Morir despacio, una novela de Alexis Ravelo

La verdad es transparente y no se ve, la mentira es opaca y no deja pasar la luz ni la mirada. Eso fue lo que pensó Monroy: la mentira es opaca, la verdad transparente.”

(Morir despacio, Alexis Ravelo)


Resulta cuanto menos curioso. Es la segunda novela que leo, de las cuatro que el grancanario Alexis Ravelo dedica a su peculiar investigador Eladio Monroy, y siento que ya conozco a su jefe de máquinas retirado. También a los actores secundarios que se mueven a su alrededor.

Morir despacio (Mercurio Editorial) cuarta entrega de la serie Monroy, no se lee entonces sino que se recibe con los brazos abiertos, como cuando te encuentras con un viejo y apreciado amigo al que hace tiempo no ves pero que continúa siendo el de siempre.

Esta, a mi juicio, es una de las virtudes de Morir despacio. Y esta, a mi juicio, es una de las virtudes de Alexis Ravelo: conseguir que Eladio Monroy y su mundo forme parte de mi mundo.

La escritura de Ravelo es transparente y muy sencilla. Se mastica bien, y se digiere mejor. Se le puede criticar, en todo caso, su trama. El meollo que obliga a Monroy a volver a la calle, pero tiene truco. El truco es escribir un relato que pueda seguir toda clase de lectores y no solo los que se han especializado en devorar este tipo de literatura.

Un aviso pues a los hard del negro criminal, esta no es una novela de nudos y más nudos que se van desenredando a medida que se llega al apoteósico final. No, esta es una novela con un solo lazo, bueno quizás dos, donde lo que importa más que el trabajo de investigación que emprende Monroy, es la atmósfera. El aire, en ocasiones enrarecido, que respira Monroy.

La novela tiene así los pies sobre la tierra. Y la atmósfera en la que se desarrolla la investigación ecos que, desgraciadamente, son actuales como la reforma del mercado laboral, la crisis y una capital de provincias, Las Palmas de Gran Canaria, sumida no ya en su característica panza de burro sino en esa calima que de tanto en tanto invade los aires de esta comunidad autónoma con presunto seguro de sol.

En Morir despacio, como Los tipos duros no leen poesía, Ravelo arremete contra el poder y los instrumentos que maneja ese mismo poder. No sale bien parado, en este juego de verdades y mentiras, la prensa. El dibujo que hace el grancanario del director de un periódico digital, Canarias al minuto, puede estar inspirado en este sentido en un modelo real. A mi se me ocurre algún nombre. Como se me ocurren otros nombres con otros secundarios que intervienen en esta novela en la que al final, afortunadamente, se hace justicia aunque la justicia signifique una victoria pírrica contra el sistema.

Las Palmas de Gran Canaria es también protagonista de la novela, aunque más que la capital lo sea el añadido de la calima, el agobiante polvo en suspensión que Ravelo sabe describir con destreza, casi como si se tratara de otro personaje más de Morir despacio.

La pátina caliginosa cubría Las Palmas de Gran Canaria con alevosa nocturnidad, los vientos africanos habían transportado la calima hasta la isla durante el domingo y depositándola sobre la ciudad de la luz y de los despojos. El lunes, al amanecer, se había precipitado ya sobre el paisaje: capa de polvo amarillento lo cubría todo, empobreciendo colores, deshaciendo en una nebulosa unánime los contornos de edificios, muebles urbanos, semáforos y automóviles. De haber tenido la posibilidad, los habitantes de la ciudad se hubieran quedado en casa, escondidos en un cuarto en penumbra, con un ventilador y una botella de limonada cerca, soñando con una lluvia mansa e incesante que limpiara el aire y se llevara el polvo hasta el mar.”

La nueva novela de Eladio Monroy es otra novela de Eladio Monroy. Verdad es que el personaje resulta más seguro de sí mismo, más operativo en las manos del escritor, pero no decepcionará a sus seguidores porque, como ya he escrito, es otra de Monroy. Y en las novelas de Monroy las muertes pasan a un plano secundario. Se menciona en el texto de refilón, a modo de fatal desencadenante de la acción.

