Groucho y Graham… Amén

SRA. TEASDALE (Margaret Dumond): Espero que siga los pasos de mi marido.

RUFUS T. FIREFLY (Groucho Marx): ¿Qué les parece? No llevo aquí ni cinco minutos y ya se me está insinuando. ¿Dónde está?

SRA. TEASDALE
: Está muerto. Yo misma estuve con él hasta el último momento.

RUFUS T. FIREFLY: Ahora sé por qué pasó a mejor vida.

SRA. TEASDALE: Lo abracé y lo besé.

RUFUS T. FIREFLY: Entiendo. Fue asesinado. ¿Quiere casarse conmigo? ¿Le dejó algún dinero? Conteste primero a la segunda pregunta.

SRA: TEASDALE: Me dejó toda su fortuna.

RUFUS T. FIREFLY: ¿Es cierto? ¿No ve lo que quiero decirle? ¡La quiero!

Sopa de Ganso (Leo McCarey, 1933)

Creo que todos los que lo conocimos nos hicimos marxistas. Pero no marxista del tipo obseso y de melena canosa que agita entre las manos El manifiesto comunista sino marxista de los hermanos Marx, y en concreto de los tres que hicieron carrera en el cine con permiso de Zeppo. Me refiero a Harpo, Chico y Groucho, nacido como Julius Henry Marx (Nueva York, 2 de octubre de 1890-Los Ángeles, 19 de agosto de 1977) y una ametralladora verbal que escupía palabras como balas sobre todo a mujeres ricachonas a las que le quería sacar los cuartos. Groucho, en este sentido, no sería el mismo sin Margaret Dumond, que fue quien hizo de multimillonaria en todas aquellas películas donde este estrafalario anarquista intentaba metérsela en el bolsillo.

Groucho, que quizá sea el más celebrado de los hermanos por su viperina verborrea, no podría ser Goucho y menos un Marx sin Chico y algo menos Harpo, con este último parece que los torrentosos y absurdos discursos de Groucho se daban contra el muro de silencio de Harpo. Eran dos clases de humor diferentes.

La palabrería quedaba desarmada ante la voz gangosa del humorista. Si no aparecía Chico por ahí, mala cosa para la Voz, la voz de Groucho Marx. Y es con Chico con quien hace muchas de las escenas de comedia que han pasado a la historia del humor surreal de los Marx como “la parte contratante de la primera parte…” de Una noche en la ópera, a los listines telefónicos que Chico intenta venderle a Groucho, el hombre del puro y mostacho pintado, en Un día de las carreras, entre otros filmes que han hecho historia dentro y fuera del cine porque sin los tres hermanos el cine no sería el mismo.

El crítico norteamericano Andrew Sarris decía que los Marx irrumpieron como locos en un mundo de cuerdos y que si hoy sus películas y su humor siguen resultando tan actuales se debe a que continúan solo que como cuerdos en un mundo que se ha vuelto demasiado loco.

Me da un no sé qué de entusiasmo que Groucho naciera el mismo día que Graham Greene, que un escritor al que admiro demasiado como admiro demasiado a los tres hermanos. Es decir, que no destacó a Groucho de los otros dos porque para mi los tres son una unidad. Y como unidad, indivisible.

Otra cosa es la literatura que dejaron detrás. Literatura en la que fue más pródigo (cómo pródigo fue con las palabras en las películas) Groucho.

Durante un tiempo y para que te tomaran en serio era necesario que hubieras leído Las memorias de un amante sarnoso antes que El manifiesto comunista de su tocayo de apellido Carlos Marx. Hay otros libros que firmó el amigo Groucho y en todos ellos late el humor corrosivo de un tipo que vio el mundo como hay que verlo: un disparate.

En cuanto a sus películas, y por si acaso no las han visto todas, yo les diría que no se pierdan las dos que considero mejores en la filmografía de los Marx: Sopa de ganso y Una noche en la ópera. En estas dos se condensa todo el universo de gags y chistes que caracteriza a estos tres ángeles que vinieron al mundo para hacernos más felices y de paso más inteligentes porque el cine de los Marx, ahí donde lo ven, tan disparatado y surreal tiene un pozo político que entusiasmaría al mismísimo Buenaventura Durruti.

He aquí el discurso marxista que le dedica a un grupo de profesores en Plumas de caballo:

“Le recomiendo al cuerpo docente, que parce muy ansioso de hacerse con mi puro, que se quede sentado, porque no lo pienso tirar. Miembros del cuerpo docente, docentes del cuerpo, estudiantes de la facultad, las facultades del estudiante… Ya he quedado bien con todos, ¿verdad? Señores, creía que la comida había quedado sosa, hasta que oí el discurso del decano, y eso me recuerda una anécdota tan subida de tono que me avergüenza hasta mi. Al ver vuestros rostros expectantes, queridos alumnos, comprendo por qué Huxley se encuentra en este estado deplorable. En mi antigua facultad las cosas eran un tanto diferentes: el que estaba en un estado deplorable era yo. Todo iba de mal en peor, pero entre todos arrimamos el hombro y en poco tiempo logré llegar a mi habitual estado deplorable una vez más”.

Así que ¡¡¡viva el marxismo!!!

“El pánico es algo momentáneo. El miedo es otra cosa. Uno se acostumbra a él, y en definitiva resulta terriblemente aburrido.”

