‘El rey de Taoro’, un correcto relato de frontera

Curioso el caso de Horst Uden. Nacido en Silesia, Alemania, en 1898 y muerto en 1973, tras la I Guerra Mundial y con tan solo 23 años establece residencia en Málaga, ciudad que a partir de ese momento se convierte en su patria adoptiva.

Hombre de espíritu viajero, recorre más de veinte países de tres continentes y escribe una novela histórica y un libro de leyendas durante su estancia en las islas Canarias en los años cuarenta. Estos libros son El rey de Taoro (1941) y Bajo el drago. Leyendas y tradiciones de las islas Canarias (1946), títulos que recientemente han sido editados al castellano por la editorial Zech.

El rey del Taoro es la crónica de la conquista de Tenerife escrita por un hombre que intentó en todo momento ajustarse a la bibliografía que en su momento existía sobre aquel tiempo.

Entendida así, estamos ante un relato que deja poco margen a la imaginación aunque hay capítulos en los que su autor deja rienda suelta a su cabeza con resultados digamos que interesantes.

Como novela histórica, que tal es su pretensión, El rey de Taoro es un relato bonito y que se lee muy bien pese a su decadente y ampuloso lenguaje poético ya que no reniega de su barniz aventurero.

Encontrará el lector, en este sentido, batallas, peleas, combates, también la confrontación de dos mundos: el aborigen y el europeo cuyo final se sabe inevitable.

Uden evita como puede el partidismo, aunque al final se aprecie que sus simpatías están del lado de los perdedores. En este aspecto, el lector iniciado podrá encontrar ecos del mejor Karl May, escritor germano que se hizo famoso por sus novelas del lejano oeste americano sin haber pisado jamás suelo americano.

Destaco a May porque May sintió siempre un reverencial respeto por los indígenas de la nación más poderosa de la tierra. Uno de sus personajes más populares es el indio Winnetou. 

No quiero decir con esto que Uden pinte a los guanches y en concreto al rey de Taoro como una especie de Winnetou, pero cuando el río suena, agua lleva.

El rey de Taoro es una novela digna. Escrita con mucho amor y respeto. Entretendrá además a los que no están muy iniciados en la historia de los primeros pobladores del archipiélago, y quiero creer que también a los que parecen que conocen casi todas las luces y sombras de ese pueblo que hoy se confunde en la leyenda.

El exotismo de El rey de Taoro es que está escrita por un extranjero, quien retrata, reitero que con la precisión de las fuentes históricas a las que tuvo acceso, el capítulo final de un pueblo.

El problema de la novela, como otras tantas que he leído sobre guanches (por generalizar a todos los indígenas de las siete islas) es que le falta pasión y sobre todo personajes vivos. Hombres y mujeres que se muevan porque así lo demanda el curso del relato y no el de la historia.

Con todo, estamos ante una novela curiosa, que no renuncia a la épica guerrera de un bando y del otro. Ejércitos que lideran dos personajes antagónicos –el mencey Bencomo y Alonso Fernández de Lugo– que a su manera resume el dichoso abismo que separa espiritual e intelectualmente a las gentes de este archipiélago desde que se produjeron aquellos hechos cruentos.

Esta ha sido una de las razones por las que he querido leerla y entenderla como una novela del oeste de Karl May. Un relato de frontera.

Solo que indios y vaqueros son guanches y conquistadores castellanos.

Así que a mi juicio, más que una novela histórica, El rey de Taoro es una correcta y rigurosamente ambientada novela de aventuras.

Saludos, continuamos con recomendaciones escobilloneras de ayer y hoy, desde este lado del ordenador.

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