Born to Be Wild

Ha muerto Dennis Hopper.

La prensa amarilla se apresuró hace unas semanas a vaticinar su fallecimiento cuando el actor y también director hizo su última aparición pública en el Paseo de la Fama el día que inauguró la estrella que lleva su nombre. Hubo cierto regodeo en aquellas crónicas… Es probable que nunca se le perdonara su independencia ni su carácter bronco y rebelde, ya famoso en los anales de la ciudad de las mentiras. Esa que llaman Hollywood.

Hopper fue desde muy joven carne de periódicos sensacionalistas por su vida salvaje, sus sonados fracasos matrimoniales y su publicitada relación con las drogas. En los últimos tiempos, sin embargo, se había transformado en un hombre de bien. Incluso iba a cenas con traje y corbata. Había dejado sus locuras juveniles encerradas en el armario e intentaba vivir la vida de otra manera. Descubriendo otras adicciones menos molestas que las que genera el alcohol y otras sustancias químicas…

Yo lo sigo viendo como el malvado de Terciopelo azul, ese ogro que se pone tierno cuando escucha la melodía azucarada cantada por Bobby Vinton. También me lo imagino como el fotógrafo pasado de Apocalipsis now!; o el padre alcoholizado en Rumble Fish. También haciendo de Ripley en El amigo americano, una película que como casi todo el cine de Win Wenders no supo superar la prueba del tiempo. Pese a todo, aún oigo su ¿Quién soy?, ¿quién soy?

Lo recuerdo como villano de risa en ese western postmoderno que es Waterworld. O como secundario en Rebelde sin causa, Gigante, La leyenda del indomable

O como jinete que atraviesa enormes espacios abiertos montado en una escandalosa motocicleta tuneada en la ya mítica Easy Rider, filme que además dirigió. Como dirigió la lisérgica The last movie, Out of blue y el policíaco Colors.

Escribo estas líneas escuchando a los fabulosos Steppenwolf y su Born to Be Wild, tema que incluyó en la imprescindible banda sonora de Easy Rider, una película que vi en pantalla grande hace unos años cuando aún existía –en esta capital de provincias con aspiraciones a ser capital de provincias– los multicines Charlot.

Recuerdo que entramos una panda de amigos. Unos diez colegas, y que no había nadie más en la sala. Cada uno se colocó donde más le apetecía, esperando con nervio que comenzase esa película que era un título de culto para esa muchachada de provincias con aspiraciones salvajes. Íbamos pertrechados de cerveza y cigarrillos…

Lo demás es historia en la que probablemente haya sido una de las sesiones más alucinantes y alucinadas en mi ya amplia carrera como espectador. Los diez muchachotes coreando las canciones, pegando gritos, dando saltos en el estrecho pasillo. No sé que pudo haber imaginado el proyeccionista, ni los acomodadores fuera de la sala. Pero nos dejaron en paz con nuestra peculiar fiesta cinematográfica…

Es una pena que cerraran aquellos cines.

Y sobre todo es una pena que haya desaparecido esa manera de ver cine.

Al señor Hopper seguro que le habría encantado.

Ese y no otro es mi homenaje.

Saludos, ¡¡¡va esta cerveza por usted!!!, desde este lado del ordenador.

One Response to “Born to Be Wild”

  1. cinefilo Says:

    Se nos ha ido uno de los grandes actores de reparto del cine norteamericano…

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