“Todas las épocas son iguales, sólo el amor las hace soportables”

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Cuanto menos es un caso curioso. Que no un fenómeno. Nicholas Meyer fue antes escritor que cineasta y guionista. A él le debemos varias reinterpretaciones de Sherlock Holmes que los seguidores del famoso detective creado por Arthur Conan Doyle (yo, que como siempre llevo la contraria más que holmaníaco soy challergemaníaco) no fueron muy bien recibidas. Me refiero a Elemental, doctor Freud, que más tarde llevó al cine Herbert Ross, y si mi memoria no me falla, una segunda novela con Holmes como protagonista en la que también aparece otro personaje famoso de su época, Oscar Wilde.

Será la época victoriana, curiosamente, la que marque la ambientación de su primera película como director y guionista, Los pasajeros del tiempo, un filme protagonizado por Malcom McDowell, David Warner y Mary Steenburgen.
La película enfrenta a H. G. Wells con el mismísimo Jack el destripador, pero no en el escenario conocido de un Londres cubierto por la niebla de finales del XIX; sino en una gran ciudad norteamericano de nuestro tiempo, tras viajar al futuro el destripador, a quien encarna con inquietante sentido pop Warner, y su perseguidor, Wells.

Es verdad que la cinta ha perdido fuelle con el paso de los años pero aún conserva una frescura y una originalidad que da fuerza a su estrambótica historia. La lectura que propone el director no está exenta de cierta ironía, aunque al final triunfe el amor por encima de todas las cosas. No obstante, las escenas más tractivas nos siguen pareciendo las que enfrentan al atolondrado escritor que interpreta con inocente gracia McDowell, con un destripador que le confiesa al confundido escritor que se encuentra muy cómodo viviendo en nuestro tiempo, mientras Wells frustrado descubre como desaparece su idea de un mundo futuro utópico.

Afortunadamente para el autor de La guerra de los mundos y La isla del doctor Moreau década tan desoladora como fueron los años 70 y 80 del pasado siglo XX también tienen luz cuando conoce a una mujer que en ese territorio de depredadores en el que ahora vive le tiende una mano para hacer posible una de las mejores (y posiblmente también una de las más cursis) frases de la película: “todas las épocas son iguales, sólo el amor las hace soportables”.

Los pasajeros del tiempo no rompió en taquilla pero disfrutó de un éxito meridiano, lo que permitió que Meyer continuará su carrera como director con títulos como El día después (1983), donde nos alertaba en clave de cine catastrofista de lo que podría pasar tras un bombardeo nuclear; y Star Trek II: La ira del Khan y Star Trek VI: Aquel país desconocido, en las que se limitó a cumplir el expediente, probablemente consciente de no poder alterar el universo trekie que celosamente guarda su amplísima legión de seguidores.

Meyer no ha vuelto a ponerse tras las cámaras en los últimos tiempos, aunque sí se ha convertido en un reputado guionista especializado en adaptar novelas del escritor norteamericano Phillip Roth, como La mancha humana y Elegy, dirigida por la española Isabel Coixet. También colaboró en el libreto de Los impostores, una de estafadores del cada día más devaluado Ridley Scott.

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