Tragedias de una vida vulgar
Divertida y amarga a ratos, Roberto A. Cabrera propone en Interregno una novela intensa, trabajada y con muy pocas pero agradecidas páginas. Algo así como el más difícil todavía, y con un título extenso y explicativo que ya avisa por donde irán los derroteros de un relato muy pegado a la realidad: Interregno. Pasión e instante en la vida de Humberto Laredo, fotógrafo (Editorial Trifolium, 2017).
Puestos en antecedentes por el autor, la novela registra la existencia de un hombre vulgar, gente corriente, al que observamos en su trabajo, fotógrafo en la redacción de un periódico de provincias, y en su vida sentimental. Vida amorosa que está marcada por un amor perdido y la relación que mantiene ahora con su actual pareja, Natividad.
La novela invita al lector a conocer la vida de un hombre que no quiere presiones aunque se ve envuelta en ellas quizá porque atrae sin quererlo situaciones insólitas. Muestra, de paso, el absurdo de una vida que puede ser la de cualquiera.
Si a ello se suma una existencia profesional y sentimental mediocre, Interregno es una obra que no descuida en revelarnos las miserias y grandeza de un atolondrado protagonista, un personaje que ha encontrado su refugio en la fotografía con vocación artística y no la que le da de comer. Imágenes que escoge o rechazan unos juntaletras que ofician de redactores jefes, caricaturas, parodias de periodistas que resultan, no sé por qué, tremendamente reales.
Pese a esa molicia, Humberto encuentra en el veterano periodista Saturnino no un guía o maestro, pero sí un tipo con experiencia e historias que contar, aunque las cuente en el bar La Prensa y solo a personas autorizadas como Humberto.
En este sentido, revelador el parlamento que el veterano le suelta mientras toman café: “Y yo sufrí una crisis de fe y abrecé el fascimo. ¿No se lo había contado, joven? Me alisté en Falange. Ahora veo con claridad cuán próximos estábamos los fascistas y los comunistas de primera hora. Los jóvenes de entonces o se hacían comunistas o se hacian fascistas. Y huímos de lo mismo, del mismo aire podrido.”
No, no queda demasiado bien el periodismo y los periodistas en Canarias en algunos de los títulos que se me vienen a la cabeza y en los que este oficio no es que sea protagonista de las historias pero sí un elemento fundamental para entender la agonía de los personajes. Se me viene a la cabeza El orden del día, de Ezequiel Pérez Plasencia y Las calmas aparentes, de Federico J. Silva, aunque hay más, algunas más en las que los periodistas, los que deberían trabajar para comunicar hechos más que profesionales, son comemierdas y pelotas.
Este mundo, más bien submundo, es clave para entender este desarmante viaje a ninguna parte. O la existencia resignada y patética de Humberto, un espíritu cándido, de esos que se deja llevar por la fuerza de las mareas. Ora alcanza la orilla, ora se aleja de ella…
En cuanto a la relación sentimental, Humberto Laredo arrastra un amor perdido, una losa pesada con la que fustrar sus sueños. Está con su actual pareja, Natividad, y su hija pequeña, más que por amor, para no estar solo.
Interregno, Pasión e instante en la vida de Humberto Laredo, fotógrafo sorprende no ya por la originalidad de su punto de vista, un narrador omnisciente que ironiza sobre estas pequeñas tragedias de la vida vulgar, sino también por las aventuras cotidianas a las que se enfrenta un hombre que no es consciente de que está vivo. De ahí que todo en este libro pequeño pero grande en contenidos, sepa como a un sueño.
La novela se lee de una sentada. Y esa sentada exige una relectura para continuar exprimiendo un textos que refleja sensaciones en las que cualquiera, me temo, se va a sentir reflejado. El libro, ,ás que golpear, sacude al lector y le obliga a que se mire en el espejo e intente reconocer la imagen que tiene de sí mismo.
Merece la pena adentrarse en este Interregno. Un paréntesis en la vida de Humberto, fotógrafo, con su grumo existencial en el que más que decir se sugiere. Una novela de sutil, contenida, que invita a esa sonrisa torcida que acaba en mueca.
Ya saben, la vida, ese maravilloso absurdo que no dura eternamente.
Saludos, magua, desde este lado del ordenador.