Mil ojos esconde la noche. 1 La ciudad sin luz, una novela de Juan Manual de Prada

“El oficio de soplón era el que más me gustaba de cuantos Urraca me requería, porque exige cinismo, crueldad, inteligencia, cierta frigidez incluso (amén de miseria moral, pero tampoco hay que ponerse escrupulosos); un oficio eminentemente intelectual y distante, no exento de dandismo que dejaba las manos limpias y que, por su impersonalidad y abstracción, encajaba mejor que ningún otro en un hombre resentido como yo”.

(Mil ojos esconde la noche. 1. La ciudad sin luz, Juan Manuel de Prada, Espasa, 2024)

No es fácil escribir una novela de más de 800 páginas y mantener el interés a lo largo de todo el relato. Más si se conoce que al final no tiene final sino un continuará que anuncia la próxima publicación de una segunda parte que reunirá también unas 800 páginas porque tal y como explica el escritor en la nota final de la primera entrega, Mil ojos esconde la noche se trata de una novela que contendrá unas 1600. Páginas que, previamente, fueron escritas a mano y en varios cuadernos. No dice cuántos gastó ni tampoco el color de las tintas de los bolígrafos que consumió durante su redacción, solo advierte a navegantes que todas esas palabras fueron pacientemente pasadas al ordenador por su padre, un hombre al que Juan Manuel de Prada debería de hacerle un monumento porque tanto trabajo parece cosa de chinos más que de españoles.

Imagino que a estas alturas el lector avisado conocerá que Mil ojos esconde la noche se puede entender como una especie de continuación de Las máscaras del héroe, ya que la protagoniza el mismo personaje, Fernando Navales, un hombre de su tiempo que si bien conoció a la bohemia de aquel Madrid de antes de la Guerra Civil, ahora hace lo mismo vistiendo el uniforme falangista en el París ocupado por los nazis, poblado por una fauna de españolitos que vienen al mundo con una mano delante y otra atrás. El objetivo de todos ellos y ahora que deambulan por una capital francesa sumida en la oscuridad es buscarse las lentejas en un país, Francia, que ha perdido el orgullo nacional tras capitular ante los temidos teutones.

Juan Manuel de Prada anuncia en la nota final que baraja dos proyectos más con Navales, uno estaría centrado durante la guerra que desgarró España de 1936 a 1939 y la otra la de envejecerlo (uno piensa que sin demasiada dignidad) para que llegue a los años 60. Con esta cronología, presumo que la ambición del escritor es la de componer un gran mosaico de la intelectualidad y el mundo del arte español de aquellos años en clave de esperpento, lo que se visibiliza en Las máscaras del héroe y ahora en Mil ojos esconde la noche, donde su protagonista, Fernando Navales, está más medido o al menos centrado en su labor de zapa por atraer a los artistas del bando republicano que andan hambrientos y sin papeles en el París ocupado por los alemanes.

Esta misión le da licencia al autor para que artistas y pensadores caídos en desgracia paseen por la novela y sean radiografiados sin piedad por Fernando Navales, un hombre más resentido que nunca.

En las páginas del novelón desfilan artistas e intelectuales “rojos”, como Pablo Picasso, al que retrata como un “pintamonas” además de caprichoso y maltratador. Un pintor que está protegido por el escultor de cabecera de Adolf Hitler (dictador que piensa que es como un “ángel con gabardina y bigote”), Arno Breker. A través de él, el führer le dio licencia al artista malagueño para que hiciera su vida de siempre, la de rodease de una corte de los milagros, entre los que se incluye al tinerfeño Óscar Domínguez, que es otro de los artistas que se encontraba en aquel París en el que ondeaba la bandera de la cruz gamada, aquejado ya por la enfermedad y en busca de su destino. Destino que encontrará primero de la mano del poeta Paul Éluard y después del escritor y periodista César González Ruano. Hay otro canario en esta novela gigantesca, en este caso grancanario, el periodista Mariano Daranas, que está convencido del triunfo de la Alemania nazi.

El famoso articulista español, César González Ruano, puede ser como el poeta Virgilio lo fue para Dante en La divina comedia en esta novela tan generosa en páginas. Casi actúa como una especie de cicerone o de voz autorizada para enseñarle cómo moverse entre tanto cabeza cuadrada (entre otros, un miembro de las SS que combatió en España ¡con las Brigadas Internacionales!) y un personaje el tal Ruanito, como lo llama Navales, que si se mordiera la lengua caería al suelo muerto por el veneno que lleva dentro.

El retrato de César González Ruano no deja por ello de ser hasta cierto punto amable y más allá de que el periodista le prestara tan poca importancia a su talento como escritor, Juan Manuel de Parada lo presenta como un crápula que lo mismo roba sin despeinarse a los judíos que buscan salir de aquella Francia ocupada a organizar una estafa de cuadros falsos recurriendo a los servicios de, entre otros, el mismo Óscar Domínguez, de quien llega a decir tanto Ruano como Navales que fue siempre mejor falsificador (o imitador como le gusta decir en la novela al artista tinerfeño) que pintor.

Si hay un pero en esta epopeya que en ocasiones se ríe de sí misma y que nos cuenta en primera persona Fernando Navales, es su extensión. Llega un momento en que como lector retiré el ancla. Quizá porque lo que en un inicio parece tan atractivo termina por resultar repetitivo aunque los actores que intervengan sean otros. La novela no tiene, al menos en esta primera entrega, destino. La misión de Navales es la de captar a los artistas e intelectuales “rojos” que residen en París para la causa nacional pero los capítulos parecen repetirse a pesar de que en ellos intervengan escritores o pintores que no son los mismos de las páginas anteriores.

Entre los elementos que destacaría de Mil ojos esconde la noche está su estilo, que parece a veces el del mejor Francisco Umbral, y la capacidad que tiene Juan Manuel de Prada para describir escenas aunque el gran hallazgo de la novela como lo fue en La máscaras del héroe es su protagonista y narrador, Fernando Navales, un mal tipo. Un resentido que intenta buscar razones a su resentimiento tomando como referencia el retrato que sobre el emperador romano Tiberio escribió Gregorio Marañón.

Marañón es otra de las víctimas de este conspirador vestido de camisa azul, de este falangista pasado de vueltas que detesta a todo dios porque, como lo define Ana María Sagi, se trata de un hombre al que le gusta aprovecharse de los otros y destruir su prestigio. En resumen: “un cínico y un miserable”.

Mil ojos esconde la noche es el título de un ambicioso díptico que comienza con La ciudad sin luz (que se desarrolla de 1940 a 1941) y finalizará con Cárcel de tinieblas, volumen cuya publicación aún se desconoce aunque se advierte que será pronto. Claro que ¿pronto, cuándo?

De momento que el lector disfrute con la titánica lectura de la primera entrega. Y se escribe titánica porque enfrentarse a estas más de 800 páginas requiere de mucho entusiasmo y sobre todo de una profunda curiosidad por conocer, aunque sea en clave de esperpento, de comedia bufa con aires (a veces) escatológicos, la vida de los españoles en aquel París que perdió la luz de la razón. Fernando Navales recuerda algo al comisario Sadorski, ese agente de la policía francesa que trabaja por esas mismas fechas en París. Y la verdad es que ambos resultan igual de miserables y cínicos aunque Sadorski carece (cosa de ser francés) de la gracia y sobre todo la mala leche del español.

Saludos, colosal pero muy disfrutable, desde este lado del ordenador

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