Qué verde era mi valle

John Ford fue un tipo con mucho carácter y un profesional de eso que llaman cine. Si leen el libro de entrevistas que sostuvo con Peter Bogdanovich uno llega a la conclusión que en sus ratos de ocio le gustaba hacer cualquier cosa menos hablar de su oficio. Creo que eso hace más grande si cabe su figura como artista, como director, como hombre que supo coordinar y trabajar con equipos.

El libro de Bogdanovich resulta en este caso –no tanto el que también le dedicó a Fritz Lang– algo frustrante para descubrir al cineasta, aunque al final sí que se logra un retrato a través de sus declaraciones. Las palabras del hijo menor de trece hermanos de origen irlandés que se presentaba –ya como director de cine– como “Me llamo John Ford y hago películas del oeste”.

Ya conté en una ocasión que durante una época tenía que decir con la boca pequeña que a mi lo que me gustaban eran las películas de John Ford porque por aquel entonces estaba de moda defender otro cine. Un cine, se empeñaban y se empeñan todavía, en calificar de autor.

A mi eso de autor me pone la piel de gallina porque ¿qué es entonces John Ford? ¿Entraría su nombre y su obra en ese debate que habla de alta y baja cultura? Las películas de Ford eran comerciales y contaban historias. Y su cine, quizá sea por eso, todavía me entretiene y conmueve.

Escribo esto porque la noche de un sábado tonto y en el que no tenía nada mejor que hacer vuelvo a ver Qué verde era mi valle, que no se trata precisamente de uno de los western de Ford, y termino con los ojos anegados de lágrimas. Lágrimas en las que se mezclan distintas emociones que van de la alegría a la más sombría tristeza.

Y todo por una familia de mineros de un pueblo perdido de Gales del Sur…

Asumo que últimamente no dejo de ver películas del señor Ford. La legión invencible, Fort Apache, Sargento negro y la noche del sábado al domingo Qué verde era mi valle… Mañana, quizá, repita con Las uvas de la ira.

Leo en el libro de Bogdanovich qué pensaba años después el director de esta película, Qué verde era mi valle, y la respuesta no deja de desconcertarme, sobre todo porque, como ya dije, parece como si al cineasta se la trajera floja su trabajo.

La visión que saco es que Ford fue un profesional que sin falsa modestia hizo películas porque era lo mejor que sabía hacer. Y esa manera de hacer es de John Ford.

Qué verde era mi valle está basada en una novela de Richard Llewellyn, autor que cuenta con una serie de novelas de espionaje protagonizadas por Edmund Trothe que desconocía, y está escrita para la pantalla por Philip Dune.

Peter Bogdanovich: ¿Se improvisó una parte importante de la película en el plató?

John Ford: El guión lo escribió Phil Dune y nos ajustamos bastante a él. Quizá añadiéramos algo, pero para eso está el director. No puede uno limitarse a hacer que la gente se ponga de pie, diga lo que le toca y se vuelva a sentar. Tiene que haber algo de movimiento, algo de acción, cosillas que animen y cosas así”.

“Cosillas así que animen y cosas así”… Si han visto Qué verde era mi valle entenderán que era para Ford “cosillas así”.

¿Las miradas que se cruzan en el templo Maureen O’Hara y Walter Pidgeon?, ¿Donald Crisp, el padre, cabizbajo mientras es observado por los ojos de un Roddy McDowall infante? ¿El rostro de Sara Algood, la madre, mientras su familia se descompone por la falta de trabajo? ¿Cómo refleja que el avance industrial no solo envenena el paisaje sino también la geografía humana de quienes forman parte de él?

Cosillas así no son tan fáciles de transmitir en pantalla. Y que se mantengan igual de intensas con el paso de los años es un rasgo más de la genialidad de un artista que nunca fue por la vida como tal y que por eso, precisamente, es un artista.

Aunque no creo que al señor Ford le gustara demasiado que lo llamara artista.

¿Él?, ¿un iracundo irlandés?

Recuerdo con bastante exactitud las veces que he visto esta película. Y me sorprende aún que el efecto continúe siendo el mismo. Con Ford, como con otros grandes cineastas de su generación y de la que vino después, tengo la sensación de que te enseña a ser mejor persona. Y esta sensación se repite la vea la cantidad de veces que la vea. Puede ser porque es capaz de comunicarme humanidad sin un asomo de pedantería. Que me sienta afortunado de existir.

El caso es que veo Qué verde era mi valle mientras los ojos se me llenan de lágrimas. Conmovido del poder que a veces tiene eso que llaman cine y que ya no encuentro apenas en el que veo –no miro– en la actualidad, más preocupado quizá por desdibujar la realidad que por mostrárnosla con toda su belleza y crueldad.

Sus películas han mitificado a John Ford, de hecho hoy está por encima del bien y del mal aunque cuente con títulos malos de verdad en su carrera como cineasta, pero qué más da cuando muchas de sus películas continúan siendo las mismas. Como si para ellas no existiera el paso implacable del tiempo.

Puede que la clave, como dijo él mismo, fuera la siguiente: “Yo creo que cuando se hace una película ahí se queda, se pasa a hacer otra cosa y se olvida uno de ella”.

Su nombre, John Ford y no hizo solo películas del oeste.

Saludos, qué verde era mi valle, desde este lado del ordenador.

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