Cuestión de gustos. ¿Ostras o caracoles?

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Para la reflexión que viene al caso me viene de ostras o caracoles el diálogo que censuraron (aunque más tarde se recuperó para la versión sin cortes de Espartaco de Stanley Kubrick) entre el patricio romano Craso (Laurence Olivier) con el esclavo Antonino (Tony Curtis) en la ya celebérrima escena del baño.

Craso: ¿Robas, Antonino?
Antonino: No, amo.
C: ¿Mientes?
A: No, si puedo evitarlo.
C: ¿Has deshonrado alguna vez a los dioses?
A: No, amo.
C: ¿Te reprimes de todo vicio para respetar las virtudes morales?
A: Sí, amo.
C: ¿Comes ostras?
A: Cuando las tengo, amo.
C: ¿Comes caracoles?
A: No, amo.
C: ¿Consideras moral comer ostras e inmoral el comer caracoles?
A: No, amo. Claro que no.
C: Cuestión de gustos, ¿no?
A: Sí, amo.
C: Y el gusto no es lo mismo que el apetito, y por tanto no se trata de una cuestión de moralidad, ¿no es así?
A: Podría verse de esa manera, amo.
C: Es suficiente. Mi toga, Antonino. Mi gusto incluye… tanto los caracoles como las ostras.

Y es que casi todo en la vida es una cuestión de gustos. Es decir, que en ese viaje a la mar océana que es leer un libro, mirar una película, escuchar música, disfrutar de una obra de teatro o marearse en un museo al sufrir el síndrome de Stendhal, hay ocasiones en que apetece una cosa y no otra. Aunque ambas te gusten.

El debate se suscitó esta misma semana. Estaba dando una vuelta larga con un amigo mientras caía la noche en la ciudad cuando por esos caprichos del azar hablamos de arte bueno y arte malo. La pregunta, sin embargo, fue intentar defender qué era para nosotros arte bueno y arte malo.

Le confesé en un rapto de sinceridad que tengo épocas de mi vida en la que sólo me apetece leer literatura éxito de ventas. No éxitos de ventas mayúsculos tipo El hombre que amaba a las mujeres o El código da Vinci, pero sí novelas que cualquier maldito bastardo ha colado en las listas de libros más vendidos.

Le dije que me sirve de válvula de escape. Y que mi maltratado estómago agradece de tanto en tanto una de esas hamburguesas de difícil digestión. No creo que nadie ponga en duda que un best seller es literatura bien escrita y si bien admito que hay títulos de usar y tirar, también encuentras otros muy sólidos que por haber recibido la bendición de los amables lectores continúa siendo visto por los especialistas en caza mayor como algo incomprensible y una perdida de tiempo.

La frase:  ”Hay tanto que leer que sí vale la pena digerir”.

Si uno analiza con frialdad toda la gran novela del siglo XIX descubrirá sorprendido que muchas de las grandes historias que todavía siguen dando guerra y paz fueron exitazos en su momento. ¿Esto los convierte en libros malos? No creo que ningún ratón de biblioteca se atreva a afirmarlo.

Teniendo en cuenta que la vida es finita y que nuestro paso por este sueño apenas dura nada en la inmensidad del cosmos, les confieso que a veces me  muerde la conciencia discursos del tipo “no pierdas los días leyendo esa mierda cuando hay tantas ostras a tu alrededor”.

Pienso a veces, que el problema de no haber sabido llegar a esos volúmenes preciados se debe en parte a lo mal que me enseñaron literatura en la época más inocente de mi vida. Tuve la fortuna, no obstante, de nacer en una familia donde lo normal era leer. En cualquier parte, y que me iniciaran en este fascinante universo recomendándome una serie de obras que aquel niño devoró como maná caído del cielo. Sin embargo, las novelas que los profesores de literatura intentaban que se nos metieran en la cabeza siempre me resultaron abrumadoramente aburridas sin que lo fueran.

Recuerdo así haber leído fragmentos del Quijote como quien masca un chicle, y que San Manuel bueno mártir, Zalacaín el aventurero o las Sonatas, de Unamuno, Pío Baroja y Valle Inclán, las deglutiera como quien se come el potaje del colegio. A regañadientes. Una vez fuera de las garras educativas, regresé a estos tres mismos autores para redescubrirlos como creo que tenía que redescubrirlos. Me quedé asombrado de lo grande que eran, preguntándome cómo demonios fueron capaces en la escuela de enseñarme cordialmente a detestarlos.