Lo que interesa al autor es dotar de atmósfera un relato que, ya dije, no tiene demasiadas  complicaciones. Es lo que se espera de Monroy, por lo que Ravelo no se sale del esquema.

Aunque pienso que se trata de una novela en la que hay más del escritor que del propio protagonista, Eladio Monroy.

El final de Morir despacio tiene así aroma de toma de conciencia.

Es decir, que el jubilado jefe de máquinas se confunde en una muchedumbre que se manifiesta y protesta. Horas antes, Monroy ha desenmascarado una de las grandes fortunas de la isla, la de un hombre que se hizo a sí mismo, con el amargo sabor de la victoria en la boca.

Escribo amargo porque, como apunté antes, sabe que se trata de un triunfo pírrico aunque sin hombres como Monroy no existirían estas pequeñas victorias.

El poderoso, Marcial Navarro Lorenzo, la mano siniestra que dirige como títeres tanto a políticos, con independencia de cual sea su partido, como al resto de los que se han convertido en sus marionetas, ha hecho fortuna con una empresa de seguridad. Curiosa e inquietante lectura, porque ese pequeño ejército privado gestado y alimentado por la corrupción, podría algún día ser una realidad no solo en este archipiélago abandonado de la mano de los dioses.

Así se describe Navarro Lorenzo: “Sí. Se deja que no ha nacido hijo de puta capaz de joderme. Si se informó de verdad sobre mí, sabrá cómo empecé: vigilaba coches por la noche en la calle y, cuando ya daba la madrugada, me iba a Mercalaspalmas, llenaba un furgón con fruta y la vendía por los mismos barrios que me pateaba por la noche. Sé lo que es partirme el lomo y sé lo que es no tener dónde caerme muerto. Desde chico aprendí que nadie te va a regalar nada, que lo que tengas en la vida te lo vas a tener que ganar tú y que solo hay un objetivo en esta vida que valga la pena: que a tus hijos no les falte nunca de nada. Y, si para conseguir eso, hay que pisarle la cabeza a quien haga falta, se le pisa la cabeza y punto y pelota. Yo no soy hipócrita, Monroy. Yo soy un tío que se crió en la calle y sabe lo que es el sudor. No tengo estudios ni tengo modales finos. Solo tengo dinero. Pero, teniendo dinero, ¿para qué necesito los modales y los estudios?

Eladio Monroy mientras tanto investiga, almuerza y cena, tontea con su novia, cuida su relación con su hija, amante de las causas perdidas y lee –tendré que conseguir el Diccionario jázaro de Milorad Pavić, una de cuyas citas abre este volumen: “La verdad es transparente y no se ve, la mentira es opaca y no deja pasar la luz ni la mirada”– mientras manifiesta su interés por los libros, algunos de los cuales ya hemos hecho referencia en este mismo blog:Volvió a entrar y novelereó los libros de la estantería, donde abundaban las ediciones de bolsillo de Terry Pratchett y las sagas de fantasía épica y ciencia ficción, junto a algunas novelas policíacas. Solo había un libro canario, Si le digo le engaño, de Carlos Álvarez. Monroy no lo había leído, pero, por lo que sabía, iba sobre dos tipos que salían a pescar y volvían con cien kilos de cocaína de la mejor calidad. Buena pinta. Tendría que pillarse un ejemplar.”

Me recuerda también Morir despacio al mejor Charles Williams en los capítulos finales de la novela. 

Quien haya leído a Williams sabrá porqué lo digo, quienes no lo hayan leído se lo pierden. Esas cosas pasan.

Baste avanzar que Charles William trasladó al mar muchas de sus historias negro criminales. Y Ravelo traslada al mar la que quizá sea, a mi juicio, la mejor escena de su Morir despacio.

Un duelo en el que dos hombres frente a frente, en una barca que flota en la inmensidad del océano, se ven las caras. El diálogo resulta de cine mientras la tensión crece.

A mi me recordó a El arrecife del escorpión, a Calma total.

Y es en estos capítulos donde encuentro al mejor Alexis Ravelo, donde aprecio su vigoroso pulso narrativo pese a que esté constreñido por el universo de Eladio Monroy.

Un Monroy que en esa barca adquiere insólita doblez.

O lo que podría ser su reverso tenebroso.

Saludos, un lunes extraño, desde este lado del ordenador.

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