(El otro y su dolble, Marie-Francoise Allain. Traducción: Basilio Losada, editorial Caralt, 1982)

Uno de los escritores que más ha influenciado en mi vida tiene nombre y apellidos británicos, Graham Greene (Berkhamsted, Hertfordshire, 2 de octubre de 1904-Vevey, Suiza, 3 de abril de 1991), al que algunos han intentado encasillar como autor de novelas de espionaje, que las tiene, pero que sería también reducir su trayectoria como literato.

Detrás deja, por fortuna para su legión de seguidores, más de una veintena de novelas, cuentos y ensayos. También varias autobiografías y libros de entrevistas, uno de ellos, El otro y su doble, en el que mantiene una larga y apasionante conversación con Marie-Francoise Allain en la que suelta, entre otras perlas cultivadas, reflexiones como: “La fatalidad ha querido que yo sea escritor, y escribo sobre la ausencia de raíces. Este es mi tema, en cierto modo”.

La primera novela que leí de Graham Greene fue Nuestro hombre en La Habana, que algunos consideran una obra menor (yo tampoco). Después vino El americano impasible y tras devorar (sí, la literatura de Greene se devora no se lee) otros títulos, algunos irregulares, me encontré con Los comediantes y dos novelas, El revés de la trama y El factor humano (esta sí que es de espías) que considero entre lo mejor de un hombre que cuando tuvo edad rechazó de plano todo lo que pudiera ser inglés (salvo el whiskie, que más que inglés es escocés) recorriendo a veces con una mano delante y otra atrás ese ancho mundo que está repleto de vida y otras culturas. Miradas que Graham Greene supo traducir en sus historias a través de una poblada e interesantísima galería de personajes.

Me gusta contar una anécdota del escritor entre un puñado inmenso de anécdotas, y es aquella en la que él mismo confiesa su inquietante afición por la ruleta rusa. ¿Por qué?, la frase que encabeza estas líneas quizá explique su especial querencia por un juego del que, afortunadamente, salió vencedor las veces que lo jugó. Y jugó, según cuenta, jugó bastante y siempre en solitario.

La mayoría de la gente que no conoce la obra de Graham Greene sí que conoce algunas de las películas que adaptaron sus novelas. Carol Reed se encargó de dirigir dos de las mejores, El tercer hombre y Nuesrto hombre en La Habana, que se rodó en la capital cubana pocos meses antes de que entraran los barbudos al mando de Fidel Castro… Fue un escritor cubano, por cierto, quien me recomendó que leyera Una pistola en venta, y así lo hice. Desde ese entonces le estoy muy agradecido a Eliseo Alberto no solo por aquella entrevista que me concedió en los jardines del hotel Mencey sino por recomendarme un libro de Greene que no había leído hasta ese momento. Luego vino El fin del romance, que a mi me parece otra de las grandes novelas del escritor y Cónsul honorario, entre otras.

Sobre España escribió dos libros deliciosos y profundamente españoles según un extranjero que nunca lo fue: Viajes con mi tía y Monseñor Quijote

Escribió además en un pequeño libro de viaje a Liberia, su paso por Santa Cruz de Tenerife, donde atraca el barco que lo lleva a ese país y aprovecha para pasear por aquella ciudad portuaria que ya entonces miraba hacia otro lado que no fuera el mar.

En este paseo por las calles y plazas chicharreras llama catedral a la iglesia de La Concepción y se mete en un cine (alguien dijo que se trataba del Numancia) para ver (imagino que doblada) una versión cinematográfica de una de sus primeras novelas, Orient Express, que a mi me gustó mucho. El libro, me refiero.

“En el cine de Tenerife estaban poniendo una película que era una adaptación de una de mis novelas. Había sido una experiencia instructiva y bastante dolorosa verla. La dirección era incompetente, la fotografía mediocre, la trama sentimental”.

El caso es que podría pasarme la vida entera hablando y hablando sobre la obra de un escritor que para quienes lo conocieron destacaba por su profunda mirada triste, muy triste, de ojos azules.

Me atrevería a decir incluso que su obra mejoró notablemente cuando se convirtió al catolicismo (lo mismo hicieron otros ilustres compatriotas como Chesterton y Alec Guiness), lo que le hizo escribir sobre el sentimiento de la culpa. De cómo la culpa puede conducir al abismo a los cobardes pero también de cómo la culpa y la necesidad de librarse de ella puede redimirnos…

Lo que convierte a sus libros en obras sin edad es la capacidad de un escritor para contar lo que llevamos dentro pero que ocultamos a los demás. Igualmente, es uno de los escritores más diestros para hacernos entender lo pusilánime que es el hombre, y que de héroes que se arrepintieron esta lleno el mundo.

Ya en vida aparecieron imitadores por todos los lados pero ninguno le llega, como es natural, ni a la suela de los zapatos. He llegado a sentir algo parecido recientemente al leer la obra de Lawrence Osborne, otro inglés descastado, otro tipo que se fue de un país al que odiaba sin ningún tipo de cordialidad para vivir en otro sitio que no le recordará las miserias de un imperio desmoronado. Quizá sea que sus libros están escritos por la mano experta de un aventurero, de un trotamundos como lo fue Graham Greene. Un escritor de los grandes. De los más grandes si tengo que recordártelo no una ni dos sino mil veces.

Siempre le digo a los que me conocen que si quieren conocerme un poquito mejor, lo mejor que pueden hacer es leer un libro de Graham Greene. Mi espíritu, con todo su poder y con toda su gloria, se encuentra ahí, camuflado entre palabras que solo un tipo que conoce la condición humana supo traducirnos al resto de los mortales.

Así que amén.

Amén por Greene, Graham

y amén por Marx, Groucho.

Saludos, conmovido y emocionado, desde este lado del ordenador

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