Esto es literatura para plebeyos
No sé si existe una literatura, un cine, una música, un arte serio. En todo caso, sí sé que existen obras que consumimos muchos. Un saco enorme donde los miembros de la plebe aprendimos a alimentarnos intelectualmente.
En este pozo sin fondo meto los que unos consideran pesos pesados y los que otros consideran pesos plumas. O moscas, por buscar un símil pugilístico. Me he pasado la mayor parte de mi vida entregado a las realidades imaginadas (propias y ajenas) como para no saber de lo que estoy hablando.
Y ese viaje casi autodidacta, fruto de felices descubrimientos e inteligentes y agudísimas recomendaciones, me ha servido, creo, para tener cierta noción de que no me tomen el pelo. Mi veredicto resulta así bronco como consumidor cultural porque sé lo que me gusta y lo que me disgusta. Sé cuando un artista serio es un fraude como cuando un artista que no va de serio es sincero. Mi palabra, obviamente, no es ley de nadie salvo de mí mismo. Si con eso basta para crucificarme no esperen que haga como Cristo… ya que eso de entregar la otra mejilla no le sirvió de mucho tal y como van los tiempos.
Toda esta perorata viene a cuento de mi reivindicación con totales mayúsculas de un escritor que forma parte de esa fauna que los imbéciles catalogan de segunda o tercera división. No me cabrea que estos tontos lo ubiquen en esa clasificación ya que soy de los que piensan que ellos, precisamente, se lo pierden. Hacerle asco a las cosas es una manera poco elegante de ajustarte a una disciplina que visto lo visto sólo te convierte en mala persona.
El escritor al que me refiero se llama Leon Uris y hoy apenas se le recuerda aunque en la década de los años 50 y 60 fue un escritor de referencia. Un best seller que, compruebo ahora pasado los años, vive pese al paso implacable del tiempo.
Uris es un gigantesco escritor, y no sólo por el abultado volumen en páginas de casi todas sus novelas, que a veces rebasan las 500, sino por su capacidad para atraer la atención del lector con muchas ganas de evasión.
Me imagino que, como a muchos iniciados, caí en sus redes cuando ví (¿en qué cine fue? Demonios que ya no me acuerdo aunque me imagine el Rex porque fue en el Rex ¿verdad?) la versión cinematográfica que Otto Preminger firmó de una de sus novelas más conocidas: Éxodo, o la crónica del nacimiento de Israel. Si esta película continúa siendo junto a Río sin retorno una de mis preferidas de su director (lapidame si quieren, pero así son las cosas), recuerdo que leer la voluminosa novela que aún se conserva en la librería de mis padres fue como entrar en un estado (si cabe) de mayor shock.
El libro, lo reviso ahora mismo, incluye imágenes del legendario filme protagonizado por Paul Newman y Eva Marie Saint, entre otros actores, pero su historia resulta mucho más compleja que el estimable y épico filme de Preminger.
Pasado el tiempo, supongo que Éxodo ha terminado por convertirse en un título incómodo a causa de las desatadas olas antijudías que asolan este nuestro mundo conocido, pero invito a todos aquellos que sean capaces de leer un libro sin vendas en los ojos a que se sumerjan en sus páginas y disfruten –pese a su tono claramente partidario en favor de la causa hebrea– de esta aventura que sólo pretende ser un vibrante y tenso homenaje a los hombres y mujeres que hicieron posible que Israel exista.
En la bibliografía de Uris hay más títulos, casi todos ellos de carácter bélico y protagonizado por judíos que, en contra de otros autores, se nos presentan como personajes que no están dispuestos a cometer los mismos errores del pasado. Destacaría, en este sentido, su apasionante Mila 18, donde narra con pulso narrativo el levantamiento del gueto de Varsovia y ya en el terreno del espionaje las fuertemente anticomunistas Topaz (llevada al cine por Alfred Hitchcock) y Armagedón: una novela de Berlín, en la que sus protagonistas se mueven por la superficie lunar de la capital alemana ocupada por los aliados en 1945. En este apartado incluyo también su formidable Conspiración en Atenas (o Traición en Atenas según la traducción) en la que un escritor de segunda de novelas policíacas se ve enredado en un turbio asunto en la capital griega durante los primeros años de la ocupación alemana.
Esta novelita (una de las de menor extensión de su autor) funciona con la misma mecánica que un reloj suizo, lo que hace que se lea rápidamente, con los ojos puestos en ella. Robert Aldrich se encargó de su versión cinematográfica. No es una de las mejores películas de Aldrich pero esto es casi lo mismo que decir que es una gran película si la comparamos con el vertedero en el que ha convertido últimamente el cine. Y no sólo el norteamericano.
Insistiendo en la temática judía, Uris penetró también el subgénero procesal con QB VII, donde cuenta la historia de un médico de pasado nazi que hoy vive felizmente con su familia en Gran Bretaña colaborando en misiones humanitarias (¿les suena esto?) a quien las evidencias demuestran durante el juicio que fue un sádico y torturador en los ya tristemente célebres campos de concentración. De esta novela se realizó una excelente miniserie protagonizada por Ben Gazzara y el hoy histriónico Anthony Hopkins como médico de pasado nazi.
Hay otras novelas de Uris, y me imagino que muchas de ellas traducidas al español, como El peregrino, pero aún no he tenido tiempo ni ganas de enfrentarme a ella.
Que lo recuerde ahora en este improvisado post viene a cuento porque acabo de terminar su Conspiración en Atenas, libro que encontré hace algunas semanas en el Rastro de la capital tinerfeña y que –les contaba– devoré porque a medida que iba a avanzando en su trama poblada de personajes cortados de una pieza, llegué una vez más a la conclusión que la palabra entretenimiento no tiene que estar reñida con aburrimiento por mucho que otros se empeñen.
Su lectura refrescó además mi urismanía pasada y despertó el profundo agradecimiento que le debo a un autor que hoy (llévense las manos a la cabeza) tiene para mi el añejo sabor de los clásicos… best seller.
O esa literatura que prefiero denominar con la cabeza bien alta de y para plebeyos.
Saludos, aullando en la colina, desde este lado del ordenador.