Santa semana Santa

Termino el libro y coloco el ejemplar junto a otros del autor en esa estantería que parece que se hunde cada día un poquito más en el suelo.

Lo fácil es pensar que puede tratarse de una metáfora del rumbo que últimamente guía los pasos de mi vida pero que la librería se doble es resultado del peso que acumula, de los lomos que sobresalen fruto de un caos en el que, aunque cueste creerlo, me sé de memoria su orden de ubicación.

Demasiados ratos felices y otros también frustrantes porque de todo hay en la viña del señor.

Paso el dedo por el libro recién incorporado al club y me pregunto si habrá ocasión de releerlo, de repasar aquellas páginas que dejaron huella.

Me detengo un momento, y sé que este acto fetichista y autocomplaciente es tan privado como cuando subrayo con lápiz algún párrafo que me devoró por dentro. Y recuerdo, imaginen las razones, a Harry Reems, la recientemente fallecida y chiripitifláutica estrella del cine porno que tanto hizo reír a la más tarde inquisitorial Linda Lovelace en Garganta profunda.

Me quemo los ojos leyendo novelas y relatos escritos en estas islas y aún conmocionado y bajo los efectos de la resaca de El pato mexicano, de James Crumley, y mientras hago repaso a una Santa Semana en la que no he visto procesión alguna ni película de romanos que se precie, me rencuentro una mañana con Jaime Mir, a quien quieren colgarle la etiqueta de J. D. Salinger canario por aquello de que Jaime nunca revoloteó por los cenáculos rococó literarios y solo ha escrito una novela: El caso del cliente de Nouakchott que, a mi juicio, continúa siendo la mejor novela negrocriminal escrita en Canarias y la mejor novela sobre esta pobre capital de provincias en la que vivo con una perpectiva que aún resulta audaz y pop de finales de los ochenta y principios de los noventa.

Jaime Mir es un hombre tranquilo, sosegado y tremendamente generoso. A mi me gusta verlo como uno de esos honestos vaqueros o jinete de caballería que salen en las películas de John Ford. De John Ford escribe hoy Arturo Pérez Reverte, precisamente, en su espacio reservado en XL El Semanal.

Hablo con Jaime y nos intercambiamos libros. Me pasa La vida rescatada de Dionisio Ridruejo, de Jordi Gracia García, que leo con los ojos muy abiertos. Le entrego Miserias de la guerra, de Pío Baroja.

Mientras hablo con Jaime de novelas, de películas, de libros no puedo evitar pensar en el gran escritor que pierde este territorio en el que habito aunque agradezco que, pese a que nos veamos en muy raras ocasiones, aún conservemos una amistad que se prendió hace años en la hoguera de la memoria.

Mantengo más tarde una conversación con Domingo Garí, quien presenta en 4 de abril en el Ateneo de Miraflores, en Santa Cruz de Tenerife, La ONU, Canarias y las descolonizaciones africanas. Garí anuncia que este trabajo es solo la antesala de un ambicioso proyecto sobre el papel que jugó el archipiélago en los años de la Guerra Fría.

No sé si la Guerra Fría se ha descongelado en estos tiempos inciertos que vivimos –aunque Corea del Norte y su estrafalario timonel persista en recordarme que sigue ahí–  pero sí que empiezan a ser demasiadas las cosas que no funcionan en el sistema en el que aprendí a vivir.

Dentro de mi particular tragedia sobrevivo gracias a lecturas y miradas a una pequeña pantalla que admite únicamene series o películas.

La última, tras digerir Oro rojo, ya comentada en este su blog, es Into the Storm, centrada en la gigantesca labor que desarrolló Winston Churchill durante la II Guerra Mundial.

A Churchill lo interpreta Brendan Gleeson, actor irlandés de rostro bondadoso y de poco parecido con Churchill salvo en su corpulencia. Sin embargo, y a medida que avanza el telefilme se produce el milagro y Gleeson se convierte en Churchill. Solo que su gesto de bulldog obstinado resulta más relajado y bonachón.

¿Mejor Albert Finney o Rod Taylor interpretando al hombre que popularizó la V de Victoria?

Son distintos. Encarnaciones de un mismo hombre cuyos años juveniles asumió Simon Ward en El joven Churchill, una película que vi en la primavera de mi vida y de la que ya apenas recuerdo

Para disipar tonterías me sumerjo en el blog de Víctor Conde, Historias del metaverso.

Conde sí que podría ser considerado como nuestro escritor de fantasía y ciencia ficción más consolidado, aunque entiendo que su literatura es eso, literatura con todas sus letras. Al margen de géneros.

Víctor Conde anuncia en su bitácora que prologará una novela de uno de esos escritores de anticipación que me dejaron huella: Alfred Bester.

Si no han leído El hombre demolido y Las estrellas mi destino están lo que se dice tardando.

Por otro lado, Sabas Martín interviene este lunes, 1 de abril, en las Tertulias Literarias de la UNED. El acto comenzará a las 19 horas, y tendrá lugar en su salón de actos, calle de San Agustín, 30, La Laguna.

Termina la Santa Semana con ese impertinente cambio de hora que a los que son de mi clan les perturba el alma.

Agradezco que el día sea más laaargo pero no dejo de sospechar que me roban un poco de existencia con el adelanto de la hora.

Otro día les cuento sobre los cuatro episodios de la serie Doctor Who, la más longeva de la historia de la televisión, que se rodaron en estas islas desafortunadas, abandonadas de la mano de los dioses.

Saludos, que tengan feliz semana, desde este lado del ordenador.

2 Responses to “Santa semana Santa”

  1. iván cabrera Says:

    Gracias por recordarme el título: tengo que leer “El caso del cliente de Nouakcott” pero que ya. Saludos.

  2. admin Says:

    Fue la primera. Y Jaime, además, es un hermano.

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