Quiero ser yo

Editada originalmente en 2010 pero descubierta por quien les escribe al año siguiente, leo la monumental (por el número de páginas, 623 para ser exactos) El bufón de los dioses, del escritor tinerfeño Fernando Pérez Rodríguez, y título que me desconcierta.

Escribo desconcierta porque la novela cuenta con un arranque que atrapa, presentándonos a un personaje rabioso y peleón aunque conformista con el mundo que le ha tocado vivir para degenerar en una aventura iniciática por tierras cubanas y tailandesa que no me convece.

Esta es una de las interpretaciones que he sacado de El bufón de los dioses, un libro que no termina por estar equilibrado y que su autor complica con otras tramas y personajes de los que, a mi juicio, podría haber prescindido para centrarse solo en la historia de su protagonista, una especie de Ignatius J. Reilly santacrucero que pierde todo su sentido del humor cuando rompe con su realidad chicharrera para hacerse hombre.

El bufón de los dioses es en este sentido una novela que pudo haber sido pero que no fue. Y no sé, pienso, si debo de achacárselo al número de páginas con que Pérez Rodríguez escribe la Odisea de su protagonista (con Penélope incluida).

Páginas que a partir de la  mitad de la novela no contribuyen a pensar en lo que intuía al comienzo de su lectura.

Me gusta la primera parte de El bufón de los dioses porque el autor ambienta la acción en la ciudad en la que vivo pero sin que el peso de la ciudad en la que vivo termine por triturar al personaje.

Son capítulos vivos y escritos con resignada ironía. El relato en tercera persona de un tipo que vive casi por inercia.

Solo que Rafael Contreras se rebela. Un urbanita que a punto de cumplir los cuarenta aún vive con su madre. 

Extrañas han sido pues las sensaciones que me ha provocado El bufón de los dioses.

Porque si bien no ha terminado de convencerme como novela, he visto a ratos conmovedora literatura salvo en los capítulos finales en los que Fernando Pérez Rodríguez se pone demasiado serio.

Y moral con los personajes que, a modo de secundarios, acompañan a su protagonista.

No es El bufón de los dioses una gran novela.

No está bien armada y cuenta encima con demasiadas páginas que se mastican como relleno, pero sí que ha sabido despertar en algunos capítulos esa sensación (bastante dormida últimamente) de que lo que leo me ha pasado a mí de una u otra forma.

Y a tí y al de más allá.

Por eso el desconcierto.

Y el mérito de descubrirlo en una novela de más de seiscientas páginas que va por un lado, tuerce sin brújula por el otro y termina por meterse en demasiados callejones sin salida.

La historia concluye, digiero entonces, con algo tan simple y complejo como quiero ser libre.

Pese a las adversidades, la resignación, el pasado.

Quiero ser libre.

Quiero ser yo.

Saludos, bufones, desde este lado del ordenador.

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