‘Koyaanisqatsi’, una revelación religiosa
Solo encuentro una explicación, era más joven y la cabeza y el cuerpo todavía aguantaba cualquier cosa que le metiera. Cualquier cosa menos la experiencia arrebatadoramente mística de aquella película. Una cinta sin palabras, solo imágenes y una enloquecedora banda sonora cuyo disco en vinilo guardo como oro en paño.
La iniciación se produjo hace ahora exactamente treinta años. En un cine de Madrid al que entré para olvidarme de mi mismo. Cuán equivocado estaba.
Nadie me había advertido de que iba aquello. Yo solo pretendía pasar el rato… Tiempo después me doy cuenta que las casualidades por norma general suelen ser muy afortunadas.
Koyaanisqatsi fue mi primera experiencia extra sensorial en una sala de cine. Una sorpresa que comenzó como amenaza y terminó transformándose en una sutil seducción. Todavía tengo imágenes circulando de aquel cóctel lisérgico. Casi como si me hubiera metido en la boca un puñado de setas alucinógenas.
Era un pibe, digo, y aquella sinfonía inquietante subrayada por la banda sonora de Philip Glass, me dijo demasiadas cosas aunque ninguna de ellas fuera aprensible hasta que, tiempo después, fui revelando agunas de sus inquietantes profecías. Y esperando con devota paciencia de aprendiz nuevas entregas de un proyecto cinematográfico que solo es para iniciados.
Tras Koyaanisqatsi, su creador, Godfrey Reggio, presentó Powaqqatsi, y Naqoyqatsi, títulos todos ellos que provienen de la lengua de los indios Hopi; Koyaanisqatsi significa vida desequilibrada, Powaqqatsi vida en transformación, y Naqoyqatsi la vida como guerra. Me entero leyendo la inevitable Wikipedia y haciéndome eco del anuncio de la última película del director de fotografía de Koyaanisqatsi, Ron Fricke, y que lleva por título Samsara.
El teaser que ya circula en la red me ha devuelto de sopetón las sensaciones que tuve la primera vez que vi ese poema visual y sonoro que denuncia la vida desequilibrada.
Sospecho que la cinta no llegará a las salas de estreno de estas islas no solo desequilibradas, en transformación y guerra permanente en las que vivo, pero espero que algunos de esos entusiastas que todavía apuestan por cosas raras repare en ella y podamos disfrutarla en una pantalla meridianamente grande y rodeado de adeptos y despistados.
Es probable que entonces sienta lo mismo que sentí viéndola en aquel cine de cuyo nombre no quiero acordarme de la capital de esta España que se desmorona.
Unos con la vista fija donde luz y sonido parecían bailar una danza aparentemente caótica pero coherente. Otros, levantándose de la butaca a la media hora y corriendo hacia la salida. No lo recuerdo así, pero es probable que llevaran encima sus cotufas y refrescos.
Tiemblo como un niño con aquella experiencia involuntaria de espectador cinematográfico cuando todavía se podía ser un espectador cinematográfico. Para mi continúa siendo lo más cercano a una revelación religiosa que he tenido en el misterio de la sala en penumbra.
Saludos, he dicho, desde este lado del ordenador.