Hablar de Javier, recordar a Reverte

El Festival Internacional de Literatura de Viajes y Aventuras de Puerto de la Cruz, Periplo, me ha dado muchas cosas y entre esas cosas me dio la oportunidad de conocer relativamente cerca a Javier Reverte, escritor y periodista que se nos fue el año pasado dejando un poco más huérfano, si cabe, el oficio de contar historias (ficticias y reales) en España.

Javier Reverte estuvo desde la primera edición del Festival y regresó seis veces más de las nueve que ha convertido el Puerto de la Cruz en la capital de la literatura de aventuras y viajes. En todas esas ocasiones tuve la oportunidad, salvo en una a la que no pude asistir porque me encontraba en otro lugar, sus libros de viajes, aunque recuerdo con especial cariño la conversación pública que mantuvimos en torno a El hombre de las dos patrias, un pequeño volumen que dedica a sus impresiones sobre Argel mientras busca las huellas de un escritor que fue clave en su vida: Albert Camus.

El libro no llega a las 200 páginas y es de los pocos que no publicó Plaza y Janés, la editorial que presentó en Periplo el sábado pasado (23 de octubre) las memorias del escritor y periodista: Queridos camaradas: una vida, labor que asumió el director editorial de P&J, David Trías.

El Festival Internacional de Literaturas de Viajes y Aventuras acogió en primicia la presentación de Queridos camaradas: una vida, memorias en las que Javier Reverte evoca su infancia, adolescencia y juventud con el notable pulso narrativo que caracterizó su obra en un encuentro que sirvió además para honrar su recuerdo y su estrecha vinculación al Festival desde sus inicios.

David Trías avanzó sobre Queridos camaradas, una vida, que se trata de “un libro de memorias escrito desde la perspectiva de un niño” y recordó que Reverte “fue muy promiscuo en lo literario”, ya que coqueteó con muchos géneros”.

“A Javier le hubiera gustado que sus memorias se presentaran en Periplo”, afirmó Trías la mañana de un sábado bajo la carpa instalada en la explanada de El Penitente, mientras el mar, algo revuelto por el viento, sonaba como música de fondo.

Durante la charla con el director editorial de Plaza y Janés recordé no solo a Javier Reverte sino también a Antonio Lozano que fue otro de los grandes que acompañó a Periplo desde sus inicios. Su ausencia ha dejado una profunda huella en un Festival que sigue adelante, aprovechando las lecciones que ellos, como otros tantos invitados que han pasado por aquí, dejaron entre quienes tuvimos la suerte de conocerlos.

Mientras conversaba con David Trías ese mismo sábado que ahora mismo me parece que sucedió el año pasado, no dejaban de asaltarme la cabeza cientos de recuerdos de las estancias de Javier Reverte a su paso por Periplo. También sus cariñosas dedicatorias y una cena con Cristina Morató en la que ambos periodistas más que de raza, casta, desgranaron sus historias del oficio y un viaje que realizaron juntos a África, ese continente al que tanto le debió Reverte y en el que caso pierde la vida durante la singladura que realizó por el Río Congo tras las huellas de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Si quieren saber si se encontró a Kurtrz donde nace este fabuloso y caudaloso río… a leer el libro, que merece la pena: Vagabundo en África.

Porque, y ahí se encontraba una de las obsesiones del escritor y viajero, los ríos fueron muy importantes en la vida de Javier, que hizo todo lo posible por cruzarlos. Así navegó además de por el Congo, el Amazonas, el Yukón… Daba igual que estuviera debajo o por encima del meridiano, el caso era surcarlos y evocar de paso las novelas que cantaron aquellas aguas.

Un sabor agridulce tras el pequeño pero cariñoso y emocionado homenaje a Javier Reverte en el Festival Periplo que se celebra hace ya nueve años en el Puerto de la Cruz, y es que todo salió en su justa medida, sin exceso de sentimentalismo ni filípicas elogiosas, solo un diálogo entre dos personas que conocieron a Javier. Y sobre Javier y ninguna otra cosa más se habló largo y tendido en una jornada que, a mi juicio, el mismo escritor y periodista hubiera apreciado. Eso me parece y con ese objetivo se habló esa mañana de sábado mientras las olas del Atlántico no dejaban de combatir contra la costa y el olor a sal se quedaba flotando en el aire.

Una persona a la que aprecio y por eso mismo respeto me regaló Queridos camaradas, una vida, dejando impresa una dedicatoria que casi me hace saltar las lágrimas. Otro, un amigo al que conozco precisamente por Periplo, me hace entrega de los cuentos de la Guerra Civil que escribió Javier Reverte y que publicó Ediciones del Viento, la misma editorial que hace unos años tradujo las memorias de dos de los supervivientes del naufragio de La Medusa frente a las costas de Senegal.

Y de repente me acuerdo de aquella máxima que se atribuye a Heráclito, la de todo fluye, nada permanece y en versos sueltos las de la Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique,

Nuestras vidas son los ríos

que van a dar en la mar,

que es el morir,

allí van los señoríos

derechos a se acabar

y consumir;

allí los ríos caudales,

allí los otros medianos

y más chicos,

y llegados, son iguales

los que viven por sus manos

y los ricos.

Y no creo que sea una coincidencia lo que significa río para el poeta español como para el escritor y viajero que dejó su luz en el Puerto de la Cruz. Y pienso –es inevitable– en que todo esto, la vida, se trata de un sueño y que como afirmó Calderón de la Barca, los sueños, sueños son.

Saludos, siempre el mar, desde este lado del ordenador

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