La luna en el arroyo, una novela de David Goodis
“Junto a las casuchas de madera había un callejón, luego otro descampado, y después dos edificios de ladrillo de dos plantas llenos de armenios, ucranianos, noruegos, portugueses y otras razas mezcladas. Todos ellos se llevaban bastante bien, menos los fines de semana, cuando bebían más de la cuenta y lo único que podía restablecer la paz era la llegada de la brigada antidisturbios”.
La luna en el arroyo, David Goodis, colección Al margen, Sajalín editores, 2024
La literatura negra y criminal cuenta con tres escritores de cabecera que ocupan el pódium de lo mejor de su época clásica: Dashiell Hammett, Raymond Chandler y Ross Macdonald pero se deja de lado a otros escritores (escritoras mucho menos, pero las que están, Dorothy B. Hughes y Vera Caspary, entre otras, notables ciertamente) que se encuentran a la misma altura y que incluso superan por lo atractivo de sus propuestas y su mirada crítica y personal una realidad en la que la corrupción y el mal están por encima de todas las cosas.
Uno de estos escritores es David Goodis, a quien se le ha publicado bastante bien en España aunque sigue sin ser reconocido como el gran autor que fue. Tanto, que casi parece que el paso del tiempo no afecta a sus historias, todas ellas alejadas del perfil que fijaron los clásicos del género para proponer en su caso un descenso a los infiernos de sus protagonistas así como una profunda y meditada indagación en la mente y en el corazón de sus personajes, la mayoría perdedores, que es una figura recurrente en este tipo de literatura donde lo que importa más allá de la acción y su argumento, son los personajes, individuos que ya no tienen nada que perder y que vagan como vagabundos por las calles más siniestras de Filadelfia.
Ediciones Sajalín ha tenido el acierto de publicar este año La luna en el arroyo, que ya contaba con una versión en castellano pero que Sajalín recupera con mucho mimo no solo a través de un prólogo que firman Jordi Canal y Álex Martín, sino con una nueva traducción que corre a cargo de Diego de los Santos. Pese al esfuerzo, que se agradece, La luna en el arroyo no me parece uno de los mejores títulos en la bibliografía negra y criminal de Goodis pero tampoco es uno de sus peores libros. Quizá se trate de uno de sus trabajos más líricos, aunque el ambiente en el que se desarrolla la historia transcurra en una calle que parece el callejón de las almas perdidas, y un bar en el que se reúnen todos los desheredados de la tierra. Hombres y mujeres sedientos de alcohol y sentados en torno a una barra donde trabaja un barman que no deja de tararear y sin ritmo canciones de moda.
Si en las novelas de David Goodis no hay paz para los malvados tampoco la hay para los que tienen buen corazón. El destino, al final viene a decir, nos llevará al otro lado por igual. Con independencia de que lo hayas hecho bien o mal. La muerte es el final y no el tránsito hacia otro mundo donde podremos por fin ser felices. En este sentido y como se observa, Goodis fue un existencialista puro antes que en Francia gente como Sartre reclamara la patente, también fue una especie de escritor sobre el absurdo de la vida que lo emparenta con Kafka, y no solo porque ambos cuenten con una obra extraña, que no tiene nada que ver con la que escribían otros, sino por contarnos historias
protagonizadas por personajes desubicados que se enfrentan a un mundo de clara naturaleza hostil.
Pertenecer a un sitio o a otro es una de las grandes constantes de Goodis, y en La luna en el arroyo se observa claramente que le gustaba explotar este filón al contar una historia de amor condenada al fracaso por la diferencia social que hay entre William Kerrigan, estibador en el muelle y tipo criado en las calles, con Loretta Channing, una misteriosa y adinerada mujer que pasea por esta zona prohibida de la ciudad con la excusa de buscar a su hermano, a quien le gusta emborracharse con los parias de la tierra.
Kerrigan investiga, cuando el duro trabajo se lo permite, los motivos que llevaron a su hermana al suicidio mientras las mujeres con las que convive en una pensión en la que se hacinan los huéspedes le hacen recordar que su vida no va viento en popa sino más bien todo lo contrario. El alcohol que ingiere es para olvidar ya que no entiende, y por eso hace averiguaciones, que su hermana, una flor en el estercolero, decidiese acabar con su vida en esa especie de purgatorio en la tierra que es la calle Vernon y sus tétricos alrededores. Territorio de pobreza y muy bajas pasiones.
Las mujeres, como pasa en otras grandes novelas de David Goodis, ocupan un papel protagonista en el libro. Por un lado, Loretta, una mujer con clase y por otro Lola y Bella, madre e hija, las dos muy atraídas por un hombre, William Kerrigan, que no termina de quitarse el enorme peso de culpa que lleva encima. Las mujeres de Goodis suelen ser fuertes, más que los hombres, y dictan el destino de los que se mueven a su alrededor como si fueran marionetas.
La luna en el arroyo cuenta en este sentido con muchas de las constantes que marcaron la trayectoria del escritor, así que será una delicia recuperarlo para los iniciados como una sorpresa para los que lleguen por primera vez a un escritor poderoso, más preocupado por las relaciones entre sexos que por contar una historia de misterio con cierta coherencia. En sus novelas policíacas los bares son, también, escenarios recurrentes. Catedrales de botellas en las que se refugian lo peor de la sociedad, aunque peor no sea la palabra exacta para describir la fauna que allí se cita y sí, en todo caso, los marginados, los que le volvieron la espalda a la vida. Los perdedores que son tan fundamentales en la obra de Goodis como la corrupción en la de Hammett o Chandler.
Sería de agradecer que Sajalín publicara los títulos que faltan por traducir de Goodis al español para que el aficionado al género negro y criminal descubriera el enorme talento que marcó la que llamo como la edad de oro de la novela negra norteamericana, la que nace en los 20 y viene a finalizar en los 60. En esta larga lista de excelentes novelistas (algunas, es verdad que pocas, escritoras) sobresale por encima de todos David Goodis. Y sobresale porque escribió una literatura que tiene sello de autor y en la que se mira al abismo. Quizá resulta por eso mismo tan antipático y diferente al resto. Tan especial dentro de un género donde lo que importa es la víctima (y sobre todo si es culpable) que no puede ni quiere salir de su infierno personal.
Saludos, se dijo, desde este lado del ordenador