Pueblo chico, infierno grande

La casa de las flores rotas es un libro atípico en el actual panorama literario canario. Escrita por Juan Andrés Herrera y publicada por la editorial El gato rojo, la estrategia que emplea su autor para contarnos esta historia de soledades consiste en cruzar géneros diversos así como indagar, con bastante pericia cabe apuntar, en lo que podríamos llamar un viaje a la Canarias profunda o en bucear en las claves de un pueblo chico, infierno grande, cuyos rencores y envidias larvados parecen eclosionar con la llegada del protagonista del relato, Juan Salas.

Otras de las constantes de La casa de las flores rota giran en torno al sentimiento de culpa y el desarraigo, encarnados en Salas, emociones que el autor sabe manejar y transmitir en el texto, así como la de recrear un territorio hostil y gótico en el que se desenvuelven los personajes de la historia, todos ellos sin apenas esperanzas, solo movidos por una idea mezquina del éxito.

No es La casa de las flores rotas una novela cómoda de leer. Y no es cómoda de leer no porque resulte un texto difícil, de esos que juegan a ser experimentales, sino porque los protagonistas que intervienen en el drama –un drama con todas sus letras–  resultan demasiado humanos y por ellos distantes, lo que hace complicado que el lector pueda identificarse con algunos de ellos.

El protagonista de La casa de las flores rotas es un personaje complejo, en ocasiones muy irritante y cobarde, que huye de un pasado marcado por una tragedia que le obliga a distanciarse de él mismo. Habla de hecho de sí mismo en tercera persona, como si quisiera echar tierra a la realidad que lo ha configurado como persona.

Su llegada a un polvoriento pueblo del sur de Tenerife será solo el preludio de una serie de hechos que se desencadenarán, todos ellos excelentemente escritos por su autor, para poner de manifiesto que en esta historia no hay redención posible y sí una obsesión por parte del narrador de enseñarnos sin pudor las debilidades del alma humana.

Entiendo así La casa de las flores rotas como una novela gótica canaria. Una historia en la que encuentro suficientes referentes que, muy bien armados por Herrera, van más allá de la tragedia.

Estamos ante una primera novela que se caracteriza por su consistencia y vigor, también por contener un sustrato que obliga a reflexionar sobre lo leído. La casa de las flores rotas tiene potencial narrativo que se apoya en una escritura rica en matices y aparentemente sencilla, trufada de diálogos convincentes que saben revelar la psicología de los personajes, todos ellos atados a un pasado que arrastran con el peso de la culpa.

El autor, Juan Andrés Herrera, es uno de tantos jóvenes escritores canarios que ha domesticado su estilo y filtrado las abundantes lecturas que configuran su poso como escritor. Por ello, se me hace difícil entender que sea ésta su primera novela porque no sabe a libro primerizo.

Y no me sabe a libro primerizo porque se trata un texto bien estructurado, que sabe medir los tiempos y por lo tanto anima a la lectura para que descubramos el misterio (los misterios) que anidan en sus páginas.

Como los buenos narradores, Juan Andrés Herrera cuenta su relato con claridad y sencillez, pero deja, reitero, un inquietante sustrato que ya se intuye nada más leer el comienzo del texto: “El polvo del Sahara llegó del este, atravesando el mar como una nube de langostas. Por eso, la guagua va tan lenta. Juan observa desde su asiento al conductor, un tipo gordo capaz de conducir con la tripa, inclinar la cabeza sobre el volante como si de pronto sus ojos hubiesen enfermado de cataratas. Desde que salieron de la ciudad, el polvo, esas gigantescas cortinas ocres más parecidas a una contaminación de mosquitos que a otra cosa, ocultan el paisaje, incluido el mar y los caminos que llevan a él. ¿Dónde carajo estás?”

Ese está es la Degollada de los Cochinos, simbólico nombre de uno de esos tantos pueblos donde no pasa nada pero que esconde represiones y tragedias que sustenta un sistema social en el que nada se mueve sin que lo sepa doña Melquíades, una mujer endurecida, y su hermano, el cura del pueblo.

El relato indaga también en a difícil situación en la que se encuentra Manuel Urrutia, el hombre que acoge a Salas en su casa para que cuide su sobrino, al que el pueblo le recuerda continuamente su opción sexual, y la hija de doña Melquíades, Guacimara, atrapada en su casa por tenerle presuntamente miedo a los pájaros que cría su madre.

La casa de las flores rotas son muchos relatos interconectados, también la frustrada redención de su protagonista Juan Salas, un profesor que tras cometer un involuntario pero terrible delito en el colegio donde trabajaba como maestro, inicia un descenso a los infiernos que si bien resulta demasiado apresurado en los capítulos finales, deja satisfecho al lector. 

Juan Andrés Herrera obtuvo el primer premio en el concurso internacional de cuentos Art Nalón de Letras 2008 (Langreo, Área de Juventud del Principado de Asturias) así como el primer premio en el certamen La Cultura contra la pobreza de la revista 20 Minutos y la Plataforma Voces. Ha publicado el libro de relatos Corriendo cual cuerdos, publicado con la colaboración de la editorial Baile del sol, Escuela Canaria de Creación Literaria y Archivos y Bibliotecas del Gobierno de Canarias (2006), entre otros. 

Saludos, agitando la mano, desde este lado del ordenador.

6 Responses to “Pueblo chico, infierno grande”

  1. Eloy Says:

    Una pregunta tonta: cuántas páginas tiene.

  2. admin Says:

    Una respuesta tonta: ¿?

  3. Rosa de los Vientos Says:

    Muy interesante.

  4. Eloy Says:

    Coño, que me gustaría saber ese dato. Saber si hablamos de una novela corta, larga o muy larga. Raro que es uno.

  5. admin Says:

    La novela no llega a las doscientas páginas, 166 para ser más concretos. Y podría haberse ahorrado el coño. Raro que también es uno.

  6. Eloy Says:

    Muchísimas gracias.

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