Dios existe y se llama Louis Amstrong. A propósito de ‘La rabia de vivir’

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Fue un músico de jazz del montón. Un clarinetista con algunos destellos, pero que nació (así lo sostuvo él a lo largo de su vida) con el color de la piel equivocado. Era un blanquito que quiso ser un negro. Primero lo intuyó pero más tarde tuvo la convicción de que para tocar aquella música que le subía por las entrañas como lava ardiente tenía que ser negro. Y fue tanto su empeño que se pasó gran parte de su vida con ellos, aspirando a contagiarse de su veneno musical, sobre todo cuando conoció a Dios. Y Dios, en el mundo del jazz (con permiso del gran Duke Ellington) tiene nombre y apellidos: Louis Amstrong. Satchmo. Todo esto lo cuenta Mezz Merrow en su valiente autobiografía La rabia de vivir (Anaya, 1992), un libro que pone los pelos de punta pero que también te enseña a querer un poco más (si cabe) la mejor música del siglo XX: el jazz.

La autobiografía de Merrow también es un relato de viaje a los infiernos, porque el escritor narra sus inicios y posterior sometimiento en el infierno de la droga. En este caso la heroína, que era una sustancian con la que habitualmente se colocaban los grandes y los pequeños del género. Merrow además de dedicarle palabras elogiosas a Amstrong (su descripción de un concierto en vivo y en directo del bueno de Lou tocando la trompeta con los labios agrietados y sangrando es de los que hace que uno crea en Dios, en el gigantesco Amstrong) es también una narración de un hombre, el propio clarinetista, desubicado. La de un blanco que decidió automarginarse, perderse en paraísos artificiales cuando llegó a la conclusión de que nunca iba a poder sentir la música como su maestro y amigo ni como ninguno de los grandes del jazz de color oscuro.

El libro, como casi todos los que os recomiendo, está descatalogado, y recibió en su día palabras elogiosas de otro ilustre yonqui llamado William Burroughs. Creo que a Burroughs lo que le atrajo de esta confesión verdadera no fue su canto desesperado a la música sino las experiencias del biografiado con la maldita heroína, el caballo que se transforma en un tigre imposible de cabalgar. La rabia de vivir no es literatura de la buena pero sí que es literatura de verdad. O lo que es lo mismo, la historia de un perdedor narrada por él mismo. Ambientes sórdidos, polis blancos que no entienden a un blanco que dice que es negro de color blanco, músicos de jazz que le aconsejan que no se meta en el universo tramposo de la droga, y por encima de todos un Louis Amstrong que le guía y le inspira y que tira a la toalla cuando quien le lleva en coche, y si es necesario hasta le limpia los zapatos, se sumerge en esa irrealidad que produce la química que altera a nuestros sentidos.

La rabia de vivir es un libro recomendable a los idiotas que se sumergen en la droga, y también para los que saben que el jazz es una música que no tiene reglas y que por tanto sirve para intelectuales tontos y los que no se estrujan el cerebro, otros tontos por si no se entiende. Es un libro que rompe esquemas y que te enseña a querer un poquito más un estilo sin estilo que ha hecho grandes a tantos y tantos negros y algún que otro blanquito que seguro tuvo y tiene el corazón tan negro como Mezz Merrow, el blanco que quiso ser negro y que dejó constancia de todo ello en un libro que es un canto de amor, tributo y homenaje a Dios (con permiso del gran Duke): Lois Amstrong.

Sólo por eso, gracias pelirrojo por tus memorias. Y alabemos, una vez más, al Señor.

¡Aleluya!

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