Vuelven los tiempos del ‘chorizo de perro’
Era un renacuajo (lo sigo siendo aunque ahora con cuerpo de rana) y me tragaba toda clase de películas en la pequeña pantalla en unos tiempos en la que la pequeña pantalla solía exhibir grandes películas.
Un día descubro con la boca abierta y el bocata de chorizo de perro a medio comer una película que me abre los ojos y me deja turulato. La veo, creo recordar, rodeado de la familia y esa historia presuntamente para adultos –reitero– me golpea, me llega, me estruja el pedazo de corazón que aún tengo y casi lo desangra.
Siento, en definitiva, esa sacudida eléctrica que te golpea cuando ves algo que se te mete por dentro y que se graba en el descuidado disco duro de la memoria que tenemos.
Me refiero a El fuego y la palabra, una película cuyo título original es Elmer Gantry, y que fue diriga hace ahora exactamente cincuenta años por un tal Richard Brooks.
Basada en la novela del mismo título de Sinclair Lewis, el primer escritor norteamericano en obtener el Nobel de Literatura y hoy injustamente olvidado por esos caprichos que marcan la estupidez humana, he vuelto a ver El fuego y la palabra y la experiencia continúa siendo casi la misma que tuve cuando era un renacuajo que comía sabrosos bocadillos de chorizo de perro.
Protagonizada por Burt Lancaster (un golfo que se hace predicador), Jean Simmons (una beata con un corazón demasiado caliente) y Arthur Kennedy (un periodista de la vieja escuela, objetivo e imparcial gracias al alcohol), El fuego y la palabra se me antoja una película de urgente visionado no ya por el tema que trata: la doble moral, la religión como negocio, el bien que puede convertirse en mal y el mal que puede transformarse en bien, sino también porque este discurso se me antoja tremendamente actual en los tiempos que vivimos. La Depresión de los años 30 está aquí aunque ahora lo llamen Recesión.
El fuego y la palabra es la radiografía de unos tiempos en los que tras despertar bruscamente de los añorados años de opulencia y despilfarro nos damos cuenta que el ídolo al que habíamos adorado se trataba de un becerro de oro con los pies de barro… Así que ahora ¿qué hacer?
¿Sumarnos a esa ola de misticismo falsario con forma de inquietante creencia o ideología?
¿Acaso no es lo mismo?
Háganse un favor y veánla.
El fuego y la palabra.
Richard Brooks (¿un autor?) dirigió también otras demoledoras cintas que los despistados deben ver: La última caza, Los profesionales y Muerde la bala, así como de la fascinante adaptación cinematográfica de A sangre fría, y las irregulares Los hermanos Karamazov y Lord Jim, de Fiódor Dostoyevski y Joseph Conrad, respectivamente.
Nadie es perfecto pero
¿Brooks es un autor o no es un autor?
Llegar a un niño que comía bocatas de chorizo de perro me hace concluir que sólo fue un señor que sí sabía contar historias.
Saludos, desde la batcueva, desde este lado del ordenador.
Diciembre 22nd, 2010 at 12:18
Le recomiendo señor Rojas que lea de Sinclair Lewis su novela Ann Vickers, publicada en España como Cárceles de mujeres. También Sangre de rey. Se tratan de títulos difíciles de conseguir hoy pero como sé de su afición por rastros y librerías de viejo igual tiene suerte y los encuentra. Cómprelos entonces y léalos. Y nos cuenta que le parecieron.
Diciembre 22nd, 2010 at 12:58
Estimado Un lector leí hace tiempo Cárceles de mujeres y me pareció una novela estupenda. Tanto, que durante un tiempo anduve buscando más títulos del señor Lewis en castellano. Hace un tiempo Espasa publicó su excelente Calle mayor y aún rastreo en rastros y librerías de viejos toparme con su Elmer Gantry (que no sé si llegó a editarse en nuestro idioma) y esa Sangre de rey que menciona. Este último título lo editó en su momento mi reivindicada y añorada ediciones Reno.
Diciembre 22nd, 2010 at 14:19
“Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño.” I Corintios 13:11. …
Gran final!!!
Diciembre 22nd, 2010 at 17:26
Hablando de chorizos, atentos a la jugada de Falcón, doble diez, en clave de ja, socater, que se unen para salvar el sector.