Juan Bonilla: “Las matemáticas son poesía”

Juan Bonilla (Jerez de la Frontera, Cádiz, 11 de agosto de 1966), El que apaga la luz, reunió varios cuentos que fueron muy bien recibidos en los años noventa del siglo pasado, llegando incluso a ser reconocido por un periódico de tirada nacional como uno de los títulos más destacados publicados en España hace ahora veinticinco años. El escritor volvió tras la publicación de Nadie conoce a nadie, novela que fue adaptada y llevada al cine por el grancanario Mateo Gil, y que el mismo Bonilla sometería a una reescritura en Nadie contra nadie, que debe ser el primer caso, o uno de los poquísimos casos, en que un mismo autor publica dos versiones del mismo material literario.

Escritor, traductor y poeta, Juan Bonilla es uno de los invitados de la séptima edición del Festival Hispanoamericano de Escritores, que se celebra del 22 al 27 de septiembre en Los Llanos de Aridane, que este año está dedicado a las letras que se escriben en España.

- La aparición de El que apaga la luz fue muy bien recibida por la crítica ¿le ha condicionado este éxito en su carrera posterior?

“Supongo que si nos ponemos deterministas nada de lo que vino luego hubiera sido posible sin ese buen recibimiento que tuvo mi libro, porque gracias a él me contrataron una novela, Nadie conoce a nadie, que ni siquiera había empezado a escribir, y gracias a esa novela me dieron una columna en Interviu, y etc…Pero no tengo sensación de haber tenido que gestionar nada, soy mucho de dejarme llevar a ver qué pasa, y de no darle demasiada importancia ni a los reconocimientos ni a los palos, teniendo en cuenta además que la dimensión de los unos y los otros, en literatura, es, salvo muy contadas excepciones, un asunto familiar (quiero decir, que no llega apenas a convertirse en reconocimiento social ni nada de eso)”. 

- ¿Qué recuerda de la adaptación cinematográfica de Nadie conoce a nadie?

“Lo recuerdo como una relación de honestidad, en la que yo di libertad absoluta a Mateo Gil para que abordara mi novela como le diese la gana, y el productor Antonio Pérez me enviaba los diferentes guiones que iba elaborando Mateo, y yo ni los leía porque prefería esperar a ver la película acabada. La experiencia fue estupenda para mí. Tenga en cuenta que yo ya estaba en otra cosa, y que una novela se mantuviera viva gracias a una película era un regalo”.

 - Escribe una nueva versión de Nadie conoce a nadie con el título de Nadie contra nadie.

“Es que esa primera novela la escribí digamos que casi por encargo: El que apaga la luz había tenido muy buena recepción y varios editores me contactaron para pedirme una novela y finalmente Ediciones B me la contrató cuando la novela ni existía. Entonces, aunque la historia me gustaba mucho, me pareció en determinado momento que podía hacer el experimento de escribirla de nuevo sin mirar el original, sin saber si ese experimento lo había hecho alguien alguna vez: la misma historia escrita por el mismo autor pero con una separación de veintitantos años entre una redacción y otra. Naturalmente si abordé la escritura de esa novela y no de otra es porque era de la que menos satisfecho estaba, aparte de que después de la película de Mateo Gil, ocurrieron en Sevilla una serie de sucesos que imitaban lo que novela y película cuentan, y me parecía que era buen momento de incluirlos en la nueva versión”. 

- Prohibido entrar sin pantalones y Totalidad sexual del cosmos están protagonizadas por el poeta Maiakovski y Nahui Olin, ¿qué le atrajo de estos dos personajes? ¿Se tratan de libros que se ajustan a lo que se conoce de sus respectivas biografías? 

“Pertenecen a un género, la bioficción, que me gusta mucho como lector y espectador -hay muchas películas que pertenecen a ese género. Me propuse en algún momento hacer como unos Evangelios de las vanguardias, contar cuatro vidas vanguardistas, cuatro vidas de personajes que defendieron que la vida debía ser una obra de arte. Dado que nada puede estar más lejos de mi propio modo de estar en el mundo, me pareció apetecible asomarme a sus figuras. Al final sólo pude terminar dos, la de Maiakovski y la de Nahui Olin. El método es aplicar las técnicas de la novela a sucesos reales, claro, e imponerse como norma inquebrantable no inventar nada salvo en los tramos de vida de los que no sepamos nada y sólo podamos intuir qué pudo pasarles. Así que sí, por supuesto que se ajustan a sus biografías, y lo que cambia es la perspectiva con la que uno se acerca a ellos, que no es la de un historiador sino la de alguien cercano, próximo. En realidad los considero libros más poéticos que narrativos, pero el tema de los géneros me cansa mucho”.

 - Y como Nahui Olin, ¿cree que casan bien la poesía y la filosofía con las matemáticas y las ciencias exactas?

“Habrá pocas cosas más poéticas que las matemáticas, que inventan un mundo para explicar el mundo. Ya en mi primer libro de poemas, Partes de Guerra, hablaba del parecido de los poemas con las ecuaciones, cómo va planteándose un problema y se van despejando incógnitas. O al revés, en un ejercicio que nos hacían de niños: nos daban unos resultados y a partir de ellos teníamos que inventar el enunciado de una ecuación que al solucionarse dieran esos resultados. Los poemas funcionan un poco así: tenemos unos resultados, unas experiencias, unas sensaciones, lo que sea, y a partir de ella elaboramos unas ecuaciones que son el poema, así que no veo por qué habría de ser una relación imposible. Las matemáticas son poesía”.

 - Ha sido coeditor de suplementos literarios, ¿qué recuerda de esta experiencia? 

“Siempre he tenido un concepto antiguo de la literatura: para mí buena literatura es todo lo que esté bien expresado, con independencia del género al que pertenezca. De ahí que cuando he tenido oportunidad en suplementos o revistas que he dirigido, no me importaba tanto el tema como la manera, y por lo tanto en las cosas que he dirigido podía haber reportajes sobre gastronomía, arquitectura, deportes, lo que fuera, lo único que me interesaba es que funcionara como texto que fuera grato leer”.  

- ¿Que autores le parecen los más agradecidos para traducir?

“No sabría qué decirle, sólo traduje un libro por el gusto de hacerlo: los Gatos de T.S. Eliot. Mis demás traducciones las hice por dinero. Pero supongo que los más agradecidos para traducir son aquellos que te parecen grandes autores o cuyos libros te parecen sensacionales.”

- ¿El oficio de traductor está reconocido en España?

“Con toda seguridad, no. Una prueba evidente es la cantidad de “retraducciones” que se publican, es decir, libros que ya estaban traducidos y se vuelven a traducir porque se supone que las traducciones se han avejentado, lo cual es una bobada, porque hacen falta 200 años para que se avejente un texto. Entonces que no se reconozca el esfuerzo de traductores de los años cuarenta o cincuenta y se vuelvan a traducir libros que ellos tradujeron, es una prueba de que ni los traductores respetan a los traductores”.

 - ¿Cómo observa las posibilidades de la Inteligencia Artificial? Ha llegado para cambiarlo todo, incluso la traducción y la escritura de los libros?

“Sin duda es una herramienta fascinante. No sé dónde parará la cosa, pero como cualquier herramienta dependerá del uso que se le dé. Ya sabe que la soga que ayuda al escalador a subir a la cumbre y ayuda al suicida a ahorcarse no puede tener la culpa ni de lo primero ni de lo segundo. Sólo la he utilizado dos veces a la IA, y las dos me he divertido mucho: naturalmente su colaboración dependía mucho de mis propias preguntas, por lo que funciona más bien como espejo. Sin duda cambiarán muchas cosas. Unas veces será para bien y otras para mal. Nada nuevo bajo el sol, porque antes sin IA también se celebraban cosas intragables y se echaban al olvido obras maestras: seguirá pasando con toda seguridad”.

 - Sin embargo, el libro de papel sigue ganando la batalla al libro electrónico.

“Es que hay inventos que son insuperables por su perfección: la rueda, por ejemplo. Podrás mejorarla lo que quieras, hacerlas de un material que no pueda reventar ni pincharse, pero seguirá siendo una rueda. El libro pertenece a esa rara categoría de objetos perfectos: a su lado el libro electrónico parece una imitación impotente, que sí, se puede utilizar y gozar en momentos determinados, pero no acabará con el libro tradicional siempre que este siga haciéndose bien (hay algunos editores piratas que utilizan papel infame y encuadernaciones ridículas que son el gran enemigo del libro de papel, no el libro electrónico)”. 

- Ha traducido a Edward Abbey y estudiado el futurismo en América. ¿Qué le atrae de la obra de Abbey y del futurismo? 

“Cosas distintas: Abbey me llegó de casualidad, y la verdad es que me aficioné, me pareció un autor de primera categoría, su novela sobre el decadente cowboy de El vaquero indomable es una obra maestra. Luego su figura de ermitaño y el hecho de haber dado pie a todo un movimiento social ecologista me lo hace muy interesante como personaje en sí mismo, más allá de sus libros: que los libros consigan hacer nacer un movimiento social me parece uno de los milagros a los que puede aspirar una obra literaria. En cuanto al futurismo me interesaba ese canto enérgico a la modernidad, no estoy de acuerdo con ellos en casi nada, y por eso me resultaban interesantes todos sus eslóganes, su Muerte al Pasado, su Guerra: higiene del mundo. Además me intrigaba que abogaran por “una vida poética”, ¿qué querían decir con una vida poética? ¿Qué era eso?”

 - Nos gustaría que hablara de su poesía.

“Tengo mucha precaución con esa palabra, porque para mí la poesía no es un género literario sino una sustancia que puede o no estar en las cosas, no sólo en los poemas, de hecho en los poemas es donde menos poesía encuentro. Entonces, no sabría qué decirle. Yo creo que trato de llegar a hacer algo de poesía en todo cuanto hago, ya sean poemas, novelas, cuentos o reportajes. Me interesan los poemas que desconfían de lo que comúnmente se entiende por poético, es decir, los que utilizan el lenguaje común, la cotidianeidad, para desvelar misterios que tenemos al alcance de la mano, la extrañeza de estar vivos, por ejemplo”.

 - ¿Qué le parece que el país invitado este año en el Festival Hispanoamericano de Escritores sea España?

“Muy bien. La relación de España con América es demasiado pobre, así que todo lo que sea acercarnos, es buena noticia”.

- Y, por último, ¿qué tiene contra de Camilo José Cela?

“Absolutamente nada, me parece un prosista extraordinario, aunque su tremendismo me interese poco. Sé que me pregunta porque alguna vez dije en algún sitio que “Cela era el escritor nacional y eso lo decía todo de España”, pero yo me refería a la figura patrimonial del “escritor nacional”, el escritor que representa a un país, que es un asunto que no tiene que ver con la obra literaria sino con la personalidad pública”.

Saludos, la cuenta atrás, desde este lado del ordenador

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