‘El último tren a Katanga’: cazador blanco, corazón negro…

No era la primera vez que iba al cine pero probablemente fue la película, junto a El luchador, esa pequeña obra maestra de Walter Hill, que contribuyó a mi deslenguada afición al cine.

¿Dónde la vi?

Creo recordar que en el Royal Victoria, sala que estaba situada en la calle de La Rosa de la capital tinerfeña y que para quien ahora firma estas líneas se convirtió en lo más parecido a un oasis de entretenimiento en una etapa de mi vida en la que ya empezaba a reclamar oasis para formarme como persona.

El Royal Victoria –cine que recuerdo con el señorío de los que tienen casta, y al que caracterizaba una fachada palaciega que ya por verla despertaba los sueños que mantenías aletargados en algún rincón de tu mente– tuvo una gloriosísima temporada antes de cerrar definitivamente como sala en la que solo se exhibían películas de reestreno en las que dejaban entrar, entre otros, a un chiquillo que aún no había cumplido los dieciocho años…

… Allí vi El luchador, El Detective y El último tren a Katanga, el filme que da origen a este post que espero no navegue por las venenosas aguas de la nostalgia.

Aunque resulte inevitable.

Porque esa película, dirigida por un hombre –Jack Cardiff– que ha pasado a la historia como operador de fotografía más que como realizador, y a quien tuve la oportunidad de entrevistar tras una visita a la isla donde siempre estuvo acompañado por Juan Antonio Castaño, Mengues, que fue alumno suyo, ocupaba, y sigue ocupando un lugar muy importante en mi memoria como espectador.

En aquella entrevista le pregunté sobre esta película, pero comprobé que para Cardiff fue un trabajo más.

Prefería hablar sobre su experiencia como director de fotografía en La reina de África y El soñador rebelde (Young Cassidy,1965), que terminó  tras el abandono de John Ford.

En la entrevista, Caridff lamentaaaba que la crítica destacaaaara el trabajo de Ford por encima del suyo en secuencias completas que, aseguró, había dirigido él.

Rod Taylor, un actor bronco y rudo, repetiría tres años después bajo sus órdenes en El último tren a Katanga, cinta notablemente influenciada por el espíritu de los espaguetis western inaugurado por Sergio Leone en su trilogía de los dólares (Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio y El bueno, el feo y el malo).

Su ópera total sobre Érase una vez en el Oeste, Hasta que llegó su hora, se estrenaría el mismo año que El último tren a Katanga.

Basada en una novela del escritor africano Wilbur Smith, la acción de la película transcurre en la República del Congo durante la rebelión de los Simba. Pero los protagonistas no son los Simba –en el filme de Cardiff son algo así como apaches– sino un encallecido mercenario blanco que tiene como mano derecha a Rufo, un congoleño que cree en su país, y un nazi de serie B que encarna con delicioso punto malvado –y nazi, como los odio que diría Indiana Jones– el actor Peter Carsten.

¿La misión que se le encarga a estos estos malditos bastardos?

Penetrar en tren por territorio tomado por los Simba para rescatar un puñado de diamantes…

En su viaje al corazón de las tinieblas, de ahí el título original del filme, Dark of the Sun, los blancos regresarán a su estado primigenio y salvaje mientras que los negros reivindican su derecho a vivir debajo, no encima, de los árboles como le comenta reflexivo Rufo (interpretado por Jim Brown, uno de los primeros héroes de acción afroamericanos de Hollywood) a un mercenario profesional y cínico Taylor. Personaje con el que mantiene una inquietante y homoerótica relación de amistad.

Hay otros personajess que hacen de secundarios.

La chica: Yvette Mimieux, quien ya había trabajado con Rod Taylor en esa delirante fantasía pulp que es El tiempo en sus manos (George Pal, 1950), basada en la novela La máquina del tiempo del maestro (of course)  H. G. Wells.

Y un doctor con problemas de alcohol que se redime al final, y que asume con estoica solvencia Kenneth Moore, cuyo personaje termina siendo víctima de un conflicto que ha sido provocado al alimón por los dos mundos que en aquellos tiempos se repartían la soberanía en influencia del planeta.

El rifle es chino, pagado con rublos rusos. El acero con el que se ha fabricado es de la Alemania del Este y se compró con francos franceses. Ha viajado hasta aquí en una línea aérea africana subsidiaria de una empresa estadounidense. Deja su cuerpo aquí. No está lejos de casa”, comenta Rod Taylor cuando descubren el cadáver del doctor en una misión que ha sido devastada por los Simba.

El último tren a Katanga es una película dura.

Rodada con un nervio que todavía la hace joven para espectadores que la descubrimos en la primavera de nuestra vida como en el otoño de nuestra existencia…

Respira un nervio y un discurso demoledor contra el cazador blanco, corazón negro que desarma y hace de este pequeño filme una atractiva rareza en mi reivindicado cine de barrio.

El de todo a cien que dicen los que aún reivindican la caspa.

Una película que, vuelta a ver hace apenas unas horas, continúa conservando el encanto pulp y con mensaje demoledor con el que la descubrí hace ahora más de veinte años en las entrañas del Royal Victoria…

 Atentos a su banda sonora.

 ¡Iniciados! La firma Jacques Loussier.

 Saludos, ¡¡¡viva, viva el cine de barrio!!!, desde este lado del ordenador

One Response to “‘El último tren a Katanga’: cazador blanco, corazón negro…”

  1. Ramon moreno palau Says:

    PElicula mítica donde las haya,que no tuve la suerte de ver en su magnífico pana visión en uno de aquellos maravillosos cines de reestreno sino en pase televisivo de TVE 1 cadena allá por junio del 91,la sierra mecánica en manos del siniestro nazi todavía sigue impactando,así como su trepidante acción,quizá sea esté la película más carismática de todo taylor

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