Un grave problema que he intentado cicatrizar con el paso de los años. Aunque cuesta cauterizar las heridas. De todas formas, y ya lo he dejado escrito en este mismo blog, hay libros capitales que te buscan y que afortunadamente te encuentran. Dos de ellos: La Iliada y La Odisea, obras que uno debe de haber leido y degustado antes de que se lo lleve al otro mundo la hermosa señora de la guadaña. ¡Ponedme dos monedas en los ojos!

Todo pasó en Grecia, en uno de esos viajes que haces por improvisación. Allí tuve una extraña revelación. Sentí que era tataranieto de aquel país. Fue un viaje de inquietantes avisos y de anuncios nunca cumplidos de desmayos. Pero pasear por las ruinas de Micenas, Olimpia, Delfos, entre otros restos de polis legendarias, será uno de esas memorias que me lleve a la tumba con una idiota sonrisa. Allí, en Delos, rendí sacrificio mientras me comía una manzana a Afrodita y por las noches, escuchando el potente canto de las cigarras y borracho de aceitunas, abría La Iliada y me sumergía en aquel universo remoto poblado de dioses caprichosos y demasiado humanos mezclado con héroes que ya quisiera La Marvel o DC.

Más tarde, y de regreso a las Canarias con la pretensión de huir de la visión ombliguista y canalla de esta tierra nuestra, me sumergí en La Odisea y descubrí que no hay mejor novela de aventura que la de Odiseo en su viaje de regreso a Ítaca.

Con esto quiero decirles que si bien los best seller no te llaman con el inquietante canto de las sirenas, a mi juicio los busco cuando tengo los sentidos atontandos y mi miedo me pide lecturas para abstraerme de esta sucia realidad repleta de pequeñas traiciones y rivalidades.

En estos tiempos oscuros y por lo tanto dados a la desesperación, encuentro en los mega ventas respiraderos con los que poder drenar las miserias que alimentamos ante la nada.

Todos somos un mundo aparte, vemos las cosas de manera sutilmente diferente, por eso soy de los que sostengo que la lectura contribuye a evadirte de ti mismo y a que acaricies las posibilidad de mirar tu realidad a través de los ojos de otro. Sentir como otro, entender como son los otros con el objetivo de ir mejorando en esa construcción que hacemos todos los días como personas.

Por eso mi modesto agradecimiento a una literatura que si bien no deja marcas como es la best seller, al menos sirve (según la temporada tonta que tenga uno) de válvula de escape. O de respiradero donde llenar los pulmones de oxígeno.

Mi amigo se paró en la Rambla, me cogió del brazo y me dijo que esa literatura sólo es de entretenimiento. No hacía falta que me cogiera del brazo para decirme lo que ya sabía. Esa es la clave.

“Sólo es que a veces, a veces, a mi independiente estómago le gusta digerir basura”.

Mi gusto, dice que dijo Craso, incluye tanto los caracoles como las ostras.

Cuestión de gustos.

Cuestión de gustos.

Saludos, hambrientos, desde este lado del ordenador.

4 Responses to “Cuestión de gustos. ¿Ostras o caracoles?”

  1. Canario exiliado Says:

    Estimado editor, ostras y caracoles. Unamuno, Baroja, Valle-Inclán, vale, pero también tenemos a Graham Green, Rubem Fonseca, Bernhard Slink,
    Michel Onfray, Saramago (su “Caín”, excepcional), Manuel Vicent, Cecilia Domínguez Luis… Y sin ficción, acerquémonos al gran periodista Ramón Lobo, el periodista y escritor tinerfeño Julián Ayala, o al filósofo Javier Muguerza. Oh, hay tántos recodos en que recostarnos un buen rato a leer… Ivo Andric, Danilo Kis, Juan Goytisolo…

  2. elintenso Says:

    Y sí, visité la nueva librería que se ha abierto en Santa Cruz. Agapea se llama. Y me temo que dos de las cualidades que más aprecio, esto es, que los libreros sepan algo de literatura y tengan conversación a este respecto y que los libros que yo quiero estén en la estantería, están muy lejos de ser las cualidades que reúne este nuevo sitio. Una pena.

  3. editorescobillon Says:

    Si te sirve de algo, iba buscando un título que aún no ha llegado a las digamos que tradicionales y allí sí que lo tenían.

  4. elintenso Says:

    La verdad es que no sé cuánto tardan, quién decide lo que se comercializa en las librerías si es lo que decide alguien con dos dedos de frente, si hay algún criterio sometido a parámetros razonables, en fin… Me pregunto tantas cosas.

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