Hasta siempre, maestro Azcona

azcona.jpg La muerte de Rafael Azcona supone otro duro golpe para mis ya de por sí dispersas neuronas. Afortunadamente tuve la suerte hace ahora mucho, mucho tiempo, de agradecerle personalmente los buenos momentos que me hizo pasar con sus guiones cinematográficos, llevados a la pantalla grande con mano maestra por cineastas como Luis García Berlanga y Marco Ferreri. De hecho, creo que algunas de las mejores películas del cine español están rubricadas por el también maestro Azcona, un hombre que supo describir con irónico sentido del humor negro lo más bajo de esta España nuestra. Películas como El verdugo, Plácido, El pisito o El cochecito son cine ESPAÑOL con mayúsculas y un retrato implacable de la celtiberia profunda narrado bajo la mirada distorsionadora del espejo deformante (cóncavo y convexo del mítico y madrileño callejón del Gato) del esperpento que creara Valle Inclán.  Todavía me pregunto cómo diablos pudieron todas estas películas pasar a la odiosa censura.

Azcona además de ser un sobresaliente guionista también fue un notable novelista de… humor. El humor es un género que en España siempre ha sido visto por demasiado sector de la crítica como menor, pero si uno tiene la suerte de leer no sólo las novelas que dejó escritas este señor de provincias (Azcona nació en La Rioja) sino también las de Edgar Neville o Wenceslao Fernández Flores, sólo puede pensar cuán equivocados están  los que se creen por encima del bien y del mal. Háganme caso, e intenten encontrar en cualquier librería o biblioteca su excelente El repelente niño Vicente o El pisito. Me lo agardecerán con lágrimas en los ojos. Las lágrimas, afortunadamente, no serán de tristeza como las que empañan ahora mis ojos mientras escribo este óbito de urgencia, sino de tremenda alegría. De risa desbaratada, de carcajada auténtica y lo que es mejor, con sabor cien por cien español.

Porque Azcona, señores y señora, fue un pata negra. Y en unos momentos donde hace falta tanto reírnos sanamente de las cosas porque es la única manera de tomárnosla en serio, no se imagina uno todavía cómo lo  vamos a echar de menos.

Escritor y guionista que hasta hace relativamente poco permanecía en un insólito anonimato, un buen día se lió la manta a la cabeza y se dio a conocer entre todos los que lo  admirábamos. Recuerdo así a Azcona como un hombre serio cuyo trabajo era el de hacernos reír con inteligencia. Es decir, dándote puñetazos con historias que entre carcajada y carcajada te obligaban a poner en funcionamiento la cabeza. También me llamó la atención su humildad, y que aparentemente le resultara tan indiferente el trabajo que realizaba. Parecía de hecho sorprendido que varios periodistas de provincias y en el meridiano de la treintena le rindiéramos tan “inmerecida” pleitesía.

Contestó con educación exquisita a todas nuestras preguntas, algunas inoportunas. Y se río recordando su experiencia al lado de otros grandes como Berlanga y Ferreri. Para mí Azcona tocó el cielo con estos dos cineastas y estos dos cineastas tocaron el cielo trabajando con Azcona. Allí están las películas anteriormente citadas. Lo que hizo luego, no me interesa tanto. Sí, colaboró en el libreto de El año de las luces y Belle Epoque… Fue también responsable de la trilogía La escopeta nacional de su amigo Berlanga, pero no es lo mismo. No era lo mismo. No sé, quizá sea cosa del color. Pero para mi Azcona fue el hombre que estuvo detrás de las emociones en blanco y negro de El pisito, El cochecito, El verdugo y Plácido. Cuatro obras maestras. Redondas y sinceras que supieron reflejar con conmovedora y descarnada mirada las miserias de esta España nuestra. 

  

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