El ‘chou’

I.- LA ESPERA

El hombre se ajusta las gafas sobre la nariz mientras limpia con un paño grasiento la barra del bar. Lo recordaba más gordo y con un bigotito pero tras meses de baja ha regresado delgado y como recién afeitado.

Cuando se aproxima a mi lado, ramalazos de loción Floyd entran sin que nadie les haya dado permiso por mis orificios nasales que por esto del tiempo –deprimente, pluvioso–  no dejan de moquear.

Pido una cerveza fría y atrapo un puñado de millos de un platito que me llevo a la boca y mastico. Las muelas parecen querer pedir clemencia, pero hago poco caso porque como ya no se puede fumar dentro de un bar lo mejor que se puede hacer mientras pasa el tiempo es comer millo tostado y salado.

El chou debe continuar musita en un rincón del bar Patricia, que últimamente está sola. Ya casi nadie se acuerda de ella, quizá eso explique que se haya acostumbrado a vivir en su propio mundo. Encerrada en un pasado en el que no faltaron viajes, estrenos por todo lo alto –incluyendo siempre la alfombra roja, hoy bastante raída–  y la sensación de que estaba haciendo historia mientras repartía el dinero que no era suyo entre los que le hacían cosquillas.

Como todo bar que se precie, éste en el que me encuentro se caracteriza por su ambiente frustrante y frustrado. Casi parece que se puede coger entre las manos la desesperación, como si flotara en el aire.

Rompe mi tranquila meditación Alberto cuando coloca la botella de cerveza sobre la barra. Le pido un  vaso. Me mira unos segundos intentando recordar si me conoce de algo y tras sacudir la cabeza da media vuelta y se inclina y saca de un armario color violeta una jarra en la que se puede leer en letras descoloridas D R DA.

Encima de la máquina del millón, inservible, un retrato de Paulino Rivero me vigila. A la izquierda de la máquina del millón está la entrada a los cuartos de baño, un arco que conduce a un estrecho pasillo y a otra puerta que siempre permanece cerrada, y de la que sale un tufillo que se mezcla con el de la mierda que se escapa de los aseos de varones y hembras.

II.- AS TIME GOES BY

Acabo con los millos y saco el móvil con la esperanza de encontrar una llamada perdida, un mensaje en el buzón de voz, un ese eme ese o un WhatsApp, pero no hay nada.

Nada de nada.

Así que la espera se hace lenta, un poco más en el garito donde he quedado con el cineasta que esa misma tarde, con una voz enloquecida, me pidió que quedáramos en ese bar porque es el único sitio donde puedo sacar algo para poner en marcha mi proyecto.

Mirando a un lado y al otro me pregunto que de dónde va a sacar dinero en un sitio así, pero si él lo dice por algo será.

Por la puerta entra un viejo conocido que no me saluda.

Lo llaman Cristóbal y lleva clavada en una de las solapas de su chaqueta un pin de la bandera canaria. Supongo que con las siete estrellas verdes. Cristóbal, que me ve y desvía los ojos, se mete en el pasillo que conducen a los apestosos cuartos de baño. Comienzo a morderme las uñas cuando Alberto, acercándose, me anuncia que a las doce de la noche comenzará el chou.

- ¿Chou?, ¿qué chou?

Alberto se lleva un dedo a los labios en señal de silencio y hace un gesto señalándome la hora en el reloj que tiene encima de la cabeza. Se trata de un reloj con la silueta del Roque Nublo que marca todavía las once de la noche.

Aprovecho para pedirle otra cerveza.

Cristóbal entra de nuevo en el bar subiéndose la bragueta y soltando una risa falsa mientras se sienta en una mesa ocupada por dos parejas algo horteras. Deben ser artistas, pienso.

III.- BUENAS NOCHES, TRISTEZA

En alguna parte alguien está friendo cebollas. Y me doy cuenta, a medida que avanzan las manecillas del reloj, que entra más y más gente en el bar que mal iluminan tres bombillas que cuelgan del techo.

Solo falta el ventilador de hélice para que me imagine que me encuentro en el bar de Barman. El Barman fue un personaje literario que escribió una vez un aspirante escritor de provincias. El sujeto nunca salía del bar y escuchaba resignado los lamentos de los demás detrás de la barra.

¿Qué habrán sido de aquellos relatos?, pienso por pensar en cualquier cosa. Cada vez más aburrido y cansado por la espera. A mi lado se sienta un tipo que dice es escritor mientras me da la mano.

Lleva las uñas pintadas de púrpura y una peluca. Dos globos quieren hacerse pasar por tetas en la estrecha camisa azul celeste que lleva puesta.

- Ya falta menos para el chou…- me dice mientras se empolva la cara.

Me encojo de hombros.

- Albertito ponme un brandy y al caballero otra cervecita.

Le doy las gracias al escritor travestido.

- Todo sea por la cultura.- murmura bebiéndose de un trago el contenido del vaso.- ¡Albertito, otra!

Abre el bolso que tiene sobre las rodillas y saca un número.

-Tengo el 20. ¿Y usted?

- El cero.- respondo intentando ser ingenioso.

- ¡Cómo!, ¿es que no tiene número?

Niego con la cabeza.

- Albertito, ¡pensé que esto era una fiesta privada!- le grita a Albertito, que baja la cabeza. Luego me mira furioso a los ojos, da media vuelta y me deja igual de solo que cuando llegué.

Alguien grita en el otro extremo del bar: ¡Ya falta menos!

Así que miro la hora en el reloj que cuelga en la pared y son las 23.30.

Mientras me tomo la cerveza me pregunto si no va siendo hora de que me levante y me marche de este antro.

IV.- ¡¡¡¡CON LAS MANOS EN LA MASA!!!

Decido tomar la decisión en el cuarto de baño y con las manos en la masa.

Tomar tanta cerveza tiene estos inconvenientes… Uno se pasa la mitad del tiempo yendo de excursión al cuarto de baño.

El olor resulta más insoportable de lo que imaginaba. La luz apenas ilumina las tres tazas que cuelgan de la pared. Descubro puntos que se mueven en lo que alguna vez tuvieron que ser azulejos blancos. Probablemente sean cucarachas. Como la gente que en el bar espera el puñetero chou.

Cuando regreso a la barra descubro al cineasta, que abre falsamente los brazos al verme.

- ¿Te han dado un número?- me pregunta nervioso.

Niego con la cabeza.

En su boca se dibuja una mueca de decepción.

- ¿Cuánto falta?- ladra histérico alguien.

- Calma sobrino, apenas queda diez minutos.- responde Alberto detrás de la barra.

Intento localizar la mesa de Patricia entre el gentío pero resulta imposible dar con ella entre tanta gente.

- ¿Y tú por qué has tardado tanto?- le pregunto al cineasta.

- Estaba afinando un guión. ¿Has visto la última de Kim-ki Duk?

- ¿Kinki qué?- grito para hacerme oír entre el gentío.

V.- EL CHOU

Pero antes de que me responda se apagan las tres bombillas tristes que  flotan en el techo. Y una voz ruge a través del aparato de megafonía: “Damas y caballeros… Al filo de la medianoche la única, la inigualable ¡¡¡Inés!!!!”

Aplausos, algo tibios la verdad para aguantar la espera.

Un cañón de luz ilumina una cortina de la que sale una pata de pollo enfundada en una bota alta y con poderosos tacones.

Alguien silba entre el público.

- ¡ buena!- exclama quien debe haber silbado.

Alucinado, como si me hubiera tomado un trip observo que de la cortina sale otra pata de pollo enfundada en una bota alta con poderosos tacones.

Me pregunto mientras apuro lo que me queda de cerveza  si tendré estómago para ver lo que promete ser una criatura lovecraftiana.

- La únicaaaa, la inigualable ¡¡¡mama Inés!!!- suena como un trueno la voz del presentador en toda la sala.

Y entonces, al contemplar la visión espectral que sale de detrás de la cortina, la jarra que llevo entre los dedos de mi mano izquierda se desliza y cae al suelo, donde se hace añicos.

- Ay, mama Inés.- ruge el público. Pero más como un mantra diabólico que con entusiasmo.

La señora Inés, que muestra lo que la imaginación podría suponer sus encantos en poca discreta ropa interior, camina seguida por el cañón de luz. En una de sus manos porta un látigo que hace mover a un lado y al otro mientras pone cara como de me gusta…

- Ay, mama Inés.- ruge como un mantra, no como una marabunta, la audiencia.

Mama Inés hace que baila mientras se acerca a una urna de cristal donde hay amontonados una serie de papelitos.

Chas, chas, exclama el látigo cuando corta el aire.

- ¡Silencio, por favor! Comienza ahora la ceremonia de selección de miembros del Observatorio Canario de la Cultura….- chilla el presentador por la megafonía.

Música de chácaras y tambores.

La mama Inés semi desnuda dando chas, chas se acerca a la urna de cristal.

- El 51.- grita tras leer el primero que ha sacado de su interior con mano enguantada en lo que parece pelo de cabra.

- Mío, mío.- dice una pija de cabello lacio y pinta de abogada de entre el público.

- El 20.- Pronuncia mama Inés mostrando una cosa rosa que sale de su boca y que entiendo debe ser la lengua.

- ¡Míooooooo!- grita el escritor travestido dando saltitos como una ranita.

Le digo al cineasta, que mira su papeleta con ojos desorbitados, que me voy a orinar.

Ni se entera.

Me hago paso a base de codazos hasta el estrecho pasillo donde el olor ya no me parece tan nauseabundo.

Cuando salgo me encuentro a mi amigo cineasta sentado en el taburete con la mirada perdida. Hay grititos en la sala y según compruebo las tres bombillas tristes están encendidas otra vez, aunque de mama Inés ya no hay ni rastro.

No hace falta que le pregunte a mi colega, ya que está rompiendo su papelito en cuatro mitades.

- Dos cervezas más.-ordeno y mando a Alberto, que ahora está dándole palmadas a su sobrino de enhorabuena.

A mi amigo, mientras tanto, le ha entrado una tos seca y escalofríos.

- Cómo voy, cof, cof, a demostrar ahora que soy mejor que Kim-Ki Duk, que Kiarostami, que… que…

- A beber que son dos días.- intento consolarlo.

- Patricia… ¿ónde está mi Patri?

Ahora suena en todo el bar y a todo trapo algo de Los salvapantallas. La gente corea la letra de la profunda y filosófica Borrachos hasta el amanecer.

- Vamos a tomarnos la penúltima en otro sitio.- le digo al colega.

- Albertito, Albertito otro brandi.- grita el escritor travestido que me mira ahora como quien perdona la vida.

- No.- tarda en pronunciar el cineasta.- Solo me queda un sitio al que ir.

- ¿Kim-Ki Duk…?

El cineasta se hace paso entre el gentío hasta entrar en el pasillo que lleva a los cuartos de baño.

Le sigo, como puedo, dando empujones.

Al entrar en el estrecho pasillo observo una fila de hombres y mujeres, entre los que se encuentra mi colega, que resignadamente hace cola ante la puerta cerrada.

- Ehhhhh.- grito para llamar su atención.

Ni caso.

Y solo entonces, cuando la puerta que estaba cerrada se abre llega hasta mí el espantoso olor de la miseria.

- Ehhhh.- repito pero con menos entusiasmo.

Entonces algo o alguien me golpea en la cabeza.

VI.- TODO CUANTO VEMOS PUEDE SER DISTINTO

Y cuando abro los ojos lo primero que siento es olor a petróleo que derraman los barcos atracados en el puerto.

Dos seguritas que juegan con sus porras se acercan hasta donde estoy.

Me duele mucho, ¡ay!, la cabeza.

-Circule.-me dice el que parece más joven.

Saludos, ¿esto es el fin?, desde este lado del ordenador.

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