Papel y El pozo, dos miradas al periodismo de nuestros agitados y enfermos tiempos
La crisis del periodismo, sobre todo el de prensa, el escrito, comienza a ser protagonista de una serie de novelas en español que no dejan buen sabor de boca en el paladar del lector. Se tratan, en concreto, de El pozo y Papel, dos títulos que pese a sus ambiciones no cuentan con un mismo discurso pero sí que ofrecen una indiscutible y personal panorámica de la muerte anunciada de un sector que vive en la actualidad una lenta pero terrible y dolorosa agonía.
Escrita por Jesús Ruiz Mantilla, Papel no termina de convencerme porque me da la sensación que a su autor, periodista también, se le va la historia de las manos. Que no termina por cuadrar qué era exactamente lo que pretendía denunciar. Si la precariedad de una profesión que desde tiempos inmemoriales se ha caracterizado por pagar tan mal a sus profesionales o por criticar con la dureza que se debe un oficio que ya no cuida tanto ni a sus fuentes ni lo que escribe que le han facilitado esas mismas fuentes. Periodistas, viene a concluir Ruiz Mantilla, puede ser así cualquiera. Sobre todo con la irrupción de las nuevas tecnologías y la aparición desastrosa para el negocio periodístico, de las nuevas tecnologías y las redes sociales.
Si Jesús Ruiz Mantilla hubiera recortado un buen número de páginas de Papel, la novela le hubiera quedado si no redonda sí que más demoledora en sus conclusiones. Desgraciadamente, puede la amplitud en contra de la concisión, la claridad y la brevedad de lo escrito, lo que hará que el libro resulte curioso para periodistas y aficionados al trabajo laborioso de contar noticias pero no a los que estén buscando un libro no ya de periodistas y periodismo, sino una obra con la que evadirse de la realidad de su grisácea, por rutinaria, existencia.
El pozo analiza la crisis que atraviesa el sector, haciendo especial hincapié en la televisión, aproximándose más a narrar con cierto agradecido sentido del humor la desaparición de la actividad periodística tal y como la venimos conociendo hasta ahora. La novela está firmada por Berna González Harbour, autora de un thriller “que reflexiona sobre el mundo del periodismo y crítica ferozmente el sensacionalismo a partir de la recreación de un caso que monopolizó la atención mediática española”.
La novela está inspirada en hechos reales: la de una niña atrapada varios metros bajo tierra en un pozo, de ahí el título de una historia que protagoniza una periodista que, como los periodistas de la novela de Jesús Ruiz Mantilla, cobra un sueldo miserable mientras se dedica en cuerpo y alma a la tarea de informar aunque apenas le quede algo de dinero cuando llega final de mes.
Greta Cadaqués es el nombre de esta aguerrida reportera que, pese a lo mal que vive, es lo que los cursis definían en el pasado como “periodista de raza”. Tanta es la raza que es capaz de pasar mil y una penurias con tal de traer si no una exclusiva sí que una primicia para el medio de comunicación en el que trabaja. La cosa se complica cuando se anuncia que hay una niña atrapada en un pozo y el jefe de Greta le ordena que cubra la noticia. El problema es que Greta es miembro de un jurado popular que debe decidir si es culpable o inocente un chico de buena familia a quien se le acusa de haber asesinado a sus padres.
La novela se muestra extremadamente ácida sobre todo con las televisiones que más que informar montan un circo alrededor del drama que sufre la niña y su familia. Algo parecido a lo que estamos observando ante el lamentable cubrimiento informativo que algunas cadenas de televisión están ofertando en la actualidad sobre la erupción del volcán de La Palma. Leyendo la novela de Harbour uno se percata rápidamente que esos periodistas más que informadores son pirañas que se activan cuando huelen sangre. La sangre como metáfora para mostrar lo mal que lo está pasando y lo está haciendo un sector que antaño disfrutó de profesionalidad y por lo tanto de la entrega del público, lector en el caso de la prensa.
El análisis de Harbour resulta certero en varias ocasiones y obliga a pensar sobre el futuro de un oficio hoy tan denostado. Y no solo por internet y sus tentáculos que llegan a casi a todas partes, sino por los mismos profesionales que por su falta de profesionalidad han terminado por degradar este trabajo.
A la espera de que se publiquen otras novelas que aborden con un mínimo de rigor la existencia de un oficio que a estas alturas parece jurásico, de momento El pozo y Papel ofrecen dos miradas muy aproximadas a la realidad de un trabajo que ya no es lo que fue alguna vez. La presión por encontrar la noticia y publicarla casi en tiempo real ha terminado por transformar la realidad de un trabajo cuyo deber tiene que ser el de informar objetivamente de lo que ve, de lo que le cuentan, de lo que debe ser denunciado sin responder a otro tipo de intereses. Pero sobre todas las cosas, de contrastar. Desgraciadamente, casos como los de Greta Cadaqués y Benjamín Sarabia y Luz Perea, los protagonistas de Papel, están inspirados en personajes reales y no de ficción, aunque ambos escritores hayan adornado con detalles de su imaginación el carácter y las formas de hacer de estos tres protagonistas.
La crítica con forma de lluvia ácida es más notable hacia la televisión en la novela de Harbour, mientras que Papel, como ya anuncia su nombre, radiografía la decadencia de la prensa. De la prensa de papel que ya no puede competir con la digital porque el ayer del periódico que se lee en mano es el hoy que se consulta en los medios digitales.
Dos libros, en definitiva, que ofrecen un interesante y muy realista retrato sobre un tipo de periodismo que ya no busca la calidad sino la inmediatez y, si es necesario, incluso manipularla porque, reinterpretando la frase que el director del periódico de El hombre que mató a Liberty Valance dice en la película, entre la leyenda y la verdad, quédate, por encima de todas las cosas, con el espectáculo. Siempre el espectáculo.
Saludos, malos tiempos para la lírica, desde este lado del ordenador