Hasta la próxima, Chela

Otra noticia triste. Otro mazazo. Y esta vez nos toca muy de cerca. Hace apenas unas horas el periodista y escritor José H. Chela ha muerto. Como me cuenta casi en estado de schock su buen amigo Santiago Ríos, con quien había quedado para hablar de una proyectada serie de televisión, Chela se transformó de repente en el protagonista involuntario de una de sus historias de detectives, género por el que sentía una especial predilección. Pero el bueno de Chela además de ser un brillante contador de historias y un regular dramaturgo, también fue un amante de la cocina y en los últimos tiempos un columnista cuyos artículos creaban adicción. Fuera en las páginas de El Día o en el digital Canarias24horas. Muchos ya lo estamos echando de menos, sobre todo los que, sin ser amigos, sí que disfrutábamos de tanto en tanto de su conversación mientras tomábamos cualquier cosa en la barra de un bar.

Chela se había convertido, además, en uno de esos personajes de la ciudad que uno reconoce pese a no saber su nombre ya que formaba parte del paisaje. De hecho, hoy, al conocer la noticia de su muerte, me entero que su nombre de verdad era José Hilario Fernández Pérez y no José H. Chela que es cómo la mayoría lo conocíamos… Cosas de la vida.

Chela nos dijo adiós esta mañana, al filo del mediodía, al sufrir un infarto cerebral en la calle de El Pilar… Atrás quedan miles de páginas donde dejó la constancia de su firma: en La Tarde, Canarias 7, La Provincia, La Gaceta de Canarias y El Día, entre otros, donde derramó fino sarcasmo y una ironía que si bien en los últimos tiempos había perdido acero no había renunciado al humor. Aunque resultara blanco e impoluto. 

Tuve la suerte de charlar con él en varias ocasiones, no todas las que hubiera deseado, pero sí al menos de compartir bromas e ideas en torno a una cerveza o, si se terciaba, un trago más fuerte. Sabía de cine, sabía del arte del buen comer y le encantaba, entre otros géneros, el de la novela policiaca, gustos en los que casi coincidiamos. La última vez lo vi a la altura de la que yo llamo plaza Militar, y lo saludé con la mano. Él respondió a mi gesto. No se me ocurre nada mejor para rendirle homenaje que ese adiós sin palabras. Un gesto vago de la mano, de “nos vemos”, de mañana será otro día…

En fin, amigo, cuánto razón ténía Raymond Chandler cuando escribió que decir adiós es morir un poco.  

Escribe una respuesta