Ángel Guerra, Azcona y Juan Manuel de Prada

Me encuentro de momento simultaneando varias lecturas que me entran como si fuera una papilla espiritual que llena mi corazón y mi cabeza de cierta tranquilidad. Eso me pasa cuando los libros ante los que me enfrento (porque leer significa un enfrentamiento) resultan gozosos, entretenidos e intelectualmente trabajos que enriquecen un alma que cada día que pasa se siente un poco más vieja.

Releo La lapa, de Ángel Guerra, y sí pero también no… Ya sacaré mis conclusiones cuando cierre esta novela.

Leo con alborozo Los europeos, de Rafael Azcona, que además de ser un excelente guionista (el cine de Luis García Berlanga sería otro si él no hubiera estado detrás) fue también un notable escritor. Había leído de Azcona en el pasado El repelente niño Vicente pero con esta novela que encuentro casualmente en el Rastro de la capital tinerfeña, Rastro que ya no es el que una vez fue, me entran ganas constantes de leer sus páginas para olvidarme de la realidad que me envuelve. Esa realidad pegajosa, como de grasa reseca, que parece que lo impregna todo.

Leyendo Los europeos y lo que significaba el viejo continente para un español con luces y terrible capacidad para reírse de todo y de todos en la España de inicios de los años sesenta del pasado siglo XX, me doy cuenta de una verdad aplastante que solía repetir mi padre no una sino muchas veces. “El problema de este país es que ha pasado mucha hambre”. No acepto, por otra parte, la conclusión a la que llegó Arturo Pérez Reverte a partir de una de sus novelas, y es que el problema de España fue y es (aunque ya no tan monopolizador) el poder que tuvo y tiene vamos a decir la Iglesia católica. No haber dejado entrar las ideas luteranas, pensamiento que mueve ese magnífico libro que es El hereje, de mis siempre admirado Miguel Delibes, y escritor al que descubrí hace apenas unos años y que había detestado cordialmente en mis tiempos de estudiante porque me obligaron a leer Cinco horas con Mario y ya se sabe que para leer cualquier cosa menos que te obliguen.

El caso es que, al margen de Delibes, recuerdo mientras paso las páginas de la novela de Azcona que hace un tiempo llegué no a conocerlo pero sí a compartir mesa y mantel con él. Fue un almuerzo con otros periodistas locales y en el que se encontraban además como invitados Manuel Vicent y Luis Ángel Harguindey aunque de los tres la tropa prestó más atención a las palabras de Rafael Azcona que el resto. Y es que, joder, se trataba de aquel guionista y escritor del que no se conocía nada, se trataba de aquel tipo que había escrito con Luis García Berlanga y Marco Ferreri un puñado de historias que desde el día de su estreno se han convertido en indiscutibles obras maestras de ese cine español que ha ido poco a poco dejando de serlo tras convertirse a un protestantismo que no es de su naturaleza.

Les dejo la frase y ya les comentaré lo que me parece esta novela que imagino que protagonizan españoles parecidos a José Luis López Vázquez, Pepe Isbert y Manuel Alexandre, entre otros grandes comediantes:

“- Escrúpulos de pobre, porque a los pobres lo que más les gusta es pagar; debe ser porque pagando se sienten ricos. Pero, hombre, ¡si por miedo a dejar a deber el propio entierro lo pagan por adelantado en El Ocaso! En cambio los ricos no pagan nunca nada”.

Por último, leo y disfruto también con Mil ojos esconde la noche. La ciudad sin luz, de Juan Manuel de Prada, un libro que es un tocho pero que leo como en un suspiro. Ya contaré algo cuando lo termine porque como me pasó con su primera entrega, Las máscaras del héroe, me enseña cosas de las gentes, los intelectuales, escritores, artistas y demás ralea de esta España a la que le falta un no sé qué para dejar de serlo.

Y en esas estamos…

De todas formas, queridos/as, recordad que mañana será otro día.

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