No leas, es perjudicial para la salud
“No hay mierda que importe una mierda”, Jimy Gold, John Rothstein
La literatura, los escritores y el hecho de escribir son una constante en la copiosa producción de Stephen King, probablemente uno de los autores si no más leídos, sí que más vendidos por explorar sus miedos que viene a ser el de todos nosotros.
Los escritores reciben bastantes palos en novelas como Misery, en la que una enfermera secuestra y tortura a su autor de cabecera, un escritor de novelas románticas; y en La mitad oscura, donde el pseudónimo de otro escritor de éxito cobra, literalmente, la vida.
Se dibuja sin pudor así mismo y frente a la pantalla del ordenador en Mientras escribo, un interesante retrato en el que revela cómo funciona como escritor, lector y frente a sus seguidores, y habla de su amor incondicional a la literatura en la colección de relatos El bazar de los malos sueños y también en Quien pierde paga, segunda entrega de una trilogía que inició con Mr. Mercedes y culminó con Fin de guardia.
Protagonizada por Bill Hodges, detective de la policía jubilado, Quien pierde paga propone un interesante trabajo sobre los lectores que construyen altares imaginarios a sus autores de cabecera.
El escritor de la novela se llama John Rothstein, un híbrido de John Updike y J.D. Salinger, autor que dejó varias historias inéditas de Jimy Gold antes de ser brutalmente asesinado, y novelas que solo conocen de su existencia un psicópata sexagenario y un adolescente con mucho gusto por la lectura.
Quien pierde paga no es una de las mejores novelas de Stephen King pero sí un eficaz entretenimiento que hace que uno piense sobre su papel de lector y hasta que punto la adoración por un autor/a puede ser peligrosa.
Esta relación se acentúa con notable pericia en la primera parte de la novela, y en la que todavía no ha aparecido ni Hodges ni sus socios.
Stephen King se toma su tiempo para perfilar el carácter de estos dos lectores. Por un lado, presenta a un psicópata y por otro a un adolescente, los dos chiflados por la obra de Rothstein y especial por las novelas que protagoniza Jimy Gold, una especie de cruce entre Holden Caulfield y Harry «Conejo» Angstrom, un rebelde inspirador que con frases como “No hay mierda que importe una mierda”, se ha metido en el saco a los dos lectores antagonistas de esta novela.
En Quien pierde paga el chico se lleva lo mejor, aunque sufrirá, como sufren todos los personajes de King, antes de que termine la novela. En la historia, y como de una caja de Pandora se tratara, las cosas comienzan a torcerse cuando descubre un cofre enterrado que contiene dinero y manuscritos inéditos de la serie Gold que dejó escrito y sin publicar Rothstein, un ermitaño que abandonó la carrera literaria en la cima del éxito.
El cofre fue enterrado por el lector psicópata, quien obtiene la libertad tras pasar media vida entre rejas. Ya en la calle, solo tiene una idea en la cabeza, recuperar el cofre y ponerse a leer en esos cuadernos Moleskine las novelas inéditas con el fin de evadirse de su triste realidad.
Stephen King describe en la primera parte el asesinato del genio literario, quien tiene bastante genio cuando se enfrenta a su asesino, ese lector psicópata que no le perdona lo que ha hecho con Gold. Leyéndolo, uno imagina que King observa con recelo a sus seguidores, que ser reconocido no es lo suyo, que teme la pasión de sus fans.
Quien pierde paga desacelera en su segunda mitad, que es cuando aparece precisamente el protagonista de la trilogía Bill Hodges.
Bill Hodges no es un mal personaje, pero le quita cierto espesor literario a una novela que hasta ese momento exploraba esas claves con franco pesimismo. Hodges viene a ser en Quien pierde gana como la caballería en las películas de vaqueros, así que la historia toma otro rumbo para terminar en un final fantástico que augura por donde irán los derroteros de Pie de guardia, la novela que cierra una trilogía que sin ser de lo mejor de su autor, cuenta con retratos humanos muy de King, un escritor que describe personajes y ambientes que suelen salirse de lo corriente.
Saludos, ¡¡¡NO AL CIERRE DEL TEATRO TIMANFAYA!!!, desde este lado del ordenador