Óscar Domínguez, un Dalí de baratillo

Uno de los protagonistas de la primera parte de Mil ojos esconde la noche. La ciudad sin luz, es el pintor surrealista tinerfeño Óscar Domínguez, que no fue chicharrero, como apunta Juan Manuel de Prada en una de las páginas de la novela ya que no nació ni residió en la capital tinerfeña sino que fue lagunero y tacorontero de corazón.

Domínguez tiene cierto protagonismo en estas memorias ficticias de Fernando Navales, el cínico narrador de este novelón de más de 800 páginas cuya segunda entrega aparecerá probablemente a inicios del próximo año. Por ser quién es, y por cómo ha sido objeto de estudio en su isla natal, donde TEA Tenerife Espacio de las Artes alberga gran parte de su trabajo, hemos elaborado una pequeña selección de lo que dice y de lo que dicen otros sobre “nuestro” artista en la novela. Un aviso: las palabras reproducidas son del protagonista de Mil ojos esconde la noche, Fernando Navales, no de su creador, Juan Manuel de Prada.

“- Pero yo soy surrealista como tú eres falangista, Navales. Lo mío es pintar sueños. Y los sueños siempre son algo degenerados”
(página 83).

“- No son Chiricos –murmuré, admirado–. Son falsificaciones.
Óscar Domínguez había entrado también en el salón, tras golpearse la cabeza en el dintel de la puerta.
- No son falsificaciones –me corrigió, enojado–. Son pastiches.
No le faltaba razón. Siempre me había parecido que el talento más evidente del canario era de naturaleza mimética, como había probado durante su etapa juvenil, con cuadros que eran imitaciones fules, pero muy habilidosas de Dalí y Max Ernst”
(pág. 378).

“Los surrealistas hemos declarado la guerra a Giorgio de Chirico, por tontear con Mussolini y pretender liberar el arte italiano (cito sus palabras ‘del yugo de París’, adoptando un nuevo estilo, neobarroco y por completo reaccionario –pontificó, pero el acento canario teñía su diatriba de una dulzura y una parsimonia por completo incongruentes–. Así que para arruinarlo, hemos decidido inundar el mercado de pastiches de su etapa metafísica, que es la única que merece la pena y la que los surrealistas alabamos en su día, contribuyendo a su universal éxito, ¡Que se joda el espagueti traidor!”
(pág. 379).

“Había traído al estudio de Ruanito una talega con casi una docena de sus pastiches, tanto de Chirico como del pintamonas de Picasso, pero también de otros pintores derivativos o epigonales, como Max Ernst o Tanguy (de este modo, hacía el pastiche del pastiche) todos intercambiables y siempre a rebufo de la moda del momento; como, por demás, el propio pintor canario, que era un genio de la mímesis, un virtuoso del remedo, pero también un artista hueco sin universo personal, un Dalí de baratillo que adoptaba universos y estilos ajenos, como rellenos intercambiables para su oquedad aplatanada”
(pág. 712).

Saludos, ¿verdadero o falso?, desde este lado del ordenador

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