Merci beaucoup, Claude Chabrol

Miembro activo de lo que se conoce como Nouvelle Vague, Claude Chabrol forma parte de mi imaginario cinéfilo por el puñado de películas negras que rodó a lo largo de su carrera. Películas todas ellas donde se detecta la sombra casi siempre alargada de Alfred Hichcock, pero con distinguible sello Chabrol.

En unos días donde el cine mira hacia todos los frentes buscando referentes, la desaparición de Chabrol a los 80 años deja sin cabe aún más huérfanos a los que siente algo más que atracción por el cine francés y a la obra de un cineasta que se caracterizó por sus en ocasiones feroces pero también sentimentales retratos de la burguesía gala.

Chabrol, como la mayoría de los jóvenes de su generación, se forjó en la redacción de una revista de cine, Cahiers du cinéma, de la que su bastarda edición española pide a gritos que se mire de una vez. Más tarde, como otros compañeros críticos, se lanzó al cine rodando, entre otras cintas, títulos como El bello Sergio, Violette Nozière, La Ceremonia o Gracias por el chocolate. Otras obras son Ophelia (1962); y Landru (1962), esta última película un aparente frío retrato del célebre barba azul del crimen francés.

Una de sus últimas películas fue Una chica cortada en dos, cinta de obligado visionado y que pide a gritos su recuperación.

A Chabrol le debemos también los cinéfilos y cinéfagos del mundo entero el redescubrimiento de dos grandes actrices francesas: Stéphane Audran e Isabelle Huppert.

Así son las cosas.

Saludos, me temo que otra vez fúnebres, desde este lado del ordenador.

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