La Roca
Ha pasado ya mucho tiempo pero sigo mirando a Roy Harold Scherer, Jr. (Winnetka, Illinois, 17 de noviembre de 1925 – Beverly Hills, California, 2 de octubre de 1985) conocido como Rock Hudson, como un héroe. Héroe por enfrentarse a la muerte con la misma dignidad como la que supo imprimir a los personajes que interpretó a lo largo de una carrera que está cuajada de obras de notable interés, y héroe porque si no hubiera sido actor habría entonces que buscar a otro que estuviera a su misma altura. Una tarea imposible porque Roy –detestaba que lo llamaran por su nombre artístico– fue uno.
El actor que respondía a la perfección al estereotipo de galán, alto, fuerte, tremendamente atractivo, hizo carrera en una industria que estimulaba la doble moral. Una cosa era el personaje que los estudios construían para el público, en el caso de Roy la invención de Rock Hudson, y otro el difícil itinerario de intentar ser él mismo siempre y cuando fuera discreto.
La carrera cinematográfica de Roy está marcadas por cuatro grandes etapas. Una primera en la que participa en películas de aventuras como El capitán Panamá, La espada de Damasco y Rifles de Bengala. Estimables western como Winchester 73 (Anthony Mann, 1950) donde hace de ¡¡¡indio!!!; Fiebre de venganza e Historia de un condenado, estas dos últimas a las órdenes de Raoul Walsh y la que, personalmente, considero una de las mejores películas de desperados de la Historia del Cine: El último atardecer donde todos, Roy, Kirk Douglas, Dorothy Malone, Joseph Cotten y Carol Linney están en estado de gracia bajo la atenta mirada del cada día más reivindicable Robert Aldrich.
La segunda etapa en la cinematografía del actor se encuentran los melodramas que dirigió a las órdenes de Douglas Sirk. Se tratan de películas si quieren demenciales pero que todavía hacen estremecer. Sirk, una de cuyas primeras películas, La Habanera (1937) se rodó en mi Canarias-se-va-al-carajo, contó con Hudson como protagonista en nueve largometrajes, nueve si no cuento mal, para ver con el corazón en un puño como son Obsesión, Solo el cielo lo sabe, Ángeles sin brillo y Escrito sobre el viento, ente otros. De hecho, Orgullo de raza, del mismo director con el mismo actor, puede entenderse como el filme de transición de su cine de aventuras al melodrama. Una vez superada esa etapa, la trayectoria Roy se inclinó por una serie de comedias musicales donde contó como pareja con la cantante y actriz Doris Day y Tony Randall. Se tratan de comedias amables, de teléfono y pantalla partida, repleta de equívocos sexuales que fueron la marca de una fábrica que encumbró a Rock y no a Roy a la cúspide de su fama y popularidad.
Sus últimos trabajos ya no tuvieron que ver demasiado con el cine sino con la televisión. Fue el protagonista de McMillan y esposa, serie que se metió al público en el bolsillo y que siguió, quien ya tenga una edad digamos que provecta, con la familia reunida para ver la televisión y Crónicas marcianas, que si bien no termina de rendir justicia al clásico literario de Ray Bradbury, sí que se rodó en un archipiélago como es el que habito que hace años, muchos años perdió la noción de sí mismo.
Al margen de estas constantes, hay dos películas inclasificables que hicieron más grande el nombre de la Roca. Una de ellas es Gigante (George Stevens, 1956), en la que trabaja con una Elizabeth Taylor en la plenitud de su juventud y James Dean en el que sería el último trabajo de su fulgurante carrera y una película rara, dicen algunos que adelantada a su tiempo y de la que Roy como Rock Hudson pensó que se trataba del mejor trabajo de su filmografía, Plan diabólico (John Frankenheimer, 1966), una de cuyas imágenes apoya gráficamente estas líneas escritas como siempre de manera apresurada.
La Roca rodó muchas más películas a lo largo de su carrera. También fue protagonista de otras series de televisión que no alcanzaron el éxito de McMillan y esposa.
Comentan quienes fueron sus amigos que al conocer su enfermedad supo llevar la procesión por dentro y que entre los pocos que se quedaron a su lado cuando se conoció qué mal lo había dejado en los huesos ahí estuvo siempre Elizabeth Taylor.
Roy Harold Scherer, Jr falleció los primeros días de octubre de 1985. Rock Hudson comenzó a vivir a partir de ese día a través de sus películas. No es un mal epitafio para la carrera de un actor cuya vida parece confundirse con la leyenda.
Saludos, amén, desde este lado del ordenador