Una noche de otoño una piba…
Me acerqué a la piba intentando que no notara los nervios que me sacudían el cuerpo. Joder con las descargas eléctricas… estaba seguro que si la tocaba la dejaba seca bajo la luz de la farola.
Nuestras miradas se cruzaron y creo que hasta saltaron chispas. Estaba por fuera del TEA Tenerife Espacio de las Artes y era de noche, casi al borde de la tres de la madrugada…
- Psss, psss.- me animé al fin a llamarla disimuladamente- ¿lo tienes o no lo tienes?
La tipa se ajustó el vestido.
- Tener, tengo de todo.- me dijo.
- ¿De todo?
- Mi niño, eso depende de lo que tú entiendas por todo…¿No te basta con lo que tienes delante?
Lo que hubiera dado entonces por un cigarrillo. Sentir de nuevo la raspa del humo de tabaco bajar por mi garganta y joderme más los pulmones.
- Quiero el catálogo de la exposición Poesía y pintura. La tradición canaria del siglo XX…- lo solté así de corrido, como quien quiere ahorrarse más estupideces.
La señora puso los brazos en jarras.
- Madre del amor hermoso, eres el veintitantos que viene hoy a llevárselo de estraperlo…
- ¿Veintitantos?
- Veinticinco para ser exactos. Y la mayoría eran mujeres. Quién lo iba a decir con todo el escándalo.
- Bueno, ¿tiene o no tiene el puto catálogo…?
- Tenerlo –dijo la tipa acariciándose la barbilla– tenerlo no lo tengo.
- ¿No?
- No.- respondió la piba.
- Vaya.- dije dando media vuelta…
- Chacho, chacho -me gritó cuando ya cruzaba bajo los arcos del puente– que el puto catálogo como dices ya no está secuestrado, que los lumbreras de Cultura comenzaron a distribuirlo esta misma semana…
Me quedé clavado en la acera.
- ¿Y entonces?
- Entonces ¿qué?
- Pues que pasó con la exposición.
- ¿La exposición?, la exposición de momento duerme la siesta.
- ¿La siesta?
- Más tonto imposible.
- ¡Ay mi cabeza!.
.
- Mejor otra decisión salomónica de los lumbreras del Gobierno de Canarias.- dijo la piba con voz seria y cavernosa.
Me retiré a mi mansión cuando el reloj de La Concepción daba las cinco de la mañana. Lo que hice antes no viene al caso aunque cuando salí de su casa noté que flotaba en el ambiente una humedad que invitaba a las cucarachas a salir de sus escondites y a tomar las calles como si estuvieran de carnaval.
En algún lugar, un perro aulló.
Un aullido triste como el de todos los perros.
Saludos, ¡No al cierre del teatro Timanfaya!, desde este lado del ordenador.