La camarera, una novela de James M. Cain

Aquella noche se comportó tal y como a mí me gustaba, tranquilo, cortés y sin exigencias, físicamente, quiero decir. Mirábamos la televisión y cuando yo, muy nerviosa, dije que quería irme a la cama, él me dio unas palmaditas, me besó y me acompañó al piso de arriba, pero no intentó seguirme a mi habitación y tampoco llamó a la puerta después de retirarme. ¡Qué alivio! Por fin podría dormir sin que el miedo me hiciera compañía.”

(La camarera, James M. Cain, colección: Autores clásicos de Serie Negra, RBA Libros. Traducción: Ana Herrera)

Octubre está resultando un mes realmente atractivo para los que somos confesos seguidores de la novela policiaca. Esa novela de género que todavía hace fruncir las cejas a unos y acelerar los latidos del corazón a otros. RBA anuncia en su colección de clásicos, La camarera, un inédito de James M. Cain; y El exterminio, un título de Jim Thompson que no había sido traducido hasta hoy –al menos que tengamos noticias– al español. Edaf presenta, además, La última tumba, de Alexis Ravelo y M.A.R Editor Un camino a través del infierno de Javier Hernández Velázquez. La siempre reivindicable Editorial Sajalin publica dentro de la colección Al margen, Mal dadas, de James Ross, un título olvidado que mereció en su día los elogios de Raymond Chandler, quien dijo de ella que se trata de una “historia sórdida y depravada, pero perfectamente creíble, de un pueblo de Carolina del Norte.” El mismo Chandler comentaría sobre James M. Cain, un escritor por el que el editor de este su blog siente devoción, lo siguiente: “Es todo lo que detesto en un escritor… Un Proust con mono grasiento, un chico sucio con un trozo de tiza y una valla y nadie mirando.”

Un golfo, vamos.

Y un golfo que vendía libros.

La camarera no es, sin embargo, una de sus mejores historias porque se trata de un manuscrito apenas acabado, la última novela de un narrador al que le sorprendió la muerte antes de poner el definitivo punto y final.

Con todo, es una novela objetivamente cainiana. El oficio de su protagonista puede recordar al de la protagonista de una de las mejores novelas del escritor norteamericano, Mildred Pierce, Alma en suplicio en su versión española, y tiene dentro las grandes constantes que definen la producción literaria del escritor: sexo, traición y dinero.

El sexo marca el itinerario de las mejores obras de M. Cain. Mucho sudor para conseguir ese dinero de ricos impotentes.

La bibliografía de James M. Cain está plagada de mujeres fuertes y con carácter, rebeldes y hostiles al universo masculino en el que se desarrollan. Joan Woods, la protagonista de La camarera dice:  “Mi padre, Charles Woods, es abogado y líder de la comunidad, con un solo defecto que yo conozca: hace siempre lo que dice mi madre. Siempre. ”

¿Mujer fatal?

James M. Cain le puso al menos nombre y apelldios a ese vendaval fuerte y con carácter. Explora hasta donde nos puede dejar majareta más que el amor, el sexo con  fuerza y carácter.

Si en Mildred Pierce la protagonista pierde a su hombre en mano de la endemoniada hija mayor, y en otros de sus relatos habla sin mordaza de otras caprichosas variantes de relación carnal, en La camarera el sexo se emplea –como lo empleó el autor en sus clásicas El cartero siempre llama dos veces y Perdición, película en la que trabajó curiosamente como guionista su gran denostador, Raymond Chandler– como medio para conseguir un fin. O mejor, varios fines en La camarera, una historia narrada en primera persona.

No es contada a través de los ojos de su joven y atractiva protagonista.

Es una pena que James M. Cain, un escritor laborioso como explica en el Epílogo, Charles Ardai, no tuviera tiempo para cerrar esta novela como le pedía a Cain. Ya explicamos antes que la muerte se lo llevó al otro mundo, donde debe de estar jugando al póker con Raymond Chandler mientras intenta meterle mano a la camarera o camareras que le sirven generosas raciones de whiskey.

Con todo, La camarera cuenta con una primera parte en la que se refleja el talento del escritor para urdir tramas y trabajar un personaje, Joan Woods, a lo largo de su ambigua confesión de los hechos.

La camarera comienza con un funeral, el del marido de la protagonista, y la primera  sospecha, ella ha sido la responsable de su muerte.

La idea, narra Joan Woods, la alimenta su cuñada que quiere quitarle la custodia de su hijo. Y Joan no puede ejercer de madre porque no tiene dinero, aunque consigue trabajo como camarera gracias a la recomendación de un rudo y veterano policía que cree en ella.

El relato continúa, y hay más muertes que hacen sospechar de Joan, quien en su relato no deja de resultar ambigua. Insiste en su inocencia pero queda la duda razonable en el lector. Te sientes como el policía rudo y veterano.

James M. Cain tiene clase y estilo.

Esa clase y estilo que hace que continúe brillando un clásico.

Saludos, la maldición de Cain, desde este lado del ordenador.

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