Pa ellos solos, como siempre

Me acerqué a la hoguera y vi cómo estaban quemando los libros. A mi alrededor un grupo de personas se calentaba con el fuego que alimentaban entre otros las obras completas de Francisco de Quevedo y pregunté al vecino que estaba al lado de quién había sido la idea. No supo decirme, eso interpreto porque se encogiò de hombros. En fin, no sabía si estaba en un sueño o de si franqueaba la realidad pero me di cuenta no sé si demasiado tarde que aquellos libros procedían de mi desordenada y caótica biblioteca pero todo era por el bien comùn, me dije para disculparlos y disculparme (es que hacía demasiado frío). Me pregunté la razón de que no hubieran comenzado por los autores canarios.

- Es que la mayoría arden con pasmosa facilidad- me dijo un tipo con gafas de culo de botella y acento de aquí. Al escuchar su voz se me puso la piel de gallina y le pregunté cómo me hablaba si yo no le había dicho nada. Me limité a pensar y aquel oligofrénico con pinta de intelectual de los que van a TEA hizo como una sonrisa que me puso la piel de gallina.

- Chacho-dijo de pronto una voz femenina- deja en paz al caballero.

Entre la masa de gente que había en torno a la hoguera se abrió paso una señora entrada en años como un servidor. Llevaba de una correa a dos perros, una podenca de aspecto noble y un mil leches con pinta de lobo negro más bueno que el pan. Se quedó entre el tipo de las gafas y el otro tipo con gafas, que soy yo, los tres hipnotizados con el dubujo caprichoso de la llamas mientras caía el atardecer y se avecinaba la noche.

- Hace frío.- dijo la tipa de los perros.

Una mano cogiò del montón de libros canarios sendos volúmenes de XXXX, XXX y XX.

- Yo que usté no lo haría.- dije a las sombras que parecian bailar bajo la luz del fuego.

- Es que hace frío.- dijo la plebe. Y por primera vez en esta isla cavernosa comenzó a nevar en la costa. Alguien pegó ujn grito y otra voz dijo que tranquilizaran a la ñora porque era nieve. Una nieve canela, para nada blanca como el suéter que llevaba encima.

- Tira los putos libros, mano.- ladraron a un lado y al otro del corro, cada vez más nutrido de vecinos. La mano invisible obedeció y arrojó a las llamas aquellos libros, añadiendo otro de X, a la hoguera. Hubo un coneto de pelea. Al acercarme me enteré que era porque la individua de la mano anónima no quería desprenderse de un ejemplar de Como un perro rabioso de Alberto Vázquez Figueroa. No sé como terminó la cosa porque en ese momento, cuando los libros de XXXX, XXX, XX y X tocaron las llamas se produjo una explosión que barrió todo a varios metros a la redonda.

Afortunadamente no hubo víctimas mortales pero sí heridos y una noticia que cayò como un mazazo entre todos los que estábamos allí.

- ¡La hoguera se apagó!.- dijo la tipa de los perros.

- Los muy cabrones –razonó el de las gafas con pinta de oligofrénico (¿sería mi reflejo?)– querían el fuego pa ellos solos. Pa ellos solos, como siempre.

Alcé la mirada a la noche para contemplar la media luna y unos copos de nieve me cegaron la visiíon.

- Como siempre, pa ellos solo, pa ellos solo.- decía mi reflejo o el tipo de las gafas con pìnta de oligofrénico.

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