Hasta pronto, Donald Sutherland

“¿Qué me parece que mi hijo Kiefer y mi nieta Sarah se dediquen a hacer cine y televisión? Que son competencia. No tengo intención de retirarme en un futuro cercano”.

“Mis hijos tienen nombres tan raros porque corresponden a los apellidos de algunos de los directores con los que he trabajado. Kiefer, por Warren Kiefer; Roeg, por Nicolas Roeg; Rossif, por Frédéric Rossif; y Angus Redford, por Robert Redford. A Angus intenté llamarlo simplemente Redford, pero todo el mundo me decía que no podía ponerle a un bebé un nombre así. Lo intenté durante meses, pero al final le añadimos el Angus”.

Palabra de Donald McNichol Sutherland (Saint John, Nuevo Brunswick; 17 de julio de 1935-Miami, 20 de junio de 2024)

Ha muerto Donald, pero no el pato que habla de manera ininteligible sino el formidable actor que lo mismo hacía de bueno como de malo. En ocasiones rizando el rizo y sin caer en la parodia pero casi casi capaz de crear personajes tan en la frontera que separa lo serio de la caricatura como su Attila de Novecento, que es esa gran película sobre Italia y las luchas que mantuvieron fascistas y socialistas cuando el siglo XX todavía presumía de una lozanía que echarían a perder los dos conflictos mundiales que estallaron en su seno y se expandieron –por obra y gracia de la onda expansiva– al resto del planeta.

Si me preguntaras que no vas a hacerlo cuál es la película de la que guardo mejor recuerdo del actor te respondería sin dudarlo que La invasión de los ultracuerpos que recuerdo haber visto en el cine Víctor de la capital tinerfeña cuando los cines eran eso mismo: cines.

Conocía de antes a la estrella mediana porque brilló con luz propia pero sin la intensidad de otros compañeros de generación vaya uno a saber por qué. Igual fue porque su físico no le acompañaba. O sí porque no resultaba demasiado guapo pero le salía de dentro un atractivo animal que cuando se esforzaba pone los pelos de punta. Ahí está su versión de camisa negra desatado en esa especie de Lo que el viento se llevó que es Novecento, donde además de cantar canciones como Giovinezza, no se cansa de darle palos a los campesinos más que para imponer orden porque disfruta de la violencia desatada. A mi me gusta más como villano porque me resulta más creíble que su Attila el que interpreta en Revolución, esa olvidada película de Hugh Hudson (Carros de fuego) en la que Al Pacino busca desesperadamente a su hijo mientras las trece colonias se levantan contra el poder de la Gran Bretaña. En este largometraje de tonos grises, brumosos, Sutherland interpreta a un sargento con matices. Es malo porque es inglés pero también tiene algo de bueno cuando intenta proteger al hijo preso de Pacino del deseo libertino de los aristócratas oficiales a los que sirve.

Como secundario es uno de los doce “voluntarios” de Doce del patíbulo y volvió a ponerse el uniforme en M*A*S*H que es una película que crece en vez de decrecer con el paso del tiempo. Repite como soldado en Los violentos de Kelly, donde comparte escenas con Clint Eastwood, que lo dirigiría muchos años después en esa comedia que es Cowboys del espacio, y en la que Sutherland explota su mejor perfil para el humor interpretando a un jubilado que no ha perdido su entusiasmo por rodearse de mujeres. Rodeado de mujeres esta en Casanova, a las órdenes de Federico Fellini, un filme que para mi ilustra muy bien cómo pudo ser ese maestro del amor. Ese tipo que compartía lechos mientras el cuerpo le aguantó.

De nacionalista irlandés lo pueden ver en Ha llegado al águila, un peliculón que dirige John Sturges y hace más o menos lo mismo en la fabulosa El ojo de la aguja (Richard Marquand, 1981), al lado de Kate Nelligan, actriz que fue uno de mis primeros amores cinéfilos…

Junto a Sean Connery protagoniza El primer gran robo al tren, que dirige el también escritor Michael Crichton, un largometraje que a mi me sigue pareciendo estupendo por ellos dos y… Leslie Ann Down (otra de esas actrices que me hizo suspirar en mis mocedades). Tras el drama familiar Ordinary People (Robert Redford, 1980) aparece ya como actor de reparto en la monumental JFK y Llamaradas, entre otras. Dejándose ver a partir de entonces en películas varias pero como estrella invitada porque Donald quedaba bien donde lo pusieran. Es de los que daba una nota de prestigio al filme. Aparecía, soltaba su diálogo y desaparecía y el espectador tan contento. Además, el espectador se quedaba con la conciencia tranquila porque Sutherland dejaba heredero, su hijo Kiefer y su nieta Sarah, aunque no tengan ni la altura ni el nivel del padre y del abuelo.

Además de La invasión de los ultracuerpos a mi Donald Sutherland me toca el alma como ese profesor progre que fuma porros con sus alumnos en Desmadre a la americana (John Landis, 1978) y ya de viejito en la miniserie de Salem’s Lot, en la que interpreta al mismo personaje que James Mason en la primera miniserie original, la que dirigió Tobe Hooper.

Bien entrado el siglo XXI digamos que su carrera dejó paso a trabajos como secundario de prestigio que a protagónicos.

Su última película fue Miranda’s Victim que no he tenido el gusto de ver y que no sé si veré. El mejor homenaje que le pudo hacer es contemplar algunas de sus películas como protagonista. Klute (Alan J. Pakula, 1971) estaría bien. Es un policíaco de su tiempo que es lo mismo que decir que se trata de un gran policíaco (atmósfera oscura, personajes equívocos, diálogos que suenan como navajazos), la ya mentada Revolución, M*A*S*H y Casanova porque me gusta verlo trajeado al incómodo estilo XVIII. El mismo actor revelaría en una entrevista que si Fellini lo fichó para el personaje fue porque vio en él “los ojos de un pajillero. No sé cómo se enteró… Tuvimos una maravillosa y honesta historia de amor platónico”.

Y amor platónico es el que mantuvimos la mayoría de los espectadores que lo vimos en pantalla grande como pequeña. Hiciera lo que hiciera, salvo al histrión de Attila en Novecento, lo hizo bien. Y eso que no tenía pintas de bueno pero tampoco de malo. Si hacía una y otra cosa fue siempre por exigencias del guión. De hecho, y lo cuenta él mismo, hubo un tiempo incluso en el que podía rechazar un papel porque le resultaba “violento”. Las películas a las que dijo no fueron Deliverance y Perro de paja y sí, me cuesta pensar verlo a él haciendo el trabajo que hicieron después Jon Voight y Dustin Hoffman.

Pero en fin, el caso es que la vida de Donald Sutherland fundió a negro para convertirse no en leyenda pero sí en la estrella que fue, es y seguirá siendo por los siglos de los siglos. Y es que a veces, ahora que nadie nos lee, qué grande es el cine.

En las imágenes y comenzando por arriba, Donald Suherland en Desmadres a la americana, Casanova y La invasión de los ultracuerpos

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