaba de decirme que incluso los más envejecidos episodios contaban cosas. Y que muchas de esas cosas son perfectamente trasladables a estos tiempos que corren.
Pero este no era el objeto de este post. Sino el de los libros perdidos para siempre. O no. A veces tengo la sensación de que volveré a reencontrarme con alguno de ellos. De hecho, y podría dar origen a un capítulo más de en La dimensión desconocida, hace unos días descubrí, mientras reorganizaba la biblioteca un título ¿o fueron dos? que creía perdidos.
No, no estaban los cuentos de Dashiell Hammett. Mucho me temo que ese, precisamente ese, sí que lo perdí para siempre.
Saludos, ¡siempre fieles!, desde este lado del ordenador.
Octubre 28th, 2009 at 23:16
Dice usted:
‘También me he encontrado en alguna ocasión con esos viejos rebeldes en los lugares más insospechados. Así, en el ya legendario cine de verano de la plaza de Toros de la capital tinerfeña me encontré con un Von Däniken que terminó en algún lugar de mi casa.’
Si es así y está catalogado como bookcrossing deberá ponerlo a disposición del resto de los mortales ¿no?
Octubre 29th, 2009 at 11:31
Lo haría si encontrara el libro, aunque no fue un bookcrossing sino un libro olvidado (no sé si voluntaria o involuntariamente) en aquel coso taurino reconvertido en cine veraniego. Años 80.