Hasta la próxima, Fran
Nos conocíamos porque ambos trabajamos en este oficio tan ingrato que es el periodismo. Durante unos años en empresas en abierta competencia y durante otros en el mismo periódico, Diario de Avisos, donde Fran Domínguez ejercía ahora de subdirector y responsable de la crítica cinematográfica y de series de televisión, además de llevar un blog que no sé qué destino tendrá o tuvo mientras miro el horizonte cubierto de calima y me pregunto qué es la vida y me respondo que un frenesí porque los sueños, sueños son…
La última vez que pude hablar con él, al margen de las conversaciones estrictamente profesionales, esas en las que me preguntaba vía telefónica “oye, que has puesto esto y creo que queda mejor explicado así que asá…”, fue en un encuentro casual en la calle, cerca del veterano cine Víctor, que ahí sigue, resistiendo el acoso del tiempo.
Y por consenso acordamos entrar en el café bar Imperial para charlar con algo caliente entre las manos aunque vivo en una ciudad donde la palabra frío parece que no existe en su diccionario… En el de Fran sí que existía. La palabra frío, digo. Fran era de La Orotava, esa hermosísima ciudad del norte de la isla tan incómoda (por sus cuestas demasiado inclinadas) de pasear.
Estábamos sentados en la barra del Imperial, un cortado y un barraquito, también dos vasos de agua. No recuerdo la de él pero la mía seguro que era de bolitas. Sentados en los taburetes Fran me habló de la Asociación de Informadores Cinematográficos de España (AICE), de la que era miembro y que vota los premios Feroz y me animaba a que me hiciera socio pero yo no estaba muy por la labor.
Pertenezco de hecho al gremio de los que nunca entrarían en un club que admitiera a gente como yo pero eso, dicen, lo soltaba Groucho Marx y siendo marxista pero de los hermanos no del otro, el gigante y canoso melenudo autor de El capital, a Fran le entró la risa y nos despedimos sin saber cuándo ni dónde nos íbamos a reencontrar.
Estuvo trabajando un tiempo en el gabinete de prensa del Cabildo de Tenerife con el anterior gobierno pero dejó aquella responsabilidad para regresar al Diario de Avisos porque así tira este oficio tan ingrato y poblado de ingratos.
Por fortuna, Fran Domínguez destacaba dentro de la profesión porque era simple y llanamente buena gente. Así como un tipo bregado en la redacción, de esos que se pasan media vida dentro de un periódico mientras el mundo sigue en marcha y tú intentas informar de lo que le pasa… Con la sombra del cierre siempre presente.
Y los nervios y terminar la jornada para regresar a casa siendo consciente que nadie te va a pagar las horas extras. Todo ese tiempo dedicado a que las cosas salgan bien sin recibir un euro a cambio de tu esfuerzo. Todo ese trabajo, todas esas horas dedicadas a la empresa gratis. Son las cosas que tiene trabajar en el oficio más bello del mundo, que es una frase que dijo (creo que con mucha ironía) Gabriel García Márquez, claro que el autor de Cien años de soledad trabajó en esto cuando trabajar en esto era otra cosa…
Es muy jodido escribir un óbito sobre alguien al que conocías y respetabas aunque nuestros caminos fueran por caminos diferentes. Como dije, si algo recuerdo de Fran Domínguez es que era por encima de todas las cosas un buen tipo. Un buen tipo al que le gustaba leer, escuchar música, el cine y las series de televisión.
De Fran leí –y en el periódico donde ahora era subdirector– una de las mejores entrevistas que le han hecho a Juan Carlos Fresnadillo, el director de Esposados, el mediometraje que llegó a los Oscars, y de Intacto, 28 semanas después, Intruders y ahora Damsel, que estrenará Netflix un mes de estos.
Si encuentran esa entrevista les invito a que la disfruten porque es una delicada obra de orfebrería periodística con preguntas directas y en ocasiones incómodas pero que nunca buscan faltar el respeto al protagonista. Y es que así era Fran Domínguez, un tipo además de bueno, un gigantesco profesional.
Esta mañana, mientras repasaba los periódicos por Internet, me enteré de la amarga noticia de su fallecimiento y me entró una pena grande. Muy grande. Por un lado porque se va un tipo al que apreciaba (y cada vez son menos los que aprecio, más los que se dedican a este oficio de ingratos que es el periodismo) y por otro porque ya no podré leer sus comentarios sobre cine y cuando se terciaba, las entrevistas que de tanto y en tanto, y cuando el tiempo se lo permitía, publicaba en el periódico que fue su casa y que también es la mía.
Muere Fran a una edad demasiado temprana, 52 años solamente, y esto me hace rabiar porque no es, no, no lo es, justo.
Cierro estas líneas apresuradas buscando una palabra que sirva de colofón para terminar un texto que solo pretende rendirle homenaje al compañero y al periodista.
A ese tipo bueno que fue Fran Domínguez.