Raoul Walsh, siempre con las botas puestas

“Aristófanes nos enseñó, hace veinticinco siglos, a reírnos del sexo y los franceses hicieron del malogrado amour un producto nacional. A pesar de ello, muchos de los advenedizos contemplan todavía el sexo como algo oscuro. ¡Ah, pues bien! Los chicos serán chicos y, solo en algunas ocasiones, los chicos serán chicas. Si así lo quieren, amén. Mi única queja es la mojigatería enmascarada de sofisticación. Tengo la esperanza de que una nueva generación de realizadores supere esta inquietud a base de grafitti en dibujos animados. Porque además de conocer a fondo los entresijos del espectáculo, es necesario contar con la imaginación; ambos son la base de este raro producto de consumo que algunos creemos que es también un arte, puesto que cualquiera en el transcurso de su vida interpreta muchos papeles”.

(Raoul Walsh. El cine en sus manos. Traductor: Francisco Delgado, JC Clementine, 1998)

En aquellos tiempos en los que me nutría cinematográficamente hablando gracias a la televisión, una televisión en blanco y negro, luego en blanco y negro y color para transformarse años más tarde en tele en color, uno de los primeros cineastas que aprendí a reconocer con su nombre y apellido fue Raoul Walsh. La película: Murieron con las botas puestas, una versión de lo que tuvo que haber sido la vida del general Custer protagonizada por un actor al que ya sí conocía, Errol Flynn.

Creo que lo que me hizo acercarme a la filmografía del señor Walsh fue las películas que rodó, precisamente con Flynn. Además de Murieron con las botas puestas, Gentleman Jim y Objetivo Birmania, entre otras. Cintas capitales que ocupan un espacio privilegiado en mi memoria cinéfila y que suelo ver de tanto en tanto porque siguen igual de lozanas que siempre. Porque si hay algo que define el cine de Raoul Walsh es su lozanía. Un ímpetu juvenil que domina casi todo su mejor cine, que son casi todos sus largometrajes, en especial los que rodó al servicio de la Warner Brothers, la misma que producía los dibujos animados de Bugs Bunny.

Raoul Walsh tocó casi todos los géneros y en casi todos los géneros resultaba igual de gigantesco. El cine negro le debe tres clásicos: Los violentos años 20, Al rojo vivo y El último refugio. Un delicioso musical y para mi una de sus mejores películas, La pelirroja; western convincentes (Montana, Cheyenne); películas de aventuras tan redondas como El hidalgo de los mares, dramones muy góticos y con fuerte carga sexual como La esclava libre y el cine bélico, Objetivo Birmania, que es otra de sus obras maestras y otra de sus colaboraciones con Errol Flynn.

Todo cinéfilo sabe que hizo del asesino de Abraham Licoln, John Wilkes Booth, en El nacimiento de una nación y que apareció prácticamente cuando Hollywood nacía. Primero como extra y más tarde como ayudante de dirección de David W. Griffth, cineasta al que consideraba como su guía espiritual. Todo esto y mucho más lo cuenta en una autobiografía, Each Man in His Time, aunque la edición en español se titula El mundo en sus manos,que quizá sea, junto a la de Errol Flynn (Aventuras de un vividor) y Luis Buñuel (Mi último suspiro) de las más divertidas que he leído. Todas coinciden además en ser bastante mentirosas, o en adornar muchos recuerdos con una escenografía que quizá no fue la exacta pero qué diablos, leyéndolas uno pasa el tiempo sin darse cuenta mientras sonríe o se echa unas risas repasando lo que dicen que recuerdan de sus vidas.

Raoul Walsh además de con Flynn (el mejor Flynn se concentra en Walsh y Michael Curtiz) trabajó frecuentemente también con Humphrey Bogart , George Raft y James Cagney, actores que siempre estaban muy bien pero que con Walsh están más que muy bien porque se trataba de Raoul Walsh. En cuanto a sus mujeres, las habituales eran Virginia Mayo, Ida Lupin y Olivia de Havilland… Cada una se acoplaba al modelo de personaje que estaba escrito para ellas. Mayo es suave y delicada en El hidalgo de los mares pero también una mala caprichosa en Al rojo vivo. Ida Lupino se pasa al otro lado de la ley por Bogart en El último refugio, otra de sus obras maestras mientras que Olivia de Havilland hizo de la abnegada esposa de Flynn no solo a las órdenes de Raoul Walsh.

El cineasta perteneció además a la honorable sociedad de los directores con parche en un ojo. Compartía esta ausencia con directores de la vieja escuela como John Ford, Fritz Lang y André de Toth. Luego vinieron otros pero al contrario que estos, ellos no comenzaron a trabajar cuando el cine andaba todavía en pañales.

En cuanto a su parche, recuerda en su autobiografía: “Hitler me inspeccionó de arriba abajo, deteniendo su mirada en el parche del ojo. Me saludó con la cabeza y, cuando se alejaba, el barón le mencionó el nombre de Hearst. Aquel nombre pareció impactarle, se volvió despacio y me alargó su mano; en ningún caso le habría devuelto el saludo con un taconazo. En su lugar le dije: ¿Cómo está usted? y le dejé allí. El Führer y el barón cruzaron unas palabras y me miraron con atención. Goering se sumó a la tertulia y los tres se encaminaron a una ventana. Allí vi sonreír por primera vez a Hitler”.

Si se lee el libro, la vida de Raoul Walsh como sus películas fue emocionante pero no sé si realmente tuvo el cine en sus manos. Fue y así dejó constancia en su vida y su obra un hombre de su tiempo. Un tipo, ya saben, que siempre tuvo las botas puestas.

Saludos, mil millones de gracias, desde este lado del ordenador

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