El tonto del pueblo

Converso por teléfono con un amigo. Me llama para preguntarme si recuerdo el final de la película A pleno sol. Pero como hay dos versiones cinematográficas: el clásico francés dirigido por René Clément y la norteamericana (El talento de mr. Ripley) de Anthony Minghella, confundo ambos largometrajes aunque no las sensaciones que me produjo leer la estupenda novela de Patricia Highsmith, que sigue siendo la reina de la novela policíaca hasta que alguien me demuestre lo contrario.

De cómo terminan ambas películas pasamos, obviamente, a hablar de Highsmith y de su mítico y turbador personaje Tom Ripley, que dio origen a cinco historias que todavía me paralizan la conciencia y que algún día de estos me atreveré a releer. Le cuento que mi Ripley literario tendrá siempre el inquietante rostro de Alain Delon. Y no el de Matt Damon, John Malkovich o Dennis Hooper, actores que también han encarnado en pantalla grande a este refinado hijo de la gran puta.

Seguimos charlando por teléfono (últimamente hablo con mis amigos por teléfono, chateando o vía e-mail, pero no en eso que llaman face book –que sigue siendo algo que no ilumina mis entendederas– y mucho menos cara a cara, será porque ya no se estila…) y nos recomendamos libros.

Pienso mientras escucho que lo que nos une a los lectores son autores comunes y sus historias; que despedazamos en espontáneos debates virtuales porque, como escribía más arriba, estos han terminado por sustituir a los –pienso yo– más sinceros encuentros en carne y hueso. Pero así es el signo de estos tiempos. Antiguo que soy.

Les contaba: seguimos dándole a la lengua.

Citando un título, citando a un escritor, citando un capítulo, recordando una frase cuando repentinamente aparece el nombre de Robert Graves, que es uno de esos grandes narradores de novela histórica hoy meridianamente olvidado pese a que contribuyó tanto a hacer de la Historia un relato apasionante y apasionado.

Me comenta el amigo que acaba de terminar El conde Belisario, novela que me confiesa no le ha hecho ni fú ni fá. Le respondo que no he tenido el placer o la frustración de leer ese libro aunque sí  El vellocino de oro (que tuve el privilegio de devorar por una sugerencia de ese mismo amigo), La hija de Homero, Las aventuras del sargento Lamb, Rey Jesús (que me alimentó mientras visitaba la grandiosa Israel) y la que, coincidimos, nos parece todavía la obra maestra de este narrador británico enamorado de la Grecia y Roma clásica: Yo, Claudio.

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Terminada la charla, que ha durado más o menos una hora y media, pienso en Yo, Claudio y en cómo ha terminado por marcarme la vida ese idiota emperador romano. Primero gracias a la estupenda serie televisiva británica basada en estas confesiones inconfesables; y más tarde cuando leí los dos tomos con que la mítica Alianza Editorial publicó la novela hace ya mucho, mucho tiempo, en español.

No tengo ni por asomo pinta de Derek Jacobi, que fue el actor que encarnó al pobre Claudio (el emperador que pese a todas las cosas terminó convirtiéndose en Dios) en la pequeña pantalla, pero sí que su carácter huidizo y pusilánime para sobrevivir en aquella corte plagada de traiciones me sirvió de ejemplo durante un tiempo a modo de maná espiritual para sortear las difíciles pruebas a las que te enfrenta la existencia. Existencia que a veces es un camino de rosas y otras un sendero de las mismas rosas pero con espinas.

Yo, Claudio, la novela y la serie, se me aparece no obstante últimamente en cualquier situación en la que me muevo. Y su experiencia narrada por la hábil pluma de Graves aún me sirve como antídoto para superar esos bajones que de tanto en tanto me dan por mi caprichosa naturaleza emocional.

Claudio asume su papel en el mundo sin esperar nada de ese mismo mundo. Es el tonto del pueblo. La oveja negra en esa familia de patricios romanos en la que viene al mundo. Además ¡¡¡se pasa el día leyendo!!!

Son muy pocos los que le tienden la mano a lo largo de su penosa existencia ya que, imaginan, mejor es que continúe siendo el bufón de sangre real. O el intelectual, el que pierde el tiempo por su vicio de ratón de biblioteca… 

El pobre tarado se refugia en sus libros y en sus memorias para describir todas sus desgracias sin sorprenderse de la realidad de la que forma parte. Poblada de venganzas en esa lucha desatada por el poder que describe tan bien Graves en sus novelas y que tan bien supo traducir a la pequeña pantalla la serie televisiva.

Claudio es el tonto del pueblo, el tartaja del que mofarse. El idiota sin luces que arrastra su cojera y debilidades por palacio mientras unos y otros se borran de la historia a base de refinados venenos o por métodos más expeditivos y sangrientos.

La imagen de viejo y sabio Claudio se me cruza así por la mente desgastada lo que se dice últimamente demasiado. El pasado fin de semana mientras hablaba –esta vez frente a frente– con una amiga sentí el fantasma del tonto emperador a mi lado. Así que a medida que avanzaba en aquella conversación me pregunté si mi ángel de la guardia no sería el idiota de Claudio. Y lo escribo porque esa amiga me contaba cosas de un pasado que he suprimido del disco duro de mi memoria aunque es verdad que aquellas experiencias de repente brotaban como ecos lejanos en mi también atontado cerebro.

Llegué a casa conmovido, esa es la verdad, pero también molesto al ser consciente de esas lagunas con las que se ha generado el río de mi vida.

Les hablaba de Patria Highsmith, Robert Graves y Yo, Claudio

O la  siniestra verdad de atreverse a mirar en el abismo que llevamos todos dentro.

Saludos, un tanto crípticos, desde este lado del ordenador. 

2 Responses to “El tonto del pueblo”

  1. Ike Janacek Says:

    Por casualidad, terminé esta madrugada “Ese dulce mal” de Patricia Highsmith, y estoy de acuerdo: no sólo es la reina del policíaco sino que trasciende el género como pocos.
    Una novela muy recomendable… a no ser que se evite mirar ese “abismo que llevamos todos dentro”, Eduardo, porque la compré despues de leer una reseña en la que se le atribuía ser “la novela más dolorosa que haya leído nunca”.
    Saludos, siempre es un placer leerte.

  2. editorescobillon Says:

    Además de Ese dulce mal (¿la versión de bolsillo de Alianza?) te recomendaría sin Ripley de protagonista El temblor de la falsificación, entre otras. Y siempre es un placer tenerlo de vuelta.

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