Salve ‘Asterix’, los que van a morir te saludan

asterix.jpg

Recuerdo que el primer libro de Asterix que llegó a mis manos fue Asterix y los normandos. No creo que hubiera cumplido los catorce, lo que significa que aquel descubrimiento (un inocente regalo de cumpleaños que un familiar le hizo a uno de mis hermanos) estimuló mis sentidos a la hora de sumergirme en el universo de un tebeo editado en tapas duras y a todo color que incluso leía mi padre con su sonora y característica carcajada.

Hasta ese momento, lo que sabía de historieta era gracias a revistas DDT o Pulgarcito, las ediciones mexicanas de Novaro, que publicaban las aventuras de los héroes de la DC con traducciones delirantemente sudamericanas (algo así como las teleseries que nos ponían en la caja diabólica aquellos años, con voces graves que enfatizaban los nombres anglosajones tipos Martinnnn Lutherrrr Kingggg) o las carpetovetónicas de Vértice, que nos dieron a conocer a la gran familia de la Marvel en ediciones casi de bolsillo y blanco y negro que ponían de manifiesto su absoluto desprecio por el material original norteamericano.

Así que entiendan ustedes que descubrir el universo de Asterix y su grueso amigote Obelix fue como descubrir un mundo mágico y de colores. Un vivo sin vivir en mí que enseguida me enganchó a las tribulaciones que disfrutaba (no sufría) aquella pandilla de galos pequeños burgueses capaz de desafiar a la poderosa Roma de Julio César gracias a la poción mágica.

Tras aquel álbum, inicié una laboriosa campaña de ahorro de la paga que me suministraban mis padres los fines de semana, haciéndome con paciencia rusa con otros colorines de la serie. Y lo hice de manera poco espartana. Es decir, sin disciplina alguna, lo que implica que mandé a paseo (afortunadamente) la cronología con los que fueron apareciendo en España.

Con el paso del tiempo, he ido releyendo las historietas de Asterix como quien bebe agua en el desierto. Descubriendo nuevas claves en aquellos relatos que llevaban a sus protagonistas a las lejanas tierras de Egipto, Hispania, Helvecia, Bélgica, Bretaña e incluso una América que todavía no habían sido descubierta. Y me siguen entusiasmado igual o más que cuando los leí por primera vez: Asterix, legionario, La cizaña, El caldero de oro… por lo que parte de sus expresiones como es natural pasasen a formar parte del mío, como su grito ¡Por Tutatis!; al igual que el ¡por Crom!, de Conan o el ¡Rayos y truenos! de mi querido y admirado capitán Haddock.

Feliz creación del dibujante Albert Uderzo y del guionista René Gociny, admito, no obstante, que he ido perdiendo interés en sus nuevas aventuras cuando su genial creador literario dejó este mundo, asumiendo a partir de ese momento los guiones Uderzo, un excelente dibujante pero un mediocre guionista. Así que ya no fue lo mismo porque, a mi juicio, Asterix sin Gociny no es Asterix, hoy más que nunca una especie de Micky Mouse francés. Pero aún con esas, me hago con sus aventuras pese a que su esquema resulte el mismo. Con o sin extraterrestres.

Pese a su devenir, pido que conste en acta que primero descubrí a Asterix, y que años más tarde y en casa de un amigo, mis ojos se abrieron al mundo de Tintín en aquellas inolvidables y preciadísimas ediciones con sus ya legendarios lomos de tela. ¡Rayos y truenos!

Asterix, que este año de gracia cumple ya medio siglo, lo celebra como era de esperar con un nuevo álbum. Y si bien rabio por dentro porque en mi afán de coleccionista completista (una compulsión enfermiza, entiéndanlo) ya me carcome la cabeza la idea de hacerme con él pese a que no sean días precisamente en los que deba de buscar monedas y billetes en el bolsillo, sólo puedo encogerme de hombros ante la inevitable sensación de que tengo que apretarme un poco más el cinturón para que aspire a tenerlo entre mis manos.

Soy consciente, pese a todo, que me entenderán los que han sido (y serán) inoculados por el virus de lo que ya llamo asterixtis. Virus de efectos terribles, porque cada nueva mutación con la que sale al mercado ya no te taladra las ideas como sus historietas pasadas. Pero aún con esas, continuas enganchado quizá porque ese pequeño galo para el que los romanos son una pandilla de locos representa un buen pedazo de tu existencia como lector de tebeos, colorines, comics o historietas. Uno de esos pedazos que recuperas cuando los vuelves a leer y releer. Y que deja respirar al ya saturado disco duro de tu memoria, que recobra repentinamente olores que ya creías olvidados. Por ejemplo, el de un sabroso jabalí asado a punto de ser devorado por un grupo de amigos que sólo temen una cosa en su rutinaria existencia de meterse entre ellos y de unirse como uno solo cuando llegan los romanos: ¡qué el cielo les caiga sobre sus cabezas!

Saludos, me temo que muy nostálgicos, desde este lado del ordenador.
  
 

2 Responses to “Salve ‘Asterix’, los que van a morir te saludan”

  1. Tebeoadicto Says:

    Grande Astérix. Grande Tintín. Grande Spirou. Grande Florencio. Grande, en general, todo aquel maravilloso tebeo que nos venía de la Francia y la Bélgica. ¡Qué grande es el cómic!

  2. editorescobillon Says:

    Grandes todoso ellos, amigos, pero igual de grandes que Mortadelo y Filemón, Capitán Trueno, el Corsario de Hierro, Las hermanas Gilda, Doña Urraca sólo por poner españolitos que vinieron al mundo.

Escribe una respuesta