Uno de mis tres grandes cuentistas…

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La decisión se hace difícil cuando pregunto que libros de ficción te han impactado más: ¿novelas o cuentos? Y digo difícil porque en mi peculiar catálogo de escritores a los que amo porque casi nunca me han decepcionado por la frescura de sus narraciones se encuentran tres ilustres cuentistas: Chéjov, el maestro del relato corto; Maupassant, a quien descubrí en plena y gozosa adolescencia, y quizá el más desconocido pero no por ello menos importante en mi fatigada galería de ilustres: el norteamericano O’Henry. Bueno, lo de O’Henry es un pseudónimo tras el que se escondía William Sydney Porter.

Les cuento lo de O’Henry porque pese a ser un autor relativamente bien publicado y traducido en España siempre ha sido contemplado como un microbio frente a otros grandes narradores de piezas maestras breves. Y si bien es cierto que como escritor nunca se caracterizó por eso que llaman “aguda penetración psicológica en el carácter de sus personajes”, los más de seiscientos relatos que legó para la caprichosa posterioridad son la mayoría de ellos piezas de una delicadeza extraordinaria además de un acerado y más que irónico, cínico sentido del humor que desarma.

El domingo pasado, en una de mis ya tradicionales excursiones al Rastro de la capitá tinerfeña, logré hacerme con un nuevo volumen de cuentos del maestro norteamericano. Libro que como es natural devoré la tarde del domingo plomizo y enfermo. O’Henry, una vez más, logró lo que casi siempre logra O’Henry en quien les escribe, que esa tarde plomiza y aburrida no lo fuera tanto.

Soy un firme defensor de lo que algunos llaman literatura de humor. Género que tiene notables narradores en sus filas. Y entre sus filas se encuentra este sorprendente escritor estadounidense que suele asombrar siempre a sus lectores con sus destacables finales.

Las historias de O’Henry están protagonizadas la mayor parte de las veces por pícaros y vagabundos, personajes a la deriva que en la pluma del escritor son retratados con entrañable nobleza de arrabal. A mi me recuerdan la mayoría de sus protagonistas en el filo del abismo a esos doctores y periodistas pendencieros y borrachos que tanto abundan en las películas de John Ford. De hecho, volviendo a leer sus historias, confieso que los personajes independientemente de la edad que tuvieran en el cuento, adoptaban en mi imaginación los rostros de Thomas Mitchell y Edmond O’Brien, distinguidos secundarios del cine americano.

Como soy de los que sospecho que los autores que han sabido penetrar en mi oxidada armadura están por ahí vivos en alguna parte, se da la extraña casualidad de que en junio de este mismo año se conmemorará el centenario de la muerte del escritor. Un escritor, O’Henry, que supo sacarle el lado humano a la canalla quizá porque antes de que se dedicara a la escritura él mismo fue un redomado canalla. De hecho, pasó una buena temporada en la cárcel por desfalco y se autoexilio de su país natal para pasar una larga temporada en Honduras. También buscó oro y cuidó ovejas en el salvaje oeste, paisaje que retratró magistralmente en algunos de sus más celebrados relatos.

Su muerte, como son casi todas las muertes de escritores con la cabeza desarreglada aunque quizá por eso con voz tan auténtica e independiente, lo cogió sumido en la ruina y con el hígado lo que se dice una pasa.

Un hombre grande, vamos.

Por eso, señor O’Henry, permítame que eleve el vaso de bourbon y me lo tome en salud a su memoria.

Saludos, muy reivindicativos, desde este lado del ordenador.

2 Responses to “Uno de mis tres grandes cuentistas…”

  1. Un exiliado Says:

    Chejov, Maupassant, O`Henry. Hasta ahí estamos de acuerdo, pero yo enlazaría al norteamericano con el brasileño Rubem Fonseca, que tiene unos relatos cortos magistrales (reunidos por Alfaguara en un buen tomo con el título “Los mejores relatos”). Destacaría también la última entrega en español del genial brasileño (en Seix Barral bajo el humorístico o desafortunado -según se mire- título “Secreciones, excreciones y desatinos”). Se reirá usted señor editor, se lo puedo asegurar, con esas catorce piezas, porque casan poderosamente alegría y marginalidad (por no decir pobreza). Buena literatura, imaginación, eso es lo que más necesitamos en estos momentos. No nos olvidemos de Poe, Juan José Arreola, Ignacio Aldecoa… Por cierto, de Maupassant se recomienda “Mi tío Jules y otros seres marginales”. Y releer al gran Augusto Monterroso.

  2. editorescobillon Says:

    De un autoexiliado a un exiliado: Hay tantos grandes. Pero entre mis grandes: Chejov, Maupassant y O’Henry.

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