‘Flash Gordon’, señor del re(uni)verso escandaloso

flash_gordon1.jpg En la memoria visual y sonora de cada uno de nosotros existen una serie de títulos y canciones que siendo rematadamente malos han sabido hacerse un hueco en nuestro maltrecho y generalmente herido corazón. Una de estas películas de desguace es la versión que Mike Hodges firmó en 1980 del popular personaje de los colorines, tebeos, historieta o cómic conocido en todo el universo de papel (y ahora fílmico también) como Flash Gordon, aunque su autoría cinematográfica le corresponde más bien a su excéntrico productor, Dino De Laurentis.

Machacada con toda justicia por los aficionados a las tiras de Alex Raymond (aunque en historieta siempre me gustaron más las aventuras que sobre el mismo personaje plasmó Dan Barry a finales de los 60 y 70), el Flash Gordon hecho cine es un homenaje declarado y descarado a la mixtura, a la mezcla gozosa de los géneros más pueriles de nuestra infancia con una banda sonora que todavía rompe los dientes firmada por un grupo de rock –Queen– que supo romper dientes mientras aún estaba entre nosotros su radical vocalista con sueños de diva llamado Freddy Mercury.

En Flash Gordon, además, parece que conspiraron los demonios para rendir tributo no ya al héroe rubio, alto y con ojos azules que encarna Gordon, sino también caprichosos espíritus bromistas en lo que tiene gran parte de culpa el autor de su guión: Lorenzo Semple Jr. Lo que da pie a un chiste fácil, Flash Gordon la escribió un tipo con apellido simple. Lo que es así, pero tampoco.

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La película, con apoyo reitero musical y machacón de Queen, es bastante fiel en sus inicios al tebeo original de Raymond. Flash, un jugador de rugby que interpreta con festiva poca profesionalidad Sam J. Jones, conoce en una avioneta a quien será su novia de papel, Dale Arden (encantadora y hoy olvidada Melody Anderson), en una avioneta, mientras La Tierra está siendo sacudida por extrañas anomalías meteorológicas. Del cielo no caen granizos, ahora lo que caen son piedras de fuego… La avioneta es alcanzada por una de estas rocas incendiarias y mal aterriza en la propiedad del doctor Zarkov, que (dice) interpreta Topol, quien los secuestra para viajar juntos al planeta Mongo. Imperio de opereta que dirige Ming, que ahora tiene la cara de Max Von Sydow.

Una vez en Mongo (Porno, que se llamaba en la versión soft, titulada Flesh Gordon), el atractivo jugador de rugby pasa por mil peripecias, logra unir a los desunidos reinos y principados del planeta bajo la bota del peligro amarillo con apellido de noble sueco y entre batallas aéreas, sexo para todos los públicos (sigue estando divina Ornella Muti como la princesa Aura, hija del malvado Ming), y Queen dando la barra, es imposible que este filme rabiosamente iconoclasta y gamberro no le haya roto el corazón a más espectadores, y no sólo a este que les escribe.

La película divierte, entretiene y te deja esa rara sensación de que te ha tomado el pelo a sabiendas. Es como un niño a punto de convertirse en adolescente. Irritantemente libre, aunque atisbe que ya va siendo hora de que pierda su inocencia… Yo la considero un clásico del cine de estar por casa. Un peliculón de esos que no te cansas de ver y con los que te partes la mandíbula de la risa. Lo único que estropea su perfecta y estúpida redondez es que no aparezcan más razas estrambóticas de las que creó Raymond, salvo los hombres del bosque, con Barin a la cabeza y los hombres halcones, cuyos líderes tienen la cara de Timothy Dalton y Brian Blessed. No puedo ni debo olvidarme tampoco de la estupenda Mariangela Melato, que parece que es la única que se toma en serio está parodia interpretando a una espartana amazona de la policía secreta del pérfido Ming. Será esto ¿el fin?  
   

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