¡Por ‘Historias Extrañas’, Cthulhu!

Ahí lo vemos, tan entusiasmado y loco por los relatos de H.P. Lovecraft que intenta imitar al maestro (eterno solitario) de Providence, Rhode Island. Envía un texto al tablón de anuncios de la revista 1984 (¿o fue Creepy?), donde anuncia a los lectores de los míticos tebeos que piensa editar una revista, y que anima a todo el que quiera a que le manden sus relatos de corte fantástico.

La revista se llamará, rindiendo tributo a Weird Tales que fue donde más colaboró el gigantesco escritor que imaginó el libro prohibido Necromicón escrito por el árabe loco Abdul Alzhared, Historias Extrañas. “Manden sus cuentos a esta dirección….”

Pasa el tiempo. Y de repente un día empiezan a llegar al buzón de su casa cartas y cartas. De Valencia, Santander, Barcelona, Teruel, Buenos Aires, Lisboa… Y todas esas cartas contienen un relato. Un relato adolescentemente lovecraftiano. Y decide sacar la revista.

En aquellos viejos tiempos no existía Internet, a los ordenadores se les llamaba computadoras y los conocías por las películas, así que los aficionados a esas cosas tan raras como los libros o la música que no sabían escribir y tocar un instrumento editaban fanzines. ¿Que qué eran los fanzines? Pues revistas de aficionados. La mayoría de ellas editadas a fotocopias y con una tirada de risa. Si llegabas a los cien ejemplares eras un fanzine reconocido. La mayoría no pasaba de los 50. Y eso resultaba bastante. Para un  ¡quiero un autógrafo!

Editar un fanzine en una isla como ésta no era nuevo. Ya habían algunos circulando por el mercado subterráneo. Lo que pasa es que la mayoría, por no decir todos, estaban especializados en música. Agradecidos esfuerzos que hacían muchos aprendices por destacar lo que estaban haciendo aquellos valientes que saltaban a un escenario para cantarnos que yo nací en el bloque 2009 y fui educado en la violencia y en la muerte…

Así que aquel adolescente lovecraftiano lo tenía claro. Su revista no iba dirigida al mercado interior sino al mercado exterior de todos aquellos locos adolescentes que habían sido abducidos por las deidades primordiales del gran maestro Lovecraft. Así que un día, tras ahorrar las pagas semanales paternas mes tras mes, monta en casa como buenamente puede su Historias Extrañas.

La portada: Boris Karloff como la criatura del doctor Frankenstein, fotografía que hasta ese momento adornaba la cabecera de su cama pegada con chinchetas.

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Sube a La Laguna, a una de aquellas tiendas de fotocopias que reproducían en cadena los apuntes para los estudiantes universitarios, y se gasta todo el dinero que ha ido ahorrando durante meses. El resultado: 35 ejemplares de Historias Extrañas.

El tipo que hace de editor es tan idiota que no gana un duro con aquella inversión. Se dedica a enviar gratuitamente ejemplares a los colaboradores y los que le quedan en casa los reparte sin recibir nada a cambio. Tanto es así, que hoy no conserva ningún ejemplar de aquel primer y queridísimo primer número en cuya portada fotocopiada en papel azul celeste el atento lector puede comprobar las huellas de las chinchetas en la cara de la vieja criatura del doctor Franky.

Para su sorpresa aquel Historias Extrañas tosco, rudimentario, repleto de faltas de ortografía tiene su eco. Desde Península, Buenos Aires, Lisboa le piden más. Y le siguen llegando relatos, historietas, artículos…

Se une a la causa un viejo amigo. Amigo que ya cocina en su cabeza lo de ser poeta. Recuerdo conversaciones en su casa cenando un potaje de berros mientras planteábamos contenidos y uníamos esfuerzos. Una inocente fe en lo que se estaba haciendo. Mi amigo se convierte en socio.

Habrá Historias Extraña 2.

El número se hace en su casa. Yo llevo mi máquina de escribir Olympia y trabamos y trabajamos.

“¿Hace falta una página más?”

 “No te preocupes, que esa la hago yo”.

No se acuerda ahora del artículo, quizá fue aquel que escribió sobre King Kong, la versión de 1933. Estábamos en 1983, y venía de perlas.

Otra vez fotocopias. Pero la edición crece: ¡¡¡¡40 ejemplares!!!! Y nueva sorpresa: le siguen llegando cartas a casa.

Y como Lovecrfat, escribe y escribe cartas largas, larguísimas de 20 folios mecanografiados a doble espacio a todos los corresponsales. Rubrica siempre sus escritos como Abdul Alhazared. Los otros firman como Jog Sothoth, Qualter… En aquellas misivas el adolescente vomita todas sus frustraciones de adolescente. Frustraciones de adolescente que le son devueltas con cartas igual de largas donde los otros le describen también sus frustraciones de adolescentes de provincias.

Sale el 3 de Historias de Extrañas. Cada vez más mejorado gracias a la intervención de su amigo-socio. Por él colabora una chica, un tía grande, GIGANTESCA, y algunos de mis amigos desconfiados. Siguen sin ganar un duro pero son felices.

El fanzine además de cuentos incluye ya su editorial, su sección de poesía, de cine… Por esos caprichos del azar descubren un día a dos tipos con los que hacen migas. Uno de ellos es un excelente dibujante y mejor persona; el otro era todavía el embrión de cineasta que muchos años después nos sorprendería a todos.

Sale Historias Extrañas 4. Y 5. Y 6. Y 7.

Y 7.

El último número de aquella aventura. Los lee ahora con la distancia que da la antipática madurez y sonríe ante aquella enloquecida aventura. El faneditor, que es quien les escribe, no tenía ningún ejemplar de aquella experiencia. Hace poco, apenas unas semanas, descubrió rebuscando entre las cosas de su padre una carpeta donde tenía guardados todos los ejemplares (salvo el primero) de aquellas Historias Extrañas.

Mira por eso hacia atrás sin ira.

Y sonríe.

Y se ríe. 

¿Por qué?

Joder, porque me cae endiabladamente bien aquel adolescente capaz de hacer real su sueño. Aunque fuera a fotocopias.

Por Historias Extrañas.

¡Por Historias Extrañas, Cthulhu!

Saludos babosamente nostálgicos desde este lado del ordenador. 

2 Responses to “¡Por ‘Historias Extrañas’, Cthulhu!”

  1. Clipper Says:

    ¡Por Historias Extrañas!

  2. editorescobillon Says:

    ¡Por Historias Extrañas!

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