Palabra de Buñuel: mi amigo García Lorca

Se cumple el 75 aniversario de la muerte de Federico García Lorca y como humilde tributo he rebuscado en las memorias de quien fue su íntimo amigo de juventud, Luis Buñuel, para recordar a través de sus palabras quién fue el poeta al que la estupidez de una guerra entre hermanos acabó con su vida pero no pudo silenciar su voz.

AMISTAD

Nuestra amistad, que fue profunda, data de nuestro primer encuentro. A pesar de que el contraste no podía ser mayor, entre el aragonés tosco y el andaluz refinado –o quizás a causa de este mismo contraste–, casi siempre andábamos juntos. Por la noche nos íbamos a un descampado que había detrás de la Residencia (los campos se extendían entonces hasta el horizonte), nos sentábamos en la hierba y él me leía sus poesías. Leía divinamente. Con su trato, fui transformándome poco a poco ante un mundo nuevo que él iba revelándome día tras día. (1)
 
HOMOSEXUALIDAD

Alguien vino a decirme que un tal Martín Domínguez, un muchachote vasco, afirmaba que Lorca era homosexual. No podía creerlo. Por aquel entonces en Madrid no se conocía más que a dos o tres pederastas, y nada permitía suponer que Federico lo fuera.

Estábamos sentados en el refectorio, uno al lado del otro, frente a la mesa presidencial en la que aquel día comían  Unamuno, Eugenio d’Ors y don Alberto, muestro director. Después de la sopa, dije a Federico en voz baja:

- Vamos fuera. Tengo que hablarte de algo muy grave.

Un poco sorprendido, accede. Nos levantamos.

Nos dan permiso para salir antes de terminar. Nos vamos a una taberna cercana. Una vez allí, digo a Federico que voy a batirme con Martín Domínguez, el vasco.

- ¿Por qué?- me pregunta Lorca.

Yo vacilo un momento, no sé como expresarme y a quemarropa le pregunto:

- ¿Es verdad que eres maricón?

Él se levanta, herido en lo más vivo, y me dice:

- Tú y yo hemos terminado.

Y se va.

Desde luego, nos reconciliamos aquella misma noche. Federico no tenía nada de afeminado ni había en él la menor afectación. Tampoco le gustaban las parodias ni las bromas al respecto, como la de Aragón, por ejemplo, que cuando, años más tarde, vino a Madrid a dar una conferencia en la Residencia de Estudiantes, preguntó al director, con ánimo de escandalizarle –propósito plenamente logrado– “¿no conoce usted algún meadero interesante?”  (2)

UN CHIEN ANDALOU

Poco antes de Un chien andalou, una disensión superficial nos separó durante algún tiempo. Luego, como andaluz, susceptible, creyó, o fingió creer, que la película era contra él. Decía:

- Buñuel ha hecho una película así (gesto de los dedos), se llama Un chien andalou, y el perro (chien) soy yo.

En 1934, nos habíamos reconciliado totalmente. Aunque yo encontraba a veces que se dejaba sumergir  por un número demasiado grande de admiradores, pasábamos juntos largos ratos. (3)

LA GUERRA

Cuatro días antes del desembarco de Franco, García Lorca –que no podía apasionarse por la política–  decidió de pronto marcharse a Granada, su ciudad. Yo intenté disuadirle, le dije:

- Se están fraguando auténticos horrores, Federico. Quédate aquí. Estarás mucho más seguro en Madrid.

Otros amigos ejercieron presión sobre él, pero en vano. Partió muy nervioso, muy asustado.

De todos los seres vivos que he conocido, Federico es el primero. No hablo ni de su teatro ni de su poesía, hablo de él. La obra nuestra era él. Me parece, incluso, difícil encontrar a alguien semejante. Ya se pusiera al piano para interpretar a Chopin, ya improvisara una pantomima o una breve escena teatral, era irresistible. Podía leer cualquier cosa, y la belleza brotaba siempre de sus labios. Tenía pasión, alegría, juventud. Era como una llama.

Cuando lo conocí, en la Residencia de Estudiantes, yo era un atleta provinciano bastante rudo. Por la fuerza de nuestra amistad, él me transformó, me hizo conocer otro mundo. Le debo más de cuanto podría expresar. (4)

LA MUERTE

Jamás se han encontrado sus restos. Han circulado numerosas leyendas sobre su muerte, y Dalí –innoblemente—ha hablado incluso de un crimen homosexual, lo que es totalmente absurdo. En realidad, Federico murió porque era poeta. En aquella  época, se oía gritar en el otro bando: “¡Muera la inteligencia!”

En Granada, se refugió en casa de un miembro de Falange, el poeta Rosales, cuya familia era amiga de la suya. Allí se creía seguro. Unos hombres (¿de qué tendencia? Poco importa) dirigidos por un tal Alonso fueron a detenerlo una noche y le hicieron subir a un camión con varios obreros.

Federico sentía un gran miedo al sufrimiento y a la muerte. Puedo imaginar lo que sintió, en plena noche, en el camión que le conducía hacia el olivar en el que iban a matarlo.

Pienso con frecuencia en ese momento. (5)

Notas 1 y 2, Luis Buñuel. Mi último suspiro (colección La vida es río, Plaza y Janés, 1982), páginas 64 y 65

Notas 3, 4 y 5, Luis Buñuel. Mi último suspiro (colección La vida es río, Plaza y Janés, 1982), páginas 154 y 155

Saludos, ¿verde que te quiero verde?, desde este lado del ordenador

Escribe una respuesta