Jason Statham: Un trallazo de speed

Bajo el pseudónimo de Richard Stark, el escritor de novelas policiacas Donald Westlake escribió una serie de novelas violentas y duras –hard boiled, que dicen los aficionados– protagonizadas por un obstinado y frío como el hielo ladrón de carácter irascible llamado Parker.

Parker se aparta radicalmente de otras historias firmadas por Westlake, la mayoría de ellas teñidas con un inteligente manto de humor que no tienen nada que ver con otro personaje de su invención: John Dortmunder, también un ladrón profesional aunque sin suerte.

Las novelas de Parker, concisas y directas, han tenido varias adaptaciones al cine. La mejor de todas ellas, a mi juicio, continúa siendo A quemarropa, protagonizada por un Lee Marvin en estado de gracia y dirigida por el cineasta británico John Boorman. La misma novela, The hunter, aunque con el título de Payback, fue adaptada por Brian Helgeland a finales de los años noventa con Mel Gibson en el papel de Parker, papel que asumirá en 2013 Jason Statham en Parker, basada en la novela Flashfire de Westlake/Stark.

Desgraciadamente no es Westlake como Richard Stark un autor demasiado traducido en España. Conozco, de hecho, solos dos novelas sobre el personaje vertidas al idioma de Cervantes: A quemarropa y El hombre de las dos caras.

A quemarropa sí que ha sido publicada en España en varias ocasiones por sus adaptaciones cinematográficas, aunque El hombre de las dos caras permanece, que sepa, aún congelada en el tiempo tras formar parte de la hoy legendaria colección Etiqueta Negra de la desaparecida Ediciones Júcar.

No era mi objeto de todas maneras hablar del universo negro criminal que rodea a las novelas y películas que se han realizado sobre Parker, sino ofrecer una reflexión descacharrante sobre el actor Jason Statham, el mejor héroe de acción del cine actual y en cuyas películas se encarna las virtudes y defectos de un subgénero que vivió su edad de oro en los años ochenta generando su propio sistema de estrellas, esencialmente masculino, y a muchos de los cuales puede verse –las viejas y nuevas glorias– en las dos entregas de Los mercenarios, grupo salvaje y anabolizado al mando de Sylvester Stallone.

Si ayer hablábamos de cine que debe de entretener, emocionar y pensar. Hoy divagaremos sobre el cine que entretiene y emociona. O esas cintas que dejan de lado discretamente el uso de la razón porque solo ofrece circo.

Jason Statham, el nuevo Parker, cuenta con una trepidante y en ocasiones bochornosa filmografía aunque en él se reúne lo mejor y también lo peor de un cine que solo piensa en la taquilla y en dar al espectador lo que espera de una película de estas características. Es decir, acción, acción y más, si se puede, acción.

El cine de acción de finales de los noventa y principio del siglo XXI se caracteriza por un amor desatado hacia los automóviles que un psiquiatra enloquecido interpretaría como una desesperada metáfora sobre la prolongación del pene. Análisis no tan descabellado, ya que se tratan de filmes digamos que rabiosamente masculinos en los que se exalta el individualismo extremo. El protagonista, además, debe ser un canalla barriobajero con físico espartano y un especialista en desafiar a la muerte.

Estas claves son detectables en muchas de las películas protagonizadas por Statham, como son la trilogía Transporter y las dos entregas de Crank, y más matizada en la que probablemente sea la mejor película de actor, Blitz (Elliott Lester, 2011).

Basada en una novela del escritor irlandés Ken Bruen, Statham interpreta en Blitz a un encallecido y violento detective que busca a un psicópata asesino de policías. Solo que en esta ocasión no está solo, ya que lo acompaña otro agente de inclinaciones homosexuales que interpreta el fantástico Paddy Considine.

En contra de lo que podría parecer, la película bromea sobre el machismo recalcitrante de Statham, lo que proporciona una lectura interesante sobre la normalización gay en un tipo de películas hasta ese momento tan maaacho.

Cine macarra con todas sus letras, y con un ritmo trepidante en lo que solo importa la coreografía de la violencia –como solo importa el acto sexual en el porno, género con el que se interrelaciona el cine macarra–, la aportación del cine de acción en estos tiempos desgraciados que vivimos al original cine de barrio es su sano espíritu nihilista, y su capacidad –no creo que inconsciente–  por subvertir las reglas. Por provocar reacción, por desmedida y rabiosa que resulte.

Es cuanto menos curioso, además, comprobar como el actor se convierte en vistoso reclamo en remakes de películas que, para una panda de golfos aficionados al cine, se han convertido en títulos de referencia como La carrera de la muerte del año 2000, Italian Job o El mecánico.

La primera se trata de una frenética y tremenda puesta al día de la gamberra distopía dirigida por Paul Bartel; la segunda una mejorada revisión del cool largometraje firmado por Peter Collinson a finales de los sesenta y la tercera de la actualización de un clásico protagonizado por el gran Charles Bronson en los setenta.

Hay más películas en su filmografía, algunas de ellas perfectamente olvidables. En especial Revólver, un fatal intento por intelectualizar el nuevo género de acción dirigida por Guy Ritchie, el msmo cineasta que lanzó la carrera de Statham en filmes como Lock, Stock and Two Smoking Barrels y Cerdos y diamantes, cintas que han elevado a los altares un grupo de aficionados con los que mantengo vibrantes y entretenidísimas discusiones. 

Lo que sí quiero dejar claro es que con sus luces y sombras, Jason Statham encarna un tipo de cine de consumo fácil y digestión explosiva. También, que el actor ha ido aportando registros –escasos, es verdad, pero se agradece el esfuerzo– a los papeles que lo han hecho popular entre los espectadores. 

Statham disfrutra con lo que hace y no sueña con interpretar a Shakespeare.  Claro que el público que suele ver y disfrutar con sus películas tampoco se lo exige.

Se queda con el Statham macarra y políticamente incorrecto. Con el tipo que pisa el acelerador y termina fusionándose con la máquina, casi como si cumpliera el sueño loco de un futurista venido a menos.

Otros clásicos de su espídica filmografía que no debería de dejar de ver cualquier aficionado que se precie a esto del cine de consumo rápido con argo son Asesinos de élite y Safe, dos apuestas en las que el actor sin cambiar nunca de estilo, sí que abre nuevas vías dentro de un género en continua y agradecida involución.

Saludos, a toda pastilla por la autopista del infierno, desde este lado del ordenador.

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