Baraka, una novela de Javier Hernández Velázquez

La guerra del Rif ha dado origen a grandes novelas de la literatura española. Entre otras, Imán, de Ramón J. Sender; La forja de un rebelde, de Arturo Barea y el quinto tomo de los Episodios Nacionales Contemporáneos, El desastre de Annual, de Ricardo Fernández de la Regera y Susana March. Recientemente, se han sumado a recrear sus historias en este amargo contexto histórico escritores como Lorenzo Silva e Ignacio Martínez de Pisón, nombres a los que se suma ahora la novela Baraka, de Javier Hernández Velázquez, relato que protagoniza Gabriel, un joven tinerfeño que vive en sus carnes la derrota de Annual y quien en su transitar por el desierto mientras huye del enemigo, comienza un viaje iniciático acompañado de un misterioso personaje que los transformará como persona.

La novela, que empieza y termina en Santa Cruz de Tenerife, está excelentemente documentada y pone de manifiesto la madurez de su autor, quien ha ido soltando los lastres que lo hicieron retroceder en algunas de sus experiencias literarias anteriores.

La novela se desarrolla en lo que hoy es Marruecos y la capital tinerfeña entre la década de los años 20 y la primera mitad de los 30, tiempos en los que se produjeron grandes cambios en el mapa de España y de Canarias.

Javier Hernández se sirve de estos elementos para narrar un doble viaje>: el interior que inicia su protagonista y la nada cotidiana de una ciudad, Santa Cruz de Tenerife, que también comienza un proceso lento de cambios en su fisionomía urbana y en la filosofía de sus habitantes.

Gabriel bascula su corazón entre dos mujeres: el amor que siente por Amparo, su compañera en Tenerife, y Lucia, a quien conoce en tierras del norte de África. No obstante, y además del acento romántico y el que el propio marco histórico impone, Baraka es más una novela de aliento místico, metamorfosis que acentúa con el viaje de carácter iniciático por el desierto que emprende un acosado Gabriel ante los rifeños y sus más que demonios, contradicciones espirituales.

Los nombres de los personajes principales avisan que bajo el relato histórico, el de la gran humillación por la derrota y el gran número de muertos con el que se saldó esta guerra librada en un remoto lugar del norte africano, respiran otras intenciones. En la segunda parte de la novela, al contrario, emerge un nuevo personaje, Miguel, hermano de Gabriel, un elemento que sirve como contrapunto y de vuelta a la normalidad digamos que literaria y situaciones que describe con notable pulso realista el escritor.

En cuanto al marco histórico en el se desarrolla, resultan muy creíbles las escenas del desastre de Annual, descripciones notablemente inspiradas en Imán. En el desierto, Gabriel, el protagonista, al huir de los rebeldes rifeños encuentra escondite en las tripas de un caballo.

Destacan también las pinceladas sobre aquel Santa Cruz de Tenerife en el que se bailaba charlestón y recupera, como recupera Alfonso Delgado en Queda la broza, una capital de provincias que se divirtió y lloró las primeras décadas del siglo XX.

Santa Cruz de Tenerife tiene en las novelas de Javier Hernández Velázquez un protagonismo que va más allá del espacio geográfico. Ha hecho de la ciudad su ciudad literaria. El pasado de la capital lo cuenta en buena parte de El fondo de los charcos y ahora en Baraka. El contemporáneo domina prácticamente el resto de su producción, de marcado acento negro y criminal.

Baraka se aparta del género policíaco para contar cómo un aprendiz se hace maestro en un contexto histórico de sangre y fuego. También de profunda decadencia de un país acostumbrado a las cosas mal hechas. La redención, que sí es un tema recurrente en anteriores trabajos de Javier Hernández Velázquez, alcanza en ésta proporciones espirituales que narra casi con acento épico, por lo que pierde pero también gana el personaje, ya que no queda absorbido por ese contexto histórico en el que parecía que las fuerzas de la naturaleza iban a cambiar los sueños y las esperanzas de los españoles.

No hubo cambio pero sí más de lo mismo tras el estallido de la Guerra Civil –Baraka llega hasta finales de julio de 1936– lo que todavía suscita preguntas, sobre todo la de imaginarse qué hubiera sido de este país si Franco hubiese perdido la guerra.

Javier Hernández consigue con Baraka construir una novela en la que confluye la revelación personal como la de una sociedad que se moderniza. El escritor logra mantener el tono y despierta la curiosidad de un lector que, al menos en nuestro caso, siente especial interés por una guerra, la del Rif, gracias a la excelente literatura que se ha producido en torno a ella con el fin de que permanezca viva en nuestra memoria.

Saludos, hermanos y hermandas, desde este lado del ordenador

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