El hombre es un lobo para el hombre
No sé si la culpa la tiene el Víctor porque hay cines que tienen la culpa de que cualquier cosa que vea en ellos me guste y la disfrute en unos tiempos donde ver cine es sinónimo de multisalas con olor a cotufas… Y el cine Víctor es cualquier cosa menos un multicine, y eso es un plus en estos tiempos en los que rascarme el bolsillo para refugiarme dentro del vientre de un cine es igual a dinero malgastado…
Es probable también que la película que penetra en mis ojos me deje lelo, y que no sepa si ponerme a reír o a llorar por la crueldad en clave cómica, a veces rayando la misma parodia, que Martin Scorsese insufla a El lobo de Wall Street, que no es otra cosa que la historia de un timador.
De un hijodeputa timador de altos vuelo que explica mi rechazo instintivo a los ejecutivos que visten traje y corbata. Ya saben, lobos que se disfrazan con piel de cordero y que tienen el talento de venderte cualquier cosa. Una nevera a un esquimal, o un simple bolígrafo que, encima, es tuyo.
Lo del bolígrafo aparece en una de las escenas, a mi juicio, definitivas de este viaje politoxicómano donde se rinde culto al becerro de oro. Ese becerro de oro que en nuestros tiempos tiene forma de dinero.
Puto, maldito dinero.
El lobo de Wall Street me hace pensar en una etapa de mi ya lejano pasado, cuando estudiaba periodismo y otros compañeros de generación carreras que estaban cobrando una importancia que hasta ese momento resultaba desconocida.
Estaba el grupo de los de económicas y también los de empresariales, colegas que adoraban a un tipo que se llamaba Mario Conde y a ministros que manejaban nuestros dineros y que respondían al nombre de Carlos Solchaga, entre otros.
Esa misma gente que devoraba, por primera vez en su vida, libros que firmaba un tal Jesús Cacho y en los que se celebraba el ascenso al poder de una generación de lobeznos que solos pensaban en conseguir su primer millón sin haber cumplido aún los veinte años.
El irregular Bret Easton Ellis escribió sobre esta generación de monstruos modernos en American Pyscho, y Oliver Stone, que es un cineasta al que le ha confundo bastante su visión de la izquierda, contribuyó al mito de que el dinero nunca duerme en Wall Street, donde el Gordon Gekho que interpreta Michael Douglas casi devora al aprendiz de brujo que encarna Martin Sheen…
Todas estas imágenes, a modo de flashes, se me cruzan por la cabeza viendo al lobo de verdad que nos revela Scorsese en su última película, película que está basada en las memorias de Jordan Belfort, y que interpreta en pantalla un cada día más vitaminado y seguro de sí mismo Leonardo DiCaprio.
Dicen que El lobo de Wall Street se parece a Uno de los nuestros, y tiene al menos ese espíritu aunque, qué quieren que les diga, casi parece que a Scorsese le caen mejor la pandilla de mafiosos italonorteamericanos que estos cachorros igual de mafiosos que solo piensan en ganar mucho dinero.
O la pasta que le roban a ricos y a pobres, que lo mismo da mientras tengan dinero.
¿Es El lobo de Wall Street una película política?
Creo que sí, pero sobre todo es una película sobre el hedonismo y la codicia sin un puñetero asomo de moralidad porque está basada, recuerdo, en las memorias de Belfort, el hijodeputa que ahora se enriquece dando cursos de técnicas de venta y gracias a esta película que me hace recordar lo peor que entrañan los años ochenta.
Aquella década prodigiosa que, artísticamente no ha terminado de cuajar, pero que dio origen a yuppies enfermizos y a aquellos jóvenes sobradamente preparados para quitarte el último euro que te queda en el bolsillo.
Vista así, El lobo de Wall Street despierta todos aquellos fantasmas que tanto detesté de los ochenta y principios de los noventa, aunque Scorsese tiene la mano suficiente para venirte a contar que detrás de tanto talento para timar no hay nada salvo rodearte de los lujos más extremos y que el dinero, vaya, continúa moviendo montañas.
También, que aquellos tiempos fueron una fiesta estrafalaria, donde la cocaína se movía como Pedro por su casa.
Tras la película, de la que ya se han escrito ríos de tinta y donde unos celebran la recuperación de Martin Scorsese y otros su defunción, me quedo con ese siniestro despertar a la anormalidad que me rodea tras contemplar un filme que va a traer cola.
La cola suficiente para darme cuenta que, efectivamente, el tiempo es cíclico… Y que los hijosdeputa continúan entre nosotros para timarnos los últimos ahorros.
Un consejo: yo no me perdería El lobo de Wall Street.
Claro que dicho así parece que quiero tomarles el pelo.
¿Me presta su bolígrafo?
Saludos, el hombre es un lobo para el hombre, desde este lado del ordenador.
Enero 21st, 2014 at 18:43
me jode no estar de acuerdo con usted, amigo Eduardo, del mismo modo que me jode el no poder defender a mi adorado Scorsese, pero la película en cuestión me ha parecido un truñazo intragable, una suerte de intentar repetir la grandeza de Uno de los nuestros que se queda en nada.
Enero 21st, 2014 at 19:07
Pues no debería de joderle, amigo Daniel… Y sí, yo me quedo antes también con Uno de los nuestros, Taxi Driver, Al límite, Toro salvaje… Aunque este lobo me hizo reír y odiar un poco más a los hijosdeputa.