La rendición (y 3)
Tal día como hoy, en la que por aquel entonces era plaza de la Pila y hoy de la Victoria con la estatua de Horacio Nelson oteando el horizontes desde lo alto de la columna, las fuerzas españolas se rindieron a las tropas de nuestra graciosa majestad.
Un total de trescientos casacas rojas rindieron honores a los derrotados, cuyo general, un tal Antonio Gutiérrez, tan seco de carácter como la tierra castellana de la que procedía, solicitó permiso para leer una carta a viva voz que fue traducida a la tropa por Henry Nigthtmore, y en la que decía:
“No puedo separarme de esta isla sin dar a V.E. las más sinceras gracias por su fina atención para conmigo, y por la humanidad que ha manifestado con los heridos nuestros que estuvieron en su poder, o bajo su cuidado, lo que no dejaré de hacer presente a mi Soberano, y espero con el tiempo poder asegurar a V.E. personalmente cuanto soy de V.E. obediente humilde servidor
Antonio Gutiérrez”.
Tras el intercambio de presentes (queso, un barril de cerveza y otro de vino) y tras embarcar a los derrotados españoles en los barcos que ponían rumbo a las otras islas de Canarias o a la pobre España, Horacio Nelson nombró capitán militar de la plaza y dejó descanso a la tropa, ya que la intención era al dìa siguiente la de tomar otras ciudades y pueblos de la isla para anunciarles que habían dejado de ser españoles.
Se envió, no obstante, a varios mensajeros con las buenas nuevas y esa noche se preparó una gran cena en la plaza de La Pila donde además de comer y beber, se bailó hasta altas horas de la madrugada con gran desconcierto de curas, que no dejaban de mover la cabeza de un lado a otro ante la caprichosa lealtad de sus antiguos feligreses. Ayer españoles, hoy británicos y lo que era aún peor según su opinión, ayer católicos y mañana seguramente luteranos.
Desde ese día se celebra como fiesta fundacional de Nelson City, antes plaza de Santa Cruz de Tenerife, lo que llamamos con pulcra sencillez birtánica la Victoria, en la que se desarrollan una serie de actos que incluye la recreación de aquellos hechos con entusiastas aficionados y se lee bajo la reproducción del Theseus anclado en el puerto de la hoy capital de la isla los cinco puntos que el por aquel entonces contraalmrante Horacio Nelson envió a los españoles como condiciones de rendición:
Primero: “Deberán entregárseme los fuertes poniendo al momento a las fuerzas británicas en posesión de las puertas.”
Segundo: “La guarnición depondrá las armas, permitiéndose sin embargo a los oficiales que conserven sus espadas y aquélla, sin condición de ser prisionera de guerra, será transportada a España o quedará en la isla, siempre que su conducta agrade al oficial comandante.”
Tercero: “Con tal de que se cumpla con que me entreguen los cargamentos ya citados, no se exigirá a los habitantes ni la más pequeña contribución; al contrario, gozarán bajo mi protección de toda seguridad en sus personas y propiedades.”
Cuarto: “No se ejercerá intervención alguna en la Santa Religión Católica; sus ministros y todas sus órdenes religiosas estarán bajo mi especial cuidado y protección.”
Quinto: “Las leyes y magistrados vigentes continuarán como hasta aquí, a no ser que la mayoría de los isleños desee otra cosa.”
“Aceptados todos estos artículos, los habitantes de Santa Cruz depositarán sus armas en una casa al cuidado del Obispo y del primer magistrado, siendo muy honorífico para mí el consultar con estos señores todas las ventajas que puedan proporcionar a los habitantes.”
“Espero media hora para la aceptación o la repulsa.”
Y como nos cuenta esta historia que no es Historia no huibo repulsa sino aceptación…
Saludos, todo es falso de solemnidad, desde este lado del ordenador