La casa Lercaro, una novela de Mariano Gambín

Cuando apareció Ira Dei. La ira de Dios en el panorama literario canario nadie se esperaba –entre ellos su propio autor, Mariano Gambín– el éxito que iba alcanzar entre los lectores la primera parte de una trilogía que, tras El círculo platónico, cierra ahora con La casa Lercaro (Roca Editorial).

Todavía son muchas las voces que cuestionan el trabajo de Gambín, el milagro que ha hecho posible que un escritor que nunca ha ido por la vida de escritor, trascendiera la pequeña e interesante editorial independiente con la que se dio a conocer, Oristán y Gosciano, para desembarcar en un sello de los considerados majors en el mercado nacional como es Roca.

Si se leen las tres novelas que conforma lo que se ha venido a denominar como su trilogía lagunera, puede entenderse sin embargo las claves por las que ha alcanzado popularidad estas tres novelas, ya que se tratan de productos perfectamente armados, que han sabido reinterpretar los elementos del thriller a una geografía tan nuestra como es La Laguna, evitando en todo momento trascendencias y filosofía de bolsillo para contar simple y llanamente historias con aroma a folletín.

Un aroma a folletín que, inevitablemente, al lector sin prejuicios por lecturas mayores o menores termina por seducir.

Gambín escribe capítulos muy cortos, los protagonistas de sus tres novelas obedecen a estereotipos fácilmente reconocibles y, además y lo mejor a mi juicio, es que escribe thriller que desarrolla en La Laguna con absoluta libertad, adaptando las calles y plazas de la ciudad como escenario en el que desarrollar historias con acción trepidante en muchas casos deliciosamente hollywoodiense.

Mariano Gambín cierra con La casa Lercaro –aunque quizá pronto nos volvamos a reencontrar con algunos de los personajes de estas tres novelas en futuros trabajos de ficción del autor– su ciclo lagunero demostrando que detrás del escritor que nunca quiso ser escritor sino un sencillo y atrevido contador de historias, se encuentra un buen narrador. Un narrador que en La casa Lercaro revela además a un hombre que ha sabido madurar literariamente habñando.

Quizá por ello, me resulta esta tercera entrega la mejor de las que ha escrito hasta la fecha, ya que aquí hay más del Mariano Gambín escritor que el de contador de thriller.

Un paso hacia delante que no desmerece el esqueleto ni el vistoso y atractivo traje con el que viste –no disfraza– La casa Lercaro. Una novela de aventuras que cabalga sobre La Laguna y también Santa Cruz de Tenerife, ciudades que Mariano Gambín en apenas tres o cuatro trazos hace creíbles como territorio de aventura. Una aventura que en La casa Lercaro adquiere tintes sobrenaturales, con el célebre fantasma que dice la leyenda habita la hermosa mansión lagunera –hoy Museo de Historia–,  y de insólito carácter romántico.

En el cuadrilátero de sus personajes principales, el inspector Galán, la arqueóloga Marta Herrero, la periodista Sandra Clavijo, destaca en esta historia Luis Ariosto, probablemente el personaje más atractivo del grupo de investigadores a la fuerza, y a quien Mariano Gambín humaniza en esta tercera entrega tras ironizar sobre su supuesta homosexualidad y la ambigua relación que mantiene con su leall chófer Olegario.

El escritor aprovecha también las páginas de la novela para bromear sobre su éxito como autor de ventas, así como dirige críticas a la realidad política y social que caracteriza las islas en las que vivo.

Ya lo demostró con El círculo platónico, aunque en La casa Lercaro estas pullas discretas van directas al centro de la línea de flotación. Solo hay que quedarse con su doble sentido.

El pianista, entre acorde y acorde, reconoció entre los elegantes invitados –no era necesario vestir de etiqueta: traje y corbata para ellos, vestido de cóctel para ellas– a un grupo selecto de personalidades de la vida social y política de la isla. El presidente del Cabildo, que disfrutaba como pez en el agua aparentando conocer a todo el mundo y estrechando cuantas manos se ponían a su alcance; el alcalde, a quien las últimas encuestas invitaban a una jubilación anticipada tras el previsible resultado de las inminentes elecciones; el aspirante a alcalde, jefe de la oposición, que miraba inquisitivamente a los ojos a quienes se cruzaban con él buscando un reconocimiento que no siempre llegaba; la directora del museo, cuya forzada sonrisa revelaba la tensión que aquella velada le producía, muy alejada de la cotidiana labor anodina de su despacho. Todos ellos rodeados por otros políticos de segunda fila, por miembros del estirado cuerpo consular y por un conjunto de gente bien compuesto por una mezcla de poseedores de apellidos interminables y de arribistas aupados por la fortuna –o un buen padrino– a la élite de la sociedad tinerfeña del momento.”

La acción de La Casa Lercaro se inicia durante la inauguración de una exposición que exhibe algunas de las banderas que se portaron en el frustrado ataque del contralmirante Horacio Nelson a las costas de la capital tinerfeña y acto en el que se produce un asesinato ritual. Al mismo tiempo aparece el fantasma de un alma en pena que, una vez comienza a desarrollarse la acción, toma como protagonistas la sede del actual Museo de Historia, un pozo en ese mismo Museo de Historia, así como un inquietante y seductor multimillonario argentino, una médium con atractivos que van más allá de su supuesta comunicación con, precisamente, el más allá, y un tesoro escondido que ha guardado a lo largo de los años monedas que hoy resultan de incalculable valor.

Para contarnos todo esto, separando a sus protagonistas y volviéndolos a unir, narrando una eléctrica historia de amor entre la médium y el ambiguo hasta ahora Ariosto, Gambín pinta al fondo una ciudad, La Laguna, que el autor amplifica y reivindica sin trazo grueso. Haciéndola, para que me entiendan, mucho más atractiva de lo que es al mostrarnos los misterios que se esconden tras sus señoriales mansiones al recuperar ese pasado castellano que la caracteriza como la gran ciudad de frontera que fue.

El escritor cuenta así la historia de una casa con apellido en la que se nota un trabajo previo de rigurosa investigación. Elementos que acopla y dan consistencia a un título que te enseña lo que hay detrás de esas grandes casas que datan del siglo XVI, XVII. Más o menos lo mismo que ya hizo en El círculo platónico con los templos que salpican la geografía del casco antiguo lagunero.

Sin embargo, lo interesante de la tercera entrega de Ira Dei, La casa Lercaro, es que más allá de su misterio, más allá de su trepidante aventura, más allá incluso de los rasgos con los que pretende justificar las aparentes excentricidades de Ariosto, Gambín se nos revela como un escritor dotado para dar vida a la amplia galería de secundarios que rodea como satélites al grupo de investigadores protagonistas.

Estos secundario, muchos de los cuales apenas aparecen en una, dos, tres páginas, dan credibilidad y consistencia al universo imaginado por Gambín porque resultan, decíamos, reales como elementos de la historia, las historias, que desarrolla el escritor en su novela.

Y no es un trabajo fácil, porque todos ellos forman parte de esa geografía lagunera en el que pasado y presente se dan la mano al ser articulados con pericia en una trama repleta de misterios por resolver, algunos de cuyos senderos terminan confluyendo en una capital tinerfeña que, entre otros retratos, describe el autor: “La bahía de Santa Cruz brillaba bajo el sol del mediodía. La cordillera de Anaga, al fondo, a la izquierda, compartía decorado con un puñado de barcos fondeados en la ensenada. Más cerca, la actividad del puerto de la ciudad, con varios cruceros repletos de turistas, competía con el bullicio de la plaza de España y su enorme fuente de un solo chorro, que recordaba siempre a un estanque medio vacío.”

Y casi como si controlara los hilos, aunque su retrato esté caracterizado por la ambigüedad, la inquietante figura de un multimillonario argentino rodeado de un ejército de guardaespaldas cuya presencia parece que deja abierta el novelista para que aparezca en nuevas aventuras no sé ya si con  los cuatro investigadores que han protagonizada la trilogía.

Y todo ello puesto al servicio de una historia que solo pretende entretener. Literatura para unos mal llamada ligera, inconscientes del trabajo que implica y de lo complicado que resulta enganchar al lector. Lector, lectores, que han conectado con esa La Laguna misteriosa perfectamente reconocible para quienes tenemos la suerte de conocerla pero también cuajada de atractivos para quienes no han tenido la oportunidad de pasear por una ciudad que, insisto, durante un tiempo fue señera como núcleo urbano de frontera.

Mariano Gambín me recuerda así a un escritor con todas sus letras más próximo al universo del James Bond literario que al de otros autores de éxito que hoy por hoy copan la lista de los libros más vendidos. Y escribo Bond porque la trilogía de Ira Dei --salvando distancia temporales y de géneros-- tiene algo del espíritu de Ian Fleming, el creador del agente secreto 007, cuando describe los platos de una cena o de un almuerzo y los vinos que acompañan a esas viandas, así como la sensación de que todo lo que se cuenta va en función de la historia. Incluso en aquellos capítulos en los que, aparentemente, no pasa nada pero en los que planea siempre una sombra ominosa, un continuará que obliga a continuar con su lectura hasta llegar a un final que si bien no está lo suficientemente amarrado, sí que me parece la más literaria de las tres novelas de la serie.

NOTA: La casa Lercaro se presenta el martes, 19 de marzo, en el Casino de Tenerife.

Saludos, ¿acaso es Amaro Pargo quien llama a la puerta?, desde este lado del ordenador.